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Columna
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El año feminista

Si el movimiento contra el acoso sexual resiste los ataques, puede marcar la historia del feminismo

Soledad Gallego-Díaz
Manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 2016.
Manifestación por el Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo de 2016.Samuel Sánchez

El año que está a punto de terminar ha sido escenario de un movimiento que puede traer magnificas consecuencias: las mujeres han empezado a reclamar su voz en el espacio público y a denunciar sistemáticamente el acoso sexual a que son sometidas en ese espacio común. Si ese movimiento resiste los ataques a que ha sido sometido y consigue mantenerse en el tiempo, puede ser uno de los acontecimientos que marquen la historia del feminismo.

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Es innegable que la situación de las mujeres ha experimentado un cambio impresionante, si no en todo el mundo (India sigue siendo un país terriblemente cruel, incluso peor que algunas teocracias islámicas) sí al menos en su parte más desarrollada. Pero, como mantiene la filósofa Amelia Valcárcel, “ellas, las mujeres, han cambiado, pero se han encontrado con que ellos, los hombres, mantienen sus propias y viejas reglas”.

Ellos, los hombres, ocupan el espacio público en mucha mayor parte de lo que les corresponde y, por primera vez, parece que las mujeres se han hartado de esa actitud. El caso más emblemático es el famoso despatarre masculino, la tendencia de los hombres a sentarse en un espacio público, invadiendo el lugar de la mujer, encogida a su lado. Sin embargo, la ocupación más grave es la que se produce a la hora de hablar. La BBC publicó que, pese a la creencia de que las mujeres hablan más que los hombres, hay evidencia de que ocurre lo contrario. La historiadora Mary Beard ha documentado hasta qué punto los hombres creen que son ellos quienes deben hablar en el espacio público y otro estudio, titulado Silent Sex, asegura que hace falta que haya cuatro mujeres por cada hombre para que se conserve un cierto equilibrio en el espacio común. Es famoso el estudio que demostró la escandalosa cantidad de veces que Sonia Sotomayor, miembro del Tribunal Supremo de EE UU, era interrumpida por sus colegas.

La reacción de las mujeres frente a esta exhibición de poder masculino, esta especie de machorragia que padecen muchos hombres, incapaces de controlar su tendencia a ocupar todo el espacio público, bien sea con desparrame físico o con hemorragia verbal, empieza a ser consistente. “Deje de interrumpirme”, “deje de explicarme lo que acabo de decir” son frases que pronuncian cada día más mujeres, hartas de la presión que padecen.

Más importante aún es el movimiento conocido como Me, too que ha arrancado en EE UU como una denuncia del acoso sexual que padecen las actrices en el mundo del espectáculo, Me, too se está extendiendo a otros ámbitos de trabajo y ya son bastantes empresas en las que se colocan listas para que las mujeres afectadas denuncien a los protagonistas de ese acoso físico. La protesta iniciada en Hollywood ha llegado incluso a India, donde la ministra de la Mujer ha enviado una carta de 25 directores de cine y famosos actores pidiéndoles que acaben con los ataques a las mujeres en Bollywood.

“Van a acabar con la confianza entre hombres y mujeres”, se quejaba recientemente un columnista estadounidense, “si no podemos hablar con naturalidad”. ¿Qué tiene que ver la confianza con las continuas apelaciones a la condición sexual del interlocutor? La confianza no desaparecerá porque los hombres cambien sus viejas reglas.

Como ocurre siempre con las reivindicaciones feministas, nada será fácil. Hace tiempo que existe en el llamado internet profundo una red, Manosphere, que reúne a grupos de hombres que se sienten víctimas de la nueva presencia femenina y que denuncian lo que ellos llaman pérdida de valor cultural de lo “masculino”. Igual que renacen los grupos supremacistas blancos, están renaciendo grupos de supremacistas machos. Un peligro.

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