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“El feminismo es una palabra que no existe en lenguas que no sean hegemónicas”

La abogada paquistaní Rafia Zakaria, la lingüista mexicana Yásnaya Elena Aguilar Gil y la jurista guatemalteca Adilia de las Mercedes debaten sobre la continuidad del colonialismo en el mundo actual

Yásnaya Elena Aguilar Gil, Adilia de las Mercedes y Rafia Zakaria
De izquierda a derecha, Yásnaya Elena Aguilar Gil, Adilia de las Mercedes y Rafia Zakaria, fotografiadas antes de la charla que impartieron en La Casa Encendida, en Madrid.Pablo Monge
Patricia R. Blanco

ONU Mujeres y el Banco Mundial, junto con otras ONG internacionales, han financiado en aldeas de la India, con “millones de dólares” y en distintos periodos, programas de “cocinas limpias”, es decir, fogones equipados con estufas que funcionan con combustibles más ecológicos y diseñados para que quienes las utilicen, principalmente mujeres, puedan ahorrar tiempo y dinero. Este proyecto, uno de los más habituales en cooperación internacional por su impacto en la mejora de la salud y en el medio ambiente, es, sin embargo, uno de los ejemplos de “colonialismo contemporáneo” que cita Rafia Zakaria, abogada paquistaní, en su libro Contra el feminismo blanco (Editorial Continta me tienes). “El programa se implementó sin preguntar a las mujeres en las aldeas rurales y fue un completo desastre, porque no podían cocinar sus platos tradicionales por la forma en la que estaban estructuradas”, explica la también periodista durante una entrevista con EL PAÍS, junto con la lingüista y activista mexicana Yásnaya Elena Aguilar Gil y la jurista guatemalteca Adilia de las Mercedes.

El ejemplo que cita Zakaria, que ha visitado recientemente Madrid para participar en La Casa Encendida en un debate sobre racismo y colonialismo coordinado por la Asociación de Mujeres de Guatemala, no es un caso aislado. “Lo he visto una y otra vez, forma parte de una mentalidad colonial en la que los blancos deciden qué es lo mejor para estas mujeres y se lo imponen, para clamar después que las han emancipado”, critica.

Ejemplos como el de las cocinas en la India se reproducen en muchos lugares, según Aguilar Gil, porque el colonialismo persiste. “El mundo sigue estando ordenado por el colonialismo, solo que la distinción entre las metrópolis y las colonias es ahora la distinción entre los países del primer mundo y los del tercer mundo o países en desarrollo”, apunta.

Incluso está presente “en muchas tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, que supuestamente reducirá el trabajo y aumentará la eficiencia”, subraya Zakaria. “Pero no hay sistema de conocimiento que no venga con valores y, en este caso, la mayor parte de la llamada ‘máquina de aprendizaje’ de la inteligencia artificial está siendo creada por hombres”, añade la abogada, que invita a reflexionar sobre cómo afectará a la vida de las mujeres racializadas estas tecnologías que no duda que tendrán “un componente racial y sexista”.

Hay mujeres que, incluso suscribiendo los principios de los feminismos, salen muy violentadas de espacios feministas blancos porque reproducen lógicas patriarcales y están hechos a la medida de la blanquitud occidental
Adilia de las Mercedes, jurista guatemalteca

Adilia de las Mercedes habla incluso de “tecnocolonialismo”, que define “como las relaciones desiguales de poder que han persistido durante siglos en el mundo y que ahora se imponen a través también de la dominación tecnológica”. “En los campos de refugiados en Grecia, incluso las ONG, que se suponen que están del lado de la protección de los derechos humanos, emplean mecanismos de reconocimiento facial para identificar a las personas en los procesos de distribución de alimentos o productos básicos”, añade la jurista, que señala que este tipo de tecnología genera problemas para quienes no cumplen con los estereotipos físicos de una persona blanca.

Colonialismo lingüístico

Una de las maneras en las que “la blanquitud se sigue manifestando es en cómo Occidente se sigue tomando el derecho de nombrar lo otro”, protesta Aguilar Gil. La lingüista e investigadora de la cultura del pueblo mixe (en Oaxaca, México) critica que “Occidente cree que es la medida de las cosas y que puede validar a otros, es decir, considerar, por ejemplo, que lo que hace el pueblo mixe es ciencia mixe”. “En ese caso yo siempre respondo que no es ciencia y que está bien que no lo sea, porque hay una diversidad de tradiciones de creación y transmisión del conocimiento” que no tienen por qué ser la ciencia tal y como la entiende Occidente.

La misma reflexión la aplica al “feminismo, una palabra” que, según afirma, “no existe en lenguas que no sean hegemónicas”. “Yo no me nombro feminista, y esto no significa que sea antifeminista, sino que existe una diversidad de movimientos antipatriarcales que no tienen por qué denominarse como Occidente diga”, enfatiza. Comprender estos matices, continúa, ayudaría a “establecer diálogos más igualitarios entre las mujeres”.

Comparte este argumento Adilia de las Mercedes, para quien “el feminismo hegemónico ha borrado o intenta borrar otras luchas antipatriarcales”. “Hay mujeres que, incluso suscribiendo los principios de los feminismos, salen muy violentadas de espacios feministas blancos porque reproducen lógicas patriarcales y están hechos a la medida de la blanquitud occidental”.

Esta “violencia” contra mujeres no blancas sucede, considera Zakaria, porque el colonialismo también impregna el feminismo. “La mayoría de las organizaciones de mujeres, incluidas las ONG internacionales, siguen teniendo juntas directivas formadas casi exclusivamente por mujeres blancas”, afirma la abogada, que cree que solo recurren a mujeres negras, mestizas y asiáticas para dar el toque “óptico”. “Pero al final, son las mujeres blancas las que siguen tomando las decisiones o elaborando las políticas”, lamenta.

“Yo no me nombro feminista, y esto no significa que sea antifeminista, sino que existe una diversidad de movimientos antipatriarcales que no tienen por qué denominarse como Occidente diga
Yásnaya Elena Aguilar Gil, lingüista y activista mexicana

Zakaria cita un ejemplo muy concreto: el de cómo la Organización Nacional para Mujeres (NOW, por sus siglas en inglés), el mayor colectivo feminista de Estados Unidos, apoyó inicialmente la guerra en Afganistán en 2001 con el lema de “liberar a las mujeres afganas” del yugo talibán. “De repente la convirtieron en una guerra feminista, y eso ocurrió porque la estructura de la organización está dominada por personas blancas y no hubo ninguna voz disidente que dijera que el feminismo no se puede imponer y que la guerra no es la forma de liberar a las mujeres”, explica. “Tuvimos 20 años de guerra en Afganistán y, ahora, ¿dónde están las mujeres?”, se pregunta en alusión a cómo los talibanes han borrado la presencia femenina de todos los espacios hasta el punto de prohibir su voz en los lugares públicos.

Y las consecuencias de decisiones como estas deslegitiman el feminismo, continúa la abogada paquistaní. “Al haber utilizado los derechos de las mujeres como pretexto para invadir otros países, cuando se habla de feminismo en África o en Asia te miran con escepticismo”. “Por eso”, continúa, “es esencial desvincular la blancura del feminismo, porque la búsqueda del empoderamiento de la mujer existe desde hace siglos en todas las culturas”.

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Sobre la firma

Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en desinformación y en mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.
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