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Navegar al desvío
Columna
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Y tú ¿qué piensas de Mayo del 68?

Manuel Rivas

Al mirar hacia la revolución del 68 no se ve un montón de ruinas utópicas. Al contrario, es un antídoto contra la resignación. Una melancolía rebelde.

ME PREGUNTAN qué pienso de Mayo del 68, y lo primero que me viene a la cabeza es un grafiti de aquel tiempo: “En los exámenes, responde con preguntas”.

La Comisión Trilateral, la muy influyente organización internacional fundada por David Rockefeller, convocó en 1975 a un grupo de personalidades procedentes de la política, la economía y el mundo académico y universitario para diagnosticar qué había ocurrido en la agitadísima década de los sesenta, y en especial en ese año germinal que dio nombre a la revolución del 68. Estos “sabios”, situados la mayoría en el campo óptico liberal-conservador, llegaron a la conclusión, para ellos alarmante, de que se había producido “un exceso de democracia”.

¿Un exceso de democracia? Vivimos muchos excesos a lo largo de la historia, pero casi todos tienen la pulsión carnívora del autoritarismo, la ebriedad del poder déspota, o la metástasis de la corrupción. Lo que no aparece por ningún lado en la historia es el empacho de democracia. ¿Cómo sería una democracia con “exceso de democracia”? ¿Demasiado transparente, demasiado participativa, demasiado democrática? El hartazgo de democracia es un sentimiento muy exclusivo, el de aquellos que se consideran, como los denominó Adam Smith, los “amos de la humanidad”. Fue el hambre de libertad, y no el exceso, lo que agitó los sesenta. La libertad se detecta de inmediato en el paladar, como una pizca de sal.

¿Un exceso de democracia? Vivimos muchos excesos a lo largo de la historia, pero casi todos tienen la pulsión carnívora del autoritarismo

Hay una historia que tiene su pizca de libertad y humor en el antiguo puesto fronterizo de Tui, en Galicia, y que me contó el médico y escritor Ánxel Vázquez de la Cruz. Las parejas de guardias y guardinhas se encontraban después de comer para jugar una partida de naipes. Alternaban el territorio del café. El 25 de abril de 1974 tocaba jugar en el bar del lado español. Los portugueses no comparecieron. Había rumores de que algo se movía en Lisboa, pero hay noticias que tardan siglos en llegar cuando estás en la Edad Media. El caso es que los guardias españoles, cansados de esperar, cruzaron el puente del Miño para ver qué pasaba con sus socios de partida y se encontraron a la pareja de guardinhas en posición firmes, engalanada la mirada con la Revolución de los Claveles, y que proclamaron como si no los conociesen de nada: “¡Viva a liberdade! ¡Espanhóis, fascistas!”. Eso sí, al poco tiempo se reanudaron las partidas.

El de los trilateralistas me pareció un diagnóstico inquietante, pues más que apuntar un problema del pasado, no dejaba de ser una advertencia de futuro. Y ese futuro es lo que estamos viviendo. No son sistemas políticos comparables, pero si sentamos juntos a los grandes gerifaltes que hoy dominan el mundo, Putin, Xi y Trump, seguramente coincidirán en un punto: no les gusta nada el “exceso de democracia”. Por ejemplo, el jerarca chino Xi, conocido como el nuevo emperador, ha prohibido que le llamen emperador. Solo le faltó añadir: “Me molestan los elogios porque siempre se quedan cortos”.

Tal vez lo que se considera “exceso de democracia” es, simplemente, la democracia.

A mucha gente le gustaría borrar del calendario histórico el mes de mayo, la primavera, el año entero de 1968. Ha pasado medio siglo, pero quienes anatemizan la revolución del 68 lo hacen con un furor contemporáneo, como si desconfiaran no de aquella ya lejana primavera, sino de todas, empezando por la de 2018. Francisco Fernández Buey, ese filósofo que abrió tantos pasos para despertar a la izquierda varada, definía lo ocurrido en 1968 como El Gran Susto. Y lo fue. Y lo sigue siendo, a juzgar por los denuestos del pensamiento cascarrabias.

Pero fue algo más que El Gran Susto para los “amos de la humanidad”. Gran parte de lo que se escribió en las paredes mantiene su sentido con una caligrafía rebelde. Allí donde dice: “Nuestra esperanza solo puede venir de los sin esperanza”, “La acción no debe ser una reacción sino una creación”, “En los exámenes, responde con preguntas”… Mayo del 68 fue París y Francia, con su herencia antiautoritaria. Pero fue mucho más. La lucha por los derechos civiles, el antibelicismo que paró Vietnam, el movimiento antinuclear, el nuevo feminismo, la conciencia gay, la cultura underground, y el hambre de democracia que hizo temblar dictaduras, en Checoslovaquia o España. Un cambio en la mirada planetaria. La iluminación de las zonas oscuras. Y eso es ya una revolución.

Al mirar hacia el 68 no se ve un montón de ruinas utópicas. Al contrario, es un antídoto contra la resignación. Una melancolía rebelde. 

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