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Desigualdad República Dominicana 1 / El personaje

El diario de la barquera Yaquelín

Muy conocida por cruzar a la gente de una orilla a otra de los ríos Ozama e Isabela, en Santo Domingo, ella es una de los miles de ciudadanos que habitan en viviendas paupérrimas en el país caribeño

Lola Huete Machado

Yaquelín es al barrio Simón Bolívar lo que el agua misma a los ríos Ozama e Isabela, que se abrazan justo frente a su casa, por llamar de algún modo a lo que es pura barraca destartalada. Un habitáculo éste que ella convierte en algo hogareño y digno, con su sofá avejentado, su hornillo y su bombona de gas, su cortina, su ropa tendida dentro y lo que parecen ser remos de su yola (barca) en la esquina. Por culpa de ésta, a Yaquelín todos la conocen como La Yolera. Casi 40 años lleva viviendo esta mujer en ambas orillas del cauce; en esta chabola que ella describe como hecha a piezas de "tablitas, metales y polispán...". ¿Agua tiene?, le preguntamos. "Sí, pero acá es salada, solo vale para bañarse y limpiar; para cocinar o beber hay que comprarla y bajarla en garrafas desde lo alto". ¿Y la luz? "Tengo sí, pero cuando Dios quiere que venga".

De saneamiento ni hablamos: se aprecia de inmediato su inexistencia. Todo va a parar al río. Así, para unas cien mil personas que habitan en estas riberas; en Santo Domingo Norte nos encontramos.

De saneamiento ni hablamos: se aprecia de inmediato su inexistencia. Todo (además de los desagües de industrias varias) va a parar al río. Así, para unas cien mil personas que habitan en estas riberas. En Santo Domingo Norte nos encontramos, para más señas. Más allá queda la hermosa zona centro, colonial y monumental de la capital de un país, la República Dominicana, famoso por sus playas y su belleza; una imagen idílica que solo cuadra con el turismo. Desde los distintos puentes (el de la Avenida 17, por ejemplo) se aprecian bien las dimensiones (ver vídeo arriba) de algunas de las zonas de estos barrios, siempre amenazados por la subida del río, y de los albergues, salpicados aquí y allá, la mayoría poblados por desplazados; que nacieron un día tras un huracán o una tormenta para ser temporales y ahí siguen décadas después.

Yaquelín paseando por la zona ribereña de asentamientos precarios conocida como Simón Bolívar, que se extiende por las orillas de los ríos Ozama e Isabela, en Santo Domingo.
Yaquelín paseando por la zona ribereña de asentamientos precarios conocida como Simón Bolívar, que se extiende por las orillas de los ríos Ozama e Isabela, en Santo Domingo.Pablo Tosco / Oxfam Intermón

"Pero tal como es esto, yo siento que tengo una mansión, y que nadie me puede decir 'vete", sigue Yaquelín, mirando al interior de su único cuarto. Porque las chabolas se compran y se venden con los años, pasan de mano en mano. Cuestan. "Unos 900 pesos pagué hace largo por la mía". Y no piensa dejarla. De realojarse, nada de nada. "Hasta que no lo vea no lo creo. Ha habido muchos casos en que les han prometido, les han tumbado el barracón y nunca les dieron nada". Ella guarda aún en su casa restos de "estos naufragios" y hasta objetos abandonados o perdidos en la última o penúltima subida del cauce. Además, ¿de qué iba a vivir una yolera en un bloque de pisos sin río?

Yaquelín (Carmen Lidia Marcelino), de 59 años que no aparenta, huérfana de madre desde niña, es mujer de iniciativa, lista, emprendedora, como tantas otras de aquí que lo cargan todo acuestas. Se calza sus zapatillas, sus vaqueros y camiseta ajustada y sale a la faena bien temprano cada día. Sabe, además, contar bien la historia de su vida y la vida de los otros, tal como debe ser contada para mostrar -con los elementos interesados y necesarios- la miseria en la que muchos habitan (y basta mirar alrededor: basura tras basura, aguas sucias, chatarra, mil tonos de uralitas, plásticos...). Sabe narrar a gusto lo sufrido; lo que supone ir a pedir desde la más pura condición y conciencia de pobre; lo que es recibir algo y sacar provecho de los políticos de turno "cuando a ellos les interesa": "Vienen a prometer cuando quieren votos y luego ya no regresan más". Sabe lo que representa ser querida o no, según para quién, en su propia comunidad. Y todo lo deja caer como si nada, con un acento compacto que a ratos cuesta seguir.

Y ver cruzar así ante nuestros ojos, como en una alucinación, las hileras infinitas de chabolas que se descuelgan por aquí y por allá por la ladera y escupen gente hacia el río sin piedad, cual despojos.

Narra ella bien ante los extraños, acostumbrada como está a las visitas (las organizaciones barriales como Copadeba y otras con apoyo internacional, como Ciudad Alternativa, u Oxfam trabajan muy directamente con estas comunidades y pelean contra la precariedad de vivienda y por la búsqueda de soluciones), cómo conseguía y repartía, según su criterio, fundas de leche, mosquiteras, medicamentos, entre las familias de la zona. Nos cuenta su progreso y retroceso; su esperanza en las personas y en los políticos con los que se ha ido encontrando. Y sus decepciones cuando nadie le ha dado respuesta: "Siempre he ido tocando puertas... soy famosa por eso, por llamar pidiendo". Pero ahora no tiene, asegura, una mano amiga donde acudir, porque antes en el ayuntamiento estaba fulanito o fulanito (y cita nombres) que siempre contribuían, "pero ahora están estos y estos [más nombres], gente que te dice: ¿de qué partido tú eres? Yo entiendo que para asistir al prójimo no hay que preguntar por partido o iglesia, ese es mi pensar. Yo quería poner aquí abajo un puestito de leche para repartir fundas a cada persona del barrio, pero no ha habido suerte".

Sabe Yaquelín reír y llorar por la pérdida de los seres queridos... Lo hace al recordar a su padre, desaparecido hace ya 24 años, al que no olvida; juntos llegaron desplazados hasta aquí y se enfrentaron al reto del desarraigo: "Era todo para mí, mi padre y mi madre. Cuando un día lo encontré muerto, me cambié a este lado del río". Sabe La Yolera pedir para los suyos, que permanecen juntos; irse a protestar en la escuela cuando un hijo o un nieto no parece bien tratado. "A un niño que quiere estudiar no se le puede cerrar puerta", sentencia. ¿Cuántos hijos y nietos tiene?, le preguntamos. "Ocho de los primeros y creo que, mal contados, ¡28 de los segundos!".

Yaquelín en el interior de su casa, con las garrafas de agua potable que debe transportar desde lo algo para poder cocinar y beber. Barrio de Simón Bolívar, en Santo Domingo.
Yaquelín en el interior de su casa, con las garrafas de agua potable que debe transportar desde lo algo para poder cocinar y beber. Barrio de Simón Bolívar, en Santo Domingo.Pablo Tosco / Oxfam Intermón

La Yolera nos lleva de paseo por la isla La Esperanza, donde trabajó de capataz de medio ambiente antaño y ahora es obrera; un lugar antes baldío y ahora hermoso que ha visto crecer desde la nada, planta a planta, sol a sol, situada en el medio de Los Tres Brazos. "En la isla se organizan eventos de la iglesia, de la comunidad, políticos... es como la zona turística nuestra". Es su respiro. Y nos permite navegar por la ribera, para mirar a la orilla desde el agua y bajo los puentes... Y ver cruzar así ante nuestros ojos, como en una alucinación, las hileras infinitas de chabolas que se descuelgan por aquí y por allá por la ladera y escupen gente hacia el río sin piedad, cual despojos. En porches precarios, ventanas o verandas se ve grupos de personas mayores, corros de niños, bandas de jóvenes dejando fluir el tiempo como fluye el agua... Mucho desempleo, mucha droga, mucha desnutrición, muchas enfermedades infecciosas, muchos embarazos adolescentes, mucha violencia en general y contra las mujeres en particular... Una sucesión infinita de tormentos que parecen especialmente diseñados en remolinos para los más vulnerables. Unos 200 millones de personas, según el Banco Mundial, viven en América Latina y el Caribe en este tipo de asentamientos informales.

En este, cuanto más arriba vives más vales. Si andas a ras del río vendrá el ciclón, la tormenta, "lo que Dios quiera", y subirá el agua, primero poco a poco, luego con voracidad. La fuerza de un río nada entiende de malos gobiernos, ni de pésimas políticas urbanas, ni de deficientes materiales de construcción, ni de desigualdad. El agua no sabe de ricos ni pobres. Pero estos la conocen bien y la respetan. Y es un sueño aquí, en el Simón Bolívar y aledaños, ascender de chabola en la ladera, conseguir mudarse hoy o mañana o al otro un escalón más arriba. Para así salvar los trastos y quizá la vida.

Un día vino un político (otro nombre da Yaquelín) y les pintó las fachadas de girasoles. El verde y el amarillo relucientes se ven bien desde la distancia. La Yolera agradece tanta ayuda. "Mi barrio ahora mismo está bonito, es la verdad, yo tenía fotos del antes y el después de los girasoles. Pero sé que esto es como las manzanas: por fuera bien lindas, pero por dentro... ¡hay que ver lo que hay por dentro!". "Gracias a Dios" es la frase comodín de Yaquelín para dichas y adversidades. Pero en la despedida nos regala la clave para sobrevivir en el Simón Bolívar: "Dios es grande, el que se agarra a Dios no se cae".

Oxfam ha lanzado en República Dominicana y España junto a la iniciativa CasaYa la campaña "1paratodosytodasporel1" para conseguir que el Gobierno del país caribeño aumente el presupuesto para vivienda hasta el 1% del PIB. Puedes seguirla con el hashtag #CambiemosPrioridades en redes sociales. 

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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