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“Me parece criminal que se siga diciendo que los transgénicos son peligrosos”

El biólogo molecular es conocido por sus críticas a los movimientos antitransgénicos y la industria farmacéutica

José Jordán

Sus descubrimientos en la estructura del ADN constituyen uno de los fundamentos de la floreciente biotecnología actual, una contribución galardonada con el Nobel de Fisiología y Medicina en 1993. Director de investigación de la empresa biotecnológica New England Biolabs, en Massachusetts (EE UU), el biólogo molecular británico Richard J. Roberts (1943), de origen obrero y que pudo estudiar gracias a las becas, es conocido por sus dardos a la industria farmacéutica y al movimiento antitransgénico. Expectante por lo que pueda ofrecer CRISPR, el revolucionario cortapega genético, Roberts es una de las caras visibles de la ciencia que respalda como gran esperanza contra el hambre la agricultura de precisión, basada en los organismos genéticamente modificados (OGM) y sin los problemas del cultivo tradicional.

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“Si desde que comenzaron a utilizarse hace 30 años no ha habido ningún problema con los transgénicos, ¿por qué las organizaciones y los partidos ecologistas no admiten que se han equivocado?”, cuestiona Roberts, promotor de la carta en defensa de los transgénicos que firmaron en 2016 más de un centenar de premios Nobel. El encuentro se da durante su visita a Valencia en junio con motivo de los Premios Rey Jaime I, de cuyo jurado es miembro.

PREGUNTA. ¿Por qué defiende “más ciencia en la política y menos política en la ciencia”?

RESPUESTA. Los políticos deberían utilizar mucho mejor las apreciaciones de la ciencia para aprender lo que es seguro y bueno y lo que no. Deben apoyar la buena ciencia para mejorar las políticas. Y los científicos no necesitamos políticos que sin saber nada de ciencia nos digan lo que debemos y no debemos hacer.

P. ¿Qué significa para la ciencia la presidencia de Donald Trump?

R. Que a China le va a ir muy bien. Casi todo lo que haga Trump hará que China, que está invirtiendo mucho en ciencia, parezca el líder mundial. La salida de EE UU de los acuerdos para luchar contra el cambio climático hará que China lidere esa política, porque está haciendo más que cualquier otro país. No sabemos si Trump cree o no en lo que dice. Según el último presupuesto, le gusta reducir los costes en ciencia, pero creo que el Congreso será más prudente. De llegar a pasar, todo el mundo perdería.

P. Por una cuestión de beneficios y no de ética, afirma que la industria farmacéutica prefiere invertir en medicamentos que debamos tomar el resto de nuestras vidas que en la curación de enfermedades.

R. Critico que la industria diga que quiere curar enfermedades cuando no lo hace porque no es negocio. Durante años se han intentado parar investigaciones que desmienten ciertas cosas. El mejor ejemplo es la Helicobacter pylori. Barry ­Marshall y Robin Warren descubrieron que esa bacteria causaba las úlceras, no solo el ácido. La industria intentó eliminar la investigación. De haber medicamentos que acabasen con las células cancerígenas por inmunoterapia, serían muy difíciles de comercializar: si detuviera el cáncer del todo tomándolo dos o tres veces, ¿dónde estaría el dinero? A la industria le interesa más tratar de parar el avance del cáncer que eliminarlo.

P. En materia de transgénicos, ¿enfrentarse a Greenpeace es defender a Monsanto?

R. No, significa que la tecnología es perfectamente segura. No me gusta la manera en la que Monsanto ha llevado su negocio en el pasado ni ciertas cosas que hace. Pero Greenpeace ha hecho que la gente piense que los transgénicos y Monsanto son una misma cosa: si odias a Monsanto, entonces también a los OGM. Lo que Monsanto y otros laboratorios han hecho para mejorar los cultivos es bastante razonable.

P. ¿El movimiento antitransgénico se asemeja en algo al negacionismo climático?

R. Desde el aspecto financiero, ambos son absolutamente lo mismo, pero Greenpeace y sus aliados dicen que los OGM son peligrosos para la naturaleza y los negacionistas del cambio climático defienden que los humanos no somos los responsables. Hay una diferencia.

P. Aunque la ciencia dice que no son peligrosos, ¿por qué los transgénicos siguen levantando suspicacias?

R. En Europa se temía que las grandes empresas agrícolas iban a expulsar a los agricultores del negocio. Fue muy fácil crear todo tipo de historias, como hacen los políticos: primero infunden miedo y después prometen protegernos. Los coches matan a muchas personas cada año, pero no parece preocuparnos tanto como los transgénicos, pese a que en ellos no hay ninguna evidencia de peligro. Una vez la gente tiene miedo, es difícil tranquilizarla. A las organizaciones verdes les fue muy bien para conseguir fondos. En Europa no necesitamos transgénicos, no vemos morir de desnutrición a personas en la calle. Pero los países en vías de desarrollo necesitan una agricultura mejor, necesitan transgénicos. Me parece criminal que se siga diciendo que son peligrosos. Los científicos locales en Uganda han desarrollado una banana resistente al marchitamiento de xanthomonas, no Monsanto. Hay muchos ejemplos de científicos y pequeñas empresas locales que pueden hacerlo sin depender de ninguna multinacional.

P. En la obsesión por publicar artículos científicos, ¿el impacto es la muerte de la evidencia?

R. Los burócratas no saben de ciencia, pero sí de números. ¿Cómo decidir si un investigador es bueno o no? La forma tradicional, la buena, tenía en cuenta si el trabajo realizado podía llevar a buenos resultados. La actual idea del factor de impacto —el número de citaciones de un artícu­lo— cae en la falacia de considerar mejor al que mayor difusión tiene. Los números no dicen nada del trabajo científico, por lo que la opinión de los burócratas tampoco.

P. En ciencia, ¿mejor el dinero público que el capital privado?

R. Se necesitan ambos. La ciencia, como las carreteras, es una infraestructura. El Gobierno debe costearla para impulsar la economía, no puede esperar a que las empresas lo hagan. Pero invertir en ciencia no implica un retorno rápido. En los años setenta, los investigadores de áreas básicas, como yo mismo, descubrían las enzimas con las que cortar el ADN, y otros trabajaban en unirlo de nuevo y hacer combinaciones. Eso ha hecho posible la actual industria biotecnológica. El mejor papel de un Gobierno es enseñar cómo funciona la ciencia básica.

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