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El padre de Nemo tendría que haber cambiado de sexo

Un estudio liderado por españoles revela los mecanismos que transforman en hembra al pez payaso macho cuando desaparece su pareja

Un pez payaso sale de su anémona. En vídeo, así debería haber sido la historia de 'Buscando a Nemo' .Vídeo: L.CASAS / F. SABORIDO / EPV

"Disney no nos contó la verdad", revela Fran Saborido Rey, jefe del Grupo de Ecología Pesquera del Instituto de Investigaciones Marinas en Vigo cuando se le pregunta por la auténtica relación familiar de los peces payaso. Es cierto que son monógamos hasta la médula, fieles a su pareja al abrigo de la urticante anémona que a ellos no les pica. Es cierto, también, que la hembra tiene más arrojo y siempre va por delante a la hora de salir de su casa para comprobar si algún peligro acecha. Y es cierto, además, que cualquier mal día puede venir una barracuda y zampársela de un bocado. Pero a partir de ahí el cuento falla. Porque el macho emparejado con la hembra, al constatar durante unas dos semanas de espera que la ausencia de la chica no tiene remedio, empezará a desarrollar sus gónadas femeninas mientras se atrofian hasta desaparecer los testículos. Al mes y medio, Marlin, el padre de Nemo, tendría que haberse convertido en una hembra plena. Y además el individuo juvenil que ocupa con él la anémona, es decir, en este caso el propio Nemo, debería abandonar a toda prisa su mocedad para madurar y transformarse en el macho del matrimonio.

Saborido forma parte del proyecto dirigido desde un puerto del mar Rojo por otra española, Laura Casas, que ha ahondado en los mecanismos del cambio de sexo de los pequeños peces payaso (Amphiprion bicinctus) en un trabajo conjunto del Red Sea Research Center de la King Abdullah University of Sciencie and Technology (Arabia Saudí) y el Instituto de Investigaciones Marinas (CSIC). Gran parte de la investigación, iniciada en 2013, se llevó a cabo en Yeda, una gran ciudad costera relativamente cercana a La Meca y abierta al mar Rojo, el escenario donde fueron capturadas las 16 familias de peces payaso objeto de estudio.

El equipo compuesto por científicos del centro ubicado en Galicia y del de Arabia Saudí estudió el genoma de esta especie que se agrupa en familias de dos, tres o incluso siete individuos, dependiendo del tamaño de la anémona. Si son dos, serán hembra y macho, ella siempre más grande y dominante. Si son tres o más, la familia estará compuesta por una hembra y un macho adultos y una colección de peces juveniles masculinos que en realidad albergan gónadas de los dos sexos para lo que les depare el futuro. No son hijos de los cónyuges, sino que han arribado desde otras anémonas. Porque en esto también miente la película de Disney: al eclosionar los huevos que ha puesto una madre, sus vástagos son inmediatamente arrastrados y dispersados por la corriente como fabuloso remedio contra una endogamia que acabaría debilitando la especie. Nemo, por tanto, si vivía en casa de Marlin sería un hijo adoptado.

Toda esa muchachada que se acaba arrimando a una pareja adulta va creciendo lentamente en tamaño (aunque siempre por debajo del macho y la hembra grandes), sin que sus aparatos reproductores sufran modificación alguna hasta que a la familia le haga falta. Si desaparece la hembra, su macho emprenderá el camino sin retorno que le llevará a perder las gónadas masculinas a favor de los ovarios, y el más peleón y robusto de los cadetes dejará de inhibir su crecimiento y ocupará el papel del macho adulto. Es la ley de la ventaja y la supervivencia. El cambio de sexo de los peces payaso es un acontecimiento "controlado socialmente", comenta Saborido, dentro de unas familias "fuertemente jerarquizadas" en función del tamaño. Hay ejemplares que pasan toda su vida (entre unos seis y 12 años con mucha suerte) sin opción a medrar y transformarse.

Al eclosionar los huevos que ha puesto una madre, sus vástagos son inmediatamente arrastrados y dispersados por la corriente como fabuloso remedio contra una endogamia que acabaría debilitando la especie

Por otra parte, si en una anémona solo viven una hembra y un macho, sin peces payaso juveniles a su alrededor, en caso de que la hembra muera, el macho se queda completamente solo y, en vez de cambiar de sexo, asume con resignación su viudedad. Solo se volverá hembra si la corriente marina le regalase un chico que lo relevase como macho.

Los payaso entran dentro del gran grupo de peces llamados protándricos, es decir, que cambian de macho a hembra, en contraposición al hermafroditismo a la inversa, de hembra a macho, que integran los peces protogínicos. Entre los protándricos, los peces payaso son monógamos, pero existe una mayoría de especies, algunas tan conocidas como el besugo (Pagellus bogaraveo), que mantienen bajo el agua relaciones promiscuas y lo habitual es que todos se acaben convirtiendo con el tiempo en hembras.

Protogínicos son, por ejemplo, el pinto o maragota (Labrus bergylta) y el mero (Polyprion americanus). Entre ellos hay "un macho dominante y un harén de hembras", ilustra Saborido, que lleva años estudiando en Vigo estas especies. Si muere el macho, la hembra más grande y fuerte inicia la transformación sexual para ocupar el rol del jefe masculino del harén. "Numerosas especies marinas comerciales son hermafroditas, y la mayoría se encuentran sobreexplotadas", defienden los investigadores, "indagar en sus patrones sexuales es fundamental para diseñar una estrategia óptima de pesca sostenible".

Los resultados del estudio sobre los peces payaso se ha publicado en la revista Scientific Reports, del grupo Nature. Se ha comprobado que los primeros signos moleculares del cambio de sexo se detectan en el cerebro de los machos antes que en su aparato reproductor, a las dos semanas de la desaparición de la hembra. En mes y medio, el proceso se ha completado. Por lo que quien debería echarse a la aventura, en compañía de Dory y en busca de Nemo hasta llegar a Sidney, ya no sería su padre, sino Marlin metamorfoseado en una nueva madre.

Esas dos semanas son "un proceso de espera", explica Saborido, un tiempo de duelo necesario en el que el macho que ha perdido a su esposa se pone "nervioso" pero no empieza a transformarse porque podría ser que la hembra regresase. Si fuese así él quedaría en un estado intermedio, con los testículos en fase de degeneración y "sin vuelta atrás". Cuando pasan esos días, el cerebro empieza a enviar las órdenes para el cambio: los genes que estaban en estado latente "se expresan", se manifiestan diciéndole al cuerpo lo que debe hacer.

"Hay dos elementos clave que explican el éxito evolutivo del pez payaso. Por una parte, su simbiosis con las anémonas, su refugio; y por otra, su capacidad para cambiar de sexo rápidamente al fallecer su pareja", dice Laura Casas, la directora del proyecto. "Lo primero había sido ampliamente estudiado, pero no así los mecanismos que orquestan el cambio a hembra". Claro que para recoger ejemplares y descubrir lo segundo, según cuenta Fran Saborido estos investigadores tuvieron primero que enfrentarse a las anémonas: "¡Cuántas veces nos picaron en los brazos!"

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