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Cierta racionalidad

La independencia es imposible cuando no se tiene, ni remotamente, la mayoría social

Rueda de prensa posterior a la reunion del Comite Ejecutivo de Ciudadanos tras el 21-D
Rueda de prensa posterior a la reunion del Comite Ejecutivo de Ciudadanos tras el 21-DAlbert Garcia

Los resultados del 21-D no son malos desde un punto de vista político, aunque crean un escenario de complicada gestión. No son malos porque dejan dos cosas establecidas: no es posible la independencia cuando no se tiene, ni remotamente, la mayoría social,y no es posible “normalizar” la aplicación del artículo 155 de la Constitución cuando el partido del Gobierno central casi ha desaparecido en Cataluña. Las dos cosas juntas deberían permitir recuperar un cierto grado de racionalidad.

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Incluso en las condiciones más emocionales posibles, en Cataluña hay 3,5 puntos de diferencia a favor de quienes no quieren separarse de España, y esa es una barrera que se levanta siempre que los independentistas dicen cumplir un mandado popular. Ni ha existido ni existe ese encargo y ese es el dato que les negará siempre el respaldo internacional.

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Al mismo tiempo, ni los más fervientes partidarios de la unión pueden ignorar a esos dos millones de catalanes que, una y otra vez, expresan su deseo de cambiar sus relaciones con el Estado. Los resultados del 21-D alejan el peligro de que el PP crea que ha “normalizado” la aplicación del artículo 155 de la Constitución. El 155 sigue siendo un artículo para momentos excepcionales, útil para evitar disparates antidemocráticos, pero que no permite construir consenso político.

La racionalidad debería llevar a la conclusión de que ese resultado solo se puede gestionar con una autonomía muy reforzada. Parece un camino difícil de abrir, pero más difícil todavía es que aparezca otro distinto. Negociar en paralelo la reforma del Estatut y la Ley de Financiación Autonómica, con la mesa de la reforma constitucional abierta al lado, podría ser el único escenario viable.

De momento, para quienes va a ser más complicada la gestión de los resultados es para los independentistas, por mucho que tengan al alcance la mayoría absoluta parlamentaria. Su primer objetivo debe ser recuperar la Generalitat, y para eso tienen que decidir qué camino tomar. Evitar que el 155 siga en vigor implica elegir rápidamente un nuevo presidente de la Generalitat, y eso no será posible si se empeñan en que sea Carles Puigdemont, porque pesa sobre él una orden de detención y es muy probable que si regresa a España sea detenido y encarcelado, al igual que ya lo está el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras. Queda la posibilidad de elegir un tercer candidato/a capaz de obtener el apoyo bien de la CUP, bien de En Comú. ¿Aceptará Puigdemont dar un paso atrás? Lo dio en su momento Artur Mas y de hecho Puigdemont tiene un balance personal muy discutible: ha obtenido en Cataluña menos votos y menos escaños que Inés Arrimadas. Nada con lo que, con sinceridad, sentirse aupado al Palau de la Generalitat. Además, la alternativa es nuevas elecciones y seis-ocho meses más de 155.

La impresionante victoria de Inés Arrimadas no puede trasladarse fácilmente a una victoria de Albert Rivera en el resto de España. El PP se ha hundido en Cataluña, pero seguramente Rajoy ya lo daba por descontado. Su único motor, como deja patente su irresponsable actitud frente al deterioro de la justicia, son sus intereses electorales, y desde ese punto de vista lo inquietante para él hubiera sido un ascenso notable del PSC, que no se ha producido. Iceta ha logrado parar el declive de los socialistas, pero un escaño más no puede preocupar al PP. El PSOE tiene todavía mucho por hacer. Y en cuanto a Ciudadanos y Rivera, Rajoy tiene dos años por delante para procurar hundirles, como sin duda intentará. De momento, la victoria de C's, en cuanto apuntala la mayoría constitucionalista, le sirve más de protección que de ataque. La única manera de derrotarle es que “Cataluña” deje de protegerle.

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