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Viaje a un conflicto olvidado

Un trabajador del Comité español de Acnur viaja por primera vez al terreno para conocer la situación de los refugiados centroafricanos en Camerún

Javier Armas, junto a un grupo de niños refugiados en el campo de Lolo (Camerún).
Javier Armas, junto a un grupo de niños refugiados en el campo de Lolo (Camerún).Vanessa Sánchez
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Tras dos aviones y casi un día de viaje saltamos del país 27º (España) al 153º (Camerún), según dice el Índice de Desarrollo Humano. Nos acercamos a conocer la realidad de las personas refugiadas de la República Centroafricana, que por su parte es el último país de esa clasificación. Saltar 126 puestos hacia abajo significa olvidarse del asfalto, del agua potable, de la energía eléctrica constante, del orden de la ciudad, del alcantarillado... Y perder también 17.000 dólares de renta per cápita, un 30% en alfabetización...

Como uno de los responsables del programa de captación de socios en calle del Comité español de Acnur en Barcelona, hablo cada día de la situación de las personas refugiadas. Nunca había estado allí, sobre el terreno. Desde mi trabajo de horario flexible en la comodidad de un país desarrollado, había visto y leído mucho. Pero solo a la vuelta de este viaje he sido capaz de entender el significado de la palabra "nada".

La realidad de Camerún es abrumadora. Se respira la lucha por la supervivencia ya desde el caos de Yaundé, una capital sin estructura, una pura aglomeración de edificios y estructuras de chapa y madera desde la que te vas adentrando en el corazón de una de las zonas más salvajes del planeta. Tras horas de viaje por carreteras de tierra plagadas de carteles de proyectos de cooperación, a escasos 30 kilómetros de la frontera con República Centroafricana tuvimos el primer contacto con una comunidad de personas refugiadas.

Al no haber cámaras apuntando, solo se cubre un escaso 7% de los fondos necesarios para asistir a los refugiados centroafricanos en Camerún

Al pasar la línea fronteriza, se asentaron sin planificación en los terrenos privados de una antigua explotación minera, y ahora luchan para pagar los 80 céntimos que cuesta aproximadamente cada mes el alquiler del terreno donde montar una choza. El asentamiento espontáneo de Betare-Oya es el lugar más pobre, deprimido e insalubre que he visitado en mi vida. El hacinamiento, las chozas de paja desordenadas desmoronándose unas contra otras y la basura eran las cartas de presentación de historias terribles de pérdida y desesperación.

Este lugar es producto del olvido. Y al no haber cámaras apuntando, solo se cubre un escaso 7% de los fondos necesarios para asistir a los refugiados centroafricanos en Camerún. Esta es la realidad de los conflictos olvidados donde Acnur y sus socios luchan cada día contra la escasez y el subdesarrollo para proveer a los recién llegados de cobertura y colaborar en el desarrollo local.

Para las personas refugiadas de Betare-Oya se están preparando terrenos acordados con la administración camerunesa expresamente para su asentamiento. Pronto accederán totalmente a la cobertura que sí reciben en los siete campos que Acnur, en coordinación con el Gobierno, ha puesto en pie desde 2014. Mientras tanto, se desarrollan programas de apoyo a las instalaciones locales de las que hacen uso, donde los niveles de higiene, abastecimiento y seguridad siguen distando mucho de los que serían aceptables en Europa occidental.

Desde esta comunidad de Betare-Oya, hasta los campos de refugiados de Mbile y Lolo, que también visitamos, hay un largo camino recorrido. El orden y la limpieza de los campos contrastan con el caos de los asentamientos espontáneos. En estos recintos, lo que eran chozas descompuestas hechas de retales son en cambio viviendas de arbustos, cañas o adobe, pero seguras, sin peligro de incendio o colapso. La aglomeración insalubre es aquí un orden limpio, pobre, pero digno, donde nada más llegar te saludan sonriendo aquellos mismos niños que en Betare-Oya limpiaban la tierra para buscar restos de minerales que vender.

Solo a la vuelta de este viaje he sido capaz de entender el significado de la palabra "nada"

Estos críos, exaltados por la visita casi tanto como nosotros, se escapan de las aulas para acompañarnos por el campo. Se esconden tras los pozos con vergüenza y a la vez corren persiguiéndote. Poco a poco se les da acceso a la educación, se les enseña a leer y escribir. Se ofrece un futuro a unas personas que pueden no tener ni un acta de nacimiento en su país de procedencia y ni siquiera saber la importancia de existir legalmente.

Los campos de refugiados tienen un nivel digno para el entorno en el que están. Las personas refugiadas viven de manera similar a la población local. Son lugares ordenados y seguros, donde hay acceso a la sanidad, a la educación, al agua potable y a la alimentación. Pero siguen llegando personas provenientes de República Centroafricana y los fondos no hacen más que disminuir.

Los retos a los que se enfrentan las organizaciones que trabajan en este contexto pasan por la emancipación económica de las personas refugiadas y su integración con las comunidades locales, ya que la mayor parte de los centroafricanos no tiene en mente retornar mientras la violencia continúe. En este sentido van los programas de años venideros, se pone el foco en proyectos de desarrollo conjunto de comunidad local y refugiada por parte de Acnur, el Gobierno de Camerún y otros agentes.

Con todas las deficiencias democráticas y organizativas que pudiese tener la República de Camerún, personalmente como español y como europeo me he sentido avergonzado. La respuesta por parte de las instituciones cameruneses dista mucho del bloqueo fronterizo que planteó la Unión Europea, los pactos con terceros para limpiarse las manos y el incumplimiento reiterado de los acuerdos de acogida.

Allí, en Camerún, las fronteras están abiertas y los cameruneses conviven con la realidad de las personas refugiadas sin darle la espalda. Mientras en Europa crecen los movimientos xenófobos, para madame Ngah Marie Agnes, directora del colegio de Ndokayo, próximo a Betare-Oya, la llegada de niños y niñas refugiados a su vieja escuela ha sido una bendición. Con su presencia, las aulas vuelven a tener un techo.

Javier Armas es coordinador de captación de socios en el Comité español de Acnur en Barcelona. El pasado mes de noviembre formó parte de un viaje de formación de la ONG a Camerún para conocer la situación de los refugiados centroafricanos en este país.

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