“Mis padres emigraron a Europa en busca de una vida mejor. Yo he hecho el camino inverso”
Edith Tialeu nació en un pueblo cerca de París, estudió moda y trabajó en la industria textil. Hasta que decidió perseguir su sueño: vivir en Camerún y montar su propia marca con artesanas locales
Vivía en París, trabajaba en la industria de la moda y tenía su propia vivienda. Edith Tialeu (33 años) gozaba de los ingredientes básicos de una vida cómoda y feliz. No para ella. En abril de 2016, decidió hacer las maletas y trasladarse a Camerún, el país donde nacieron sus padres y en el puesto 153 de 188 del Índice de Desarrollo Humano. Quería montar su propia empresa de enseres para el hogar. Pero allí, donde viven sus proveedores: artesanas locales.
Tialeu no pisaba Camerún desde su primera infancia. Ella nació en un pueblo cerca de París, pero su madre quería regresar a su país natal y vivían allí por temporadas. “Cuando iba al cole en Douala, me costaba adaptarme; había muchos niños en clase y no veía a mi padre”, recuerda aquella etapa. Cuando tenía cinco años, la familia se instaló definitivamente en la capital francesa. No regresó de visita al país africano hasta que acabó el Bachillerato, con 18. “Fue genial. Sentí que estaba en casa”, rememora.
Tras el instituto, Tialeu estudió en una escuela de moda en París y tuvo claro que quería trabajar en la industria textil. Lo consiguió: encadenó varios trabajos en el sector. Pero desde 2007, empezó a pensar en volver a África. “Mis padres no querían, me decían que adquiriera más experiencia profesional”, asegura. Así lo hizo. Siguió el consejo de sus progenitores y olvidó sus planes de regresar a Camerún durante años. Se compró una casa en la capital francesa y estudió un curso para “aprender a hacer negocios". Fue en su 30 cumpleaños, el 17 de diciembre de 2014, cuando tomó la decisión final: “Quería recomenzar. Había roto con mi novio y no me gustaba mi trabajo. Podría haber buscado otro, pero sabía que era el momento de marchar”.
Tialeu quería lanzar su propia marca, pero en Camerún. “Mis padres emigraron a Europa en busca de una vida mejor. Yo hice el camino inverso”. Se mudó definitivamente en abril de 2016. “A mi madre no le gustaba la idea. Se preguntaba cómo iba a sobrevivir”. Comenzó su andadura trabajando en un negocio familiar. “Ayudaba con todo. Es una empresa pequeña y no tenía ni mesa”. Muy distinto de París, donde funcionaba por objetivos y tenía jefes a los que reportar. “En Camerún, los empleados esperaban que yo les dijera qué tenían que hacer”, relata. Su casa, el clima, el contexto... todo era diferente.
Durante meses, Tialeu dejó aparcado su sueño de montar su propio negocio, hasta que un sábado decidió descansar y salir con sus sobrinas. Pero no pudo desconectar y disfrutar de su tiempo libre. “¡No dejaba de recibir llamadas de trabajo!”, recuerda. Por la noche, mientras tomaba una ducha en su casa, quiso atender el teléfono por si se trataba de una urgencia en la empresa. Resbaló y se cayó. Resultado: un brazo roto. Varias cirugías le han dejado importantes cicatrices a la altura del codo. “Hasta aquí el trabajo", pensó mientras se recuperaba en París.
“Quiero conocer mi cultura y mis orígenes. Y amo la moda y el diseño”, explica Tialeu. Por eso, cuando volvió a Camerún, no regresó a su antiguo puesto. Comenzó a colaborar con Visiter l'Afrique, una plataforma para incentivar el turismo en África, lo que le permite viajar y conectar con las comunidades locales. Es en Costa de Marfil, de hecho, donde se produce esta entrevista. Aunque ha sido invitada por un promotor turístico local para conocer la fiesta de año nuevo del pueblo brong (en una zona rural al Este del país), Tialeu aprovecha la ocasión para escaparse del programa oficial y hablar con los artesanos de la zona, interesarse por sus técnicas y aprender sus tradiciones.
Finalmente, en septiembre de 2017, lanzó Frida. La empresa de Tialeu lleva el nombre de su abuela materna. “Murió cuando mi madre tenía cuatro años. Era muy acogedora, le encantaba recibir a gente en su casa y era muy trabajadora”, cuenta. Por eso, le puso su nombre al negocio de enseres para el hogar como cojines y mantas. ¿Su principal característica? Están fabricados con telas elaboradas por cuatro artesanas locales del Este de Camerún.
Sus productos, dice, “tienen historia”. Están hechos por mujeres que, normalmente, solo vendían sus telas de manera informal en determinadas fiestas locales. “Yo he firmado contratos con ellas, especificando los pedidos y precios”, asegura Tialeu. Sabedora de que esta formalidad era desconocida por las tejedoras, les dio tiempo suficiente para pensárselo. Aceptaron. Desde entonces, se reúne con ellas periódicamente para hacer seguimiento de la elaboración y debatir sobre cómo mejorar el modo de trabajar. "Creo que es la mejor manera de que sean más profesionales, ganen más dinero y apoyen a su familia. Y, con seguridad, tengan una vida mejor", resume. “No quería que fueran mis empleadas, sino que tengan sus propios negocios y puedan incluso ser proveedoras de otros”, añade.
No quería que las artesanas fueran mis empleadas, sino que tengan sus propios negocios y puedan incluso ser proveedoras de otros
De momento, trabaja con cuatro tejedoras a las que el comprador puede conocer en la página web de Frida. Una de ellas es Maimouna, de 30 años. Empezó a tejer de niña, como un juego. Cuando no estaba su madre frente al telar, ella se ponía manos a la obra. "Hoy, es mi pasión", asegura en un pequeño testimonio recogido en Internet. Adjara, de 43, también es una de las artesanas que ahora hacen negocios con Tialeu. En su perfil dice: "Tejo desde los 15 años y me gusta porque lo puedo hacer mientras estoy en casa. Puedo hacerme cargo del hogar y educar a mis hijos". Dos de sus pequeños, gemelos, están aprendiendo este arte y la madre dice sentirse muy "orgullosa" de ellos.
Tialeu no considera que su idea, su forma de trabajar o su modelo empresarial sean excepcionales. Cree que, simplemente, es "lo normal". Sin embargo, con las ganancias de las cuatro primeras ventas, Tialeu creó la Fundación Frida, para apoyar a los artesanos miembros a mejorar sus condiciones y lugar de trabajo, comprar el material que necesiten y dar formación a los más jóvenes que quieran aprender técnicas de fabricación ancestrales. Del precio de cada producto, un 10% se destina a esta organización que, de momento, tiene una empleada "para controlar que cumple su función y los fondos se emplean de manera correcta", apunta. “Creo que funcionará. Si no, al menos lo habré intentado. Hay una herencia que mantener”, aunque reconoce que todavía no gana para mantener la empresa, ni a ella misma. Eso no es impedimento, sin embargo, para que ya planee ampliar su catálogo. "He encontrado nuevos artesanos que trabajan la cerámica y el cuero", anuncia.
Sus compradoras objetivo son "mujeres de las grandes ciudades de todo el mundo, también africanas". “El producto que hacen estos artesanos es muy bueno y la gente no lo sabe; incluso en África creen que las cosas de calidad tienen que ser importadas”, subraya. Para llegar a todos los rincones del planeta, vende a través de Internet. Pero permanece en Camerún, en estrecho contacto con sus proveedoras. “Les puedo decir que no me voy a ir, que estoy aquí con ellas”.
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