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Aprenda a perder el tiempo como las mentes más brillantes

Hacer 'nada' también es una buena forma de hacer cosas

Prepare listas con todas sus tareas. Nade entre pósits plagados de recordatorios. Permanezca siempre conectado; revise el correo y las redes sociales continuamente. No se distraiga. Concéntrese. Sea un gran trabajador, un gran líder. Y el mejor conductor, peatón, ciudadano; el mejor marido o mujer, padre o madre. El hijo soñado, el yerno o la nuera ideales. Pero no pare. No se detenga jamás, bajo ningún concepto. Porque descansar es de vagos. Sólo así podrá realizarse y obtendrá la felicidad.

Estresa sólo de leerlo, pero ese parece ser el patrón de conducta imperante. Todo individuo está llamado a alcanzar el grado de excelencia en cualquier plano de su vida y a convertirse en una roca dura y compacta en la que el cansancio y el agotamiento nunca podrán hacer mella. Sí, claro. Lo cierto es que la sociedad está pasando por alto un hecho significativo: el hombre es pura biología, una amalgama de procesos orgánicos y de actividades neuronales. Y, como tal, debe descansar para recuperar energía. Un reciente estudio recuerda ahora esta idea, subrayando la necesidad de vivir concentrados, sí, pero de reservar un espacio a la desconcentración, a cultivar el noble arte de no hacer nada o, más bien, de hacer nada, otra forma de hacer cosas.

El análisis, firmado por el experto en salud y liderazgo Srini Pillay y publicado en la Harvard Business Review, explica que la concentración excesiva (en tiempo y forma) deja al cerebro exhausto, pudiendo llegar a provocar una pérdida total de control. Por eso, defiende la combinación y el equilibrio entre la concentración y la desconexión (o la re-conexión con uno mismo), esa actividad gracias a la que el cerebro puede oxigenarse, recargarse y predisponerse a funcionar de forma óptima. Anima, entonces, a parar, a tomar vacaciones. Pero avisa: hay que hacerlo bien.

Estar en la playa no será suficiente si un ojo está puesto en la orilla y el otro en el teléfono, si un oído atiende al rumor de las olas y el otro al timbre del WhatsApp. Pese a que los beneficios de tomarse unos días de descanso son incontables —y que prolija es la literatura científica que los repasa— la competitividad y la dedicación al trabajo parecen pesar más que los pulsos vitales. “En estos contextos, focalizamos tanto al cerebro en el plano laboral que terminamos por olvidar otras parcelas de nuestra vida”, asegura el psicólogo clínico Juan Cruz, que añade: “Los altos niveles de estrés nos obligan a generar altos niveles de cortisol y azúcar en sangre para que el cuerpo sea capaz de responder, hecho que terminará por dañar la salud”.

Ocurre porque el cuerpo se satura. Otros estudios constataron que tanto mujeres como hombres se mostraban más propensos a sufrir ataques al corazón y otros problemas cardíacos si no disfrutaban de unos días de asueto. La razón: no se permiten activar el circuito DNM (Default Mode Network), aquel que se despliega, según la conclusiones de Srini Pillay, cuando el cerebro no está concentrado. “Pero no se trata de no hacer nada, hecho que arrastra connotaciones negativas, sino de engañar al cerebro diciéndole que estamos haciendo algo. Que, precisamente, estamos haciendo nada”, repasa Cruz, que recuerda además que las mejores ideas se alumbran en momentos de este tipo: “Si no, ¿qué hacía Newton cuando formuló la Ley de la gravedad? ¿Acaso no estaba contemplando absorto la naturaleza?”, recuerda.

Aprender a hacer nada

Hay que saber hacerlo. “Muchas personas no pueden descansar porque no saben cambiar su rol. Es como un coche que frena súbitamente cuando circula a 120km. Por inercia, se sigue desplazando unos metros, y el frenazo desgasta los neumáticos de forma brusca, dañando el coche”, explica el psicólogo Juan Cruz. De ahí que muchos trabajadores lleguen a sufrir, incluso, trastornos adaptativos que desencadenan estados de angustia y ansiedad ante la tesitura de no tener un trabajo por hacer.

"Desconcentrarse, hacer nada, es una sensación maravillosa que nos lleva a conectarnos con nuestra propia intuición, alejándonos de los mapas mentales que creamos para cumplir objetivos autoimpuestos" (Juan Cruz, psicólogo clínico)

Pero se puede aprender. Según Pillay, no habrá que sentirse culpable por echarse la siesta, dado que esta ayuda, tras disfrutarla, a permanecer más alerta y a afrontar los problemas con mayor clarividencia. Y habrá que practicar el 'mindfulness', aplicándolo a actividades sencillas como la jardinería, la lectura, buscando así poder soñar despiertos.

Cruz apuesta también por estas actividades que “permiten prestar atención a la realidad de situaciones cotidianas, desde la ducha hasta un paseo, escuchando, oliendo, saboreando el presente”. Aconseja además desconectar de la tecnología para conectar con uno mismo, practicando incluso el nesting, es decir, recuperar el gusto por reservarse un espacio para la soledad y el aislamiento. E invita a aceptar el aburrimiento como algo positivo: “Cuando los niños se aburren despliegan su imaginación, despiertan sus sentidos, investigan. Nosotros podemos hacer lo mismo y entender que el aburrimiento es un motor de actividad”, explica Cruz.

Se recargarán las baterías y las emociones, y se establecerá una distancia frente a los problemas que ayudará a encontrar soluciones efectivas. “Desconcentrarse, hacer nada, es una sensación maravillosa que nos lleva a conectarnos con nuestra propia intuición, alejándonos de los mapas mentales que creamos para cumplir objetivos autoimpuestos”, confirma Cruz.

Ya habrá tiempo para volver. Para concentrarse en las reuniones, los informes y las prisas. Pero entonces también será bueno reservar pequeños espacios para desconcentrarse. Porque, tal y como afirma otro estudio de la Universidad de Radboud, en Holanda, los beneficios de las vacaciones solo tienen efecto durante dos semanas. Y para el puente del Pilar queda mucho todavía.

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