_
_
_
_

“Animo a los niños a que estudien, no a trabajar el campo o emigrar”

El padre Susai Alangaram se ha propuesto ayudar a que la batalla diaria de los habitantes de Tiruchirappalli (India) contra la sequía, el desempleo, el analfabetismo y la pobreza sea más llevadera

El padre Sisai Alagaram durante la entrevista en la Fundación Esperanza y Alegría.
El padre Sisai Alagaram durante la entrevista en la Fundación Esperanza y Alegría. KIKE PARA
Lola Hierro
Más información
La farsa de la lucha contra el trabajo infantil en India
Oprimidos por la casta
“No podré cambiar el mundo. Pero un lago se llena de gotas”
“Quería que mis hijos conocieran la pobreza de primera mano”

Tiruchirappalli es una ciudad de India cuyos habitantes suelen decir, medio en broma y medio en serio, que tienen dos estaciones: ocho meses de calor... y cuatro meses de más calor. Llamada cariñosamente Trichy o Tiruchi, en ella viven casi un millón de personas, convirtiéndola en la cuarta urbe de mayor tamaño del estado de Tamil Nadu, en el sur del país. Desde allí ha viajado el padre Susai Alangaram (Birmania, 1961) hasta Europa. Italia primero, España después... Durante dos semanas, el sacerdote, que dirige la Sociedad de Servicio Social de Tiruchirappalli ha empalmado vuelos y escalas para contar por qué es importante volver la vista hacia este rincón del mundo. En las oficinas de Madrid de la Fundación Esperanza y Alegría, que colabora desde hace años con varios proyectos, Alangaram dibuja una Trichy donde a diario se libran batallas contra el desempleo, los estragos del cambio climático o los obstáculos que impiden a los niños ir al colegio.

"Podemos decir que es una gran ciudad, pero no está muy desarrollada", reconoce Alangaram. La principal actividad económica es la industria en la ciudad, pero en los alrededores predomina agricultura, y por eso todos los campesinos viven muy pendientes del río Cuaveri, que surca la región, y de las lluvias de la época de monzón. Pero en la actualidad el río lleva seco dos años y las ya tristemente conocidas sequías e inundaciones están causando más estragos que nunca, debilitando las actividades agrarias. "Cada día subimos uno o dos grados, sobre todo en verano, pero sigue sin tomarse en serio el cambio climático", lamenta. Como los antiguos campos de arroz están yermos y no se puede cultivar, se están instalando en ellos empresas e industrias, asegura. Y esto complica aún más la vida en un estado donde el 29% de la población vive bajo el umbral de la pobreza.  "Es muy difícil procurarse medios de vida. No todo el mundo tiene su propia tierra para trabajar, así que muchos tienen que irse a cuidar los campos de otros. Pero no siempre se consigue empleo, solo si llueve lo suficiente", explica el sacerdote.

Los problemas para encontrar una ocupación provocan que los jóvenes emigren a ciudades de mayor tamaño en busca de un empleo un poco más estable en el sector de la construcción, en oficinas. "Allí cobran unos seis o siete euros al día. En el campo no ganan más de cuatro o cinco", revela Alangaram. Para él, emigrar no es la peor idea porque se da cuenta de que en Tiruchirappalli no tienen demasiadas alternativas. "Se van a Chennai, que es más grande y tiene más trabajo, más fábricas, empresas..." Pero irse tampoco les acaba ayudando demasiado si no han estudiado, advierte. "El trabajo que van a encontrar será de baja cualificación incluso en una ciudad".

En Tamil Nadu, un 29% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza

La falta de formación viene a causa de los problemas que encuentran los niños de Trichy para recibir una educación en condiciones. Este es uno de los caballos de batalla del padre Alangaram, y también fue la primera misión que se adjudicó cuando comenzó su ministerio, en 1991, en un pueblo a 60 kilómetros de la capital. "Allí tenían una escuela, pero el edificio estaba muy mal, así que mi trabajo fue conseguir un buen cole para los niños en el que tuvieran una atmósfera agradable para estudiar. Gracias a la ayuda que recibí pude demolerla y levantarla de nuevo y llegó a alojar 600 alumnos", cuenta.

Luego vio que quizá los niños necesitaban algo más: ropa, comida buena, asistencia sanitaria... Y esta fue la primera piedra de su proyecto actual: dos colegios abiertos en 2012 con el apoyo de la Fundación Esperanza y Alegría para que los niños más desatendidos se desarrollen bien intelectual y físicamente. "Las familias no tienen suficientes alimentos, es incluso difícil realizar una comida completa al día", justifica. Dado que la mayoría de las casas en esos días no tenían —ni muchas tienen aún— electricidad, animaron a los chicos a estudiar con ello y hoy forman a 65 chicos y 60 chicas que estudian hasta los 16 años.

Completar la educación primaria e incluso la secundaria es relativamente fácil para los menores siempre que sus padres les dejen asistir a la escuela. Pero Alangaram es consciente de que las verdaderas dificultades comienzan para ellos cuando acaban esos estudios. "Muy de vez en cuando van fuera a estudiar, pero la mayoría de veces vuelven a casa para ayudar allí o trabajar con la familia en el campo, o emigran". Según el sacerdote, tienen carencias en conocimientos y habilidades específicas. "Necesitan más inglés, por ejemplo, porque el que aprenden en el colegio no es suficiente para comunicarse con otros. Necesitan manejar ordenadores y dominar habilidades básicas en comunicación", enumera.

El sector agrícola está olvidado y no se hace lo suficiente para que la gente mejore sus condiciones de vida

Alangaram sabe lo que es vivir siendo pobre de solemnidad porque su familia lo era. Nacido en Birmania pero de padres indios, cuando tenía siete años se volvieron a su país de origen porque el Gobierno birmano les hacía elegir entre las dos nacionalidades. Su padre decidió marchar, probablemente, sin imaginarse que las estrecheces económicas le obligarían a dejar a su hijo criándose en un orfanato. "Mi padre y mi hermano mayor no conseguían empleo, iban a trabajar en la construcción de las vías de tren", recuerda hoy.

Pese al contexto de pobreza en el que vivía, el párroco pudo ir al colegio, y por eso conoce la importancia de la educación y anima a los jóvenes. "Yo animo a los niños a que estudien todo lo que puedan, no a trabajar en el campo o emigrar. Vemos que cuando alcanzan buenos niveles, consiguen luego mejores empleos".

Es una batalla dura porque el padre ve que hay muchas personas necesitadas y no puede atender a todos. Pero él se anima pensando que nadie nunca cambió algo a solas. "Somos una parte de algo más grande. Quizás traigas un cambio a una vida. Y si todos pensamos así, a pequeña escala, la sociedad al final cambiará".

Tuberculosis, otro frente de lucha

"Aquí hacía mucha falta ocuparse de los enfermos de VIH y sida, así que pusimos en marcha un programa de asistencia a contagiados", afirma el padre Alangaram. En India, la incidencia es alta, con 3,35 millones de afectados. "El Gobierno da medicinas, pero no sé cuántos pacientes las toman correctamente porque para ellos no es fácil",. El sacerdote se refiere a los problemas de adherencia que presentan los fármacos contra la tuberculosis. Los tratamientos son largos y presentan efectos secundarios, así que en cuanto los pacientes se sienten bien dejan de tomarlos y vuelven a enfermar. "A esto hay que añadir que los pacientes siguen estigmatizados por la sociedad".

El objetivo de Alangaram con el programa que puso en marcha en 2012 es brindar tratamiento a las personas contagiadas con pocos recursos de Tiruchirapalli y reducir la mortalidad a través de tratamientos adecuados y campañas de sensibilización a la población. "Nos fijamos en quiénes no tienen la facilidad u oportunidad de comer bien, porque la nutrición es igual de importante que las medicinas"; sostiene.

"Hacemos campañas de sensibilización en pueblos y escuelas sobre qué es la tuberculosis y cómo prevenirla, por ejemplo. También explicamos a los enfermos cómo protegerse, cómo se pueden curar, la importancia de tomar las medicinas...". Los alrededor de 250 pacientes también reciben cada dos meses comida como cereales, lentejas, dátiles o miel y suplementos nutricionales. Y lo más novedoso: han integrado la medicina ayurvédica, que está dando buenos resultados, según afirma el padre.

Con esos arrestos el sacerdote ha pasado toda una vida luchando a brazo partido. El primer colegio que fundó hace 25 años sigue en pie, aunque ahora tiene menos estudiantes porque las familias ya no tienen tantos hijos y porque muchos padres, cada vez más conscientes de la importancia de la educación, hacen un esfuerzo económico para mandar a sus niños a colegios bilingües en inglés.

Además, Alangaram se trae entre manos un nuevo proyecto que ha presentado a sus colaboradores en España e Italia. "No todos los niños de las zonas rurales encuentran plaza en las universidades porque los que han estudiado en ciudades fueron a mejores centros y los del campo no pueden competir con ellos", narra. Su plan es poner en marcha un programa para que estos niños puedan acceder a la universidad, una formación especial para ponerlos al mismo nivel que sus adversarios.

"Necesitamos desarrollarnos más", concluye Alangaram. "Las ciudades crecen, la industria prospera y por eso India da la imagen de que es un país que se desarrolla muy rápido [hace tiempo que India no es considerado un país pobre] pero, si vienes a las áreas rurales, la historia es diferente. El sector agrícola está olvidado y no se hace lo suficiente para que la gente mejore sus condiciones de vida. Se invierte en construcción, tecnología... Pero no el campo".

Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra newsletter.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_