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La resistencia de las desplazadas

Cuatro mujeres antioqueñas cuentan cómo escaparon de la violencia durante el conflicto de Colombia

Auxilio Socorro Caro, en su tienda de bombones artesanales en Medellín.
Auxilio Socorro Caro, en su tienda de bombones artesanales en Medellín.Lola Hierro
Lola Hierro
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En Colombia hay más de ocho millones de víctimas. Con ellas, otros tantos millones de historias únicas que convierten los números en personas de carne y hueso, que ayudan a acercar y a humanizar un conflicto armado que tuvo al país en vilo durante más de 50 años. Durante la elaboración del reportaje Volver a Granada, varias mujeres se ofrecieron a contar su experiencia desde la valentía que supone traer al presente los fantasmas del pasado. Todas ellas hubieron de desplazarse desde sus lugares de origen a otras partes del país para huir de la violencia. Estas son sus historias:

Auxilio Socorro Caro

Desplazada de Urabá a Medellín

Tengo 61 años, soy de un departamento de Antioquia pero toda mi vida viví en Urabá, una tierra de banano, de ganaderías… Tenemos seis hijos y una nieta de 16. Nos vinimos en el 96 porque teníamos miedo. Allí teníamos unas tierras, ganado, chocolate, cacao, trabajadores… Allí llegaban muchos grupos pero nosotros no los distinguíamos. Un día llegó uno, se fue y luego llegó otro y amarraron a mi marido en la casa junto a los trabajadores, para matarlos, durante tres horas. Los niños vieron todo. Decían: “vamos a matar a este viejo porque apoya a cierto grupo”. Mi esposo dijo: “yo no apoyo a nadie, acá llegan todos y yo recibo a todos porque no podemos negarnos”. Y ya decidieron soltarlos y no matarlos. Después de eso mi esposo dijo que nos fuéramos porque tenía miedo. Y nos fuimos a unos 10 kilómetros del pueblo; ahí yo empecé a vender comida en la calle, para el sostenimiento de mi familia porque ya no teníamos nada. Nos fuimos con lo puesto, con alguna ropa en una mochila y ya. La casa la quemaron a los ocho días de que nos fuéramos.

Después de todo este problema mi esposo se colocó como empleado en una finca de banano y con el tiempo yo le vendía comida a la policía y ya me dijeron que si seguía vendiendo a la policía me iban a matar. Por esta amenaza nos tuvimos que ir a Medellín al cabo de seis años. No sé qué grupo era, hay muchos, creo que eran las FARC pero no estoy segura, como se visten tan parecidos no los distingues.

Un día amarraron a mi marido en la casa junto a los trabajadores, para matarlos, durante tres horas Auxilio Socorro Caro, desplazada

Ya llegamos en el 96 con los hijos aún pequeños, yo me empleé en casas de familias como empleada doméstica pero no me daba la plata. Lo que ganaba no alcanzaba para cubrir los gastos. Y empecé a hacer manualidades, una cosa, otra, otra, otra… Ya me enfermé de la columna, que soy discapacitada. Mi marido se quedó en un pueblo más acá trabajando en una finca bananera pero ahora está y enfermo con insuficiencia renal crónica y no puede trabajar. Él se quedó allá y yo me vine con los niños. Para mí fue difícil pero Dios no le permite pruebas más allá de la capacidad de uno.

A veces yo estuve con la psicóloga de unidad de víctimas porque yo antes no dormía, lloraba mucho. Pensaba que nosotros teníamos antes un bienestar económico y ya nos cambió totalmente la vida y es difícil, pero una lo supera. Al final nos hemos sostenido trabajando de asistenta y haciendo artesanía, ahora con bombones. Pero nosotros no queremos retornar, son recuerdos muy malos los que hay allí. Ya nos adaptamos al clima, ya sabemos trabajar para ganarnos el sustento y podríamos decir que la familia ya está acá la mayoría... Usted sabe que el hombre es un animal de costumbres, uno se adapta. Aprendimos.

Claudia Cirley López

Desplazada de la Vereda de Los Medios, en Granada, a Medellín

Claudia Cirley López, junto a una chiva en Granada.
Claudia Cirley López, junto a una chiva en Granada.

En mi familia somos cinco, soy la mayor de tres hermanos. Vivíamos en la vereda de Los Medios y en 1997 nos desplazamos. Yo ya iba cumpliendo los 18 años, ese era el temor de mi mamá, que nos robaran los guerrilleros. Mi hermanita tenía como 12 años, la otra 10. Una vez que íbamos en la chiva desde la vereda a la ciudad nos tocó ver cómo a uno de nuestros vecinos lo bajaron del carro y a todos nos pidieron los documentos de identidad. La cédula la pedían cuando uno se bajaba y empezaban a revisar en las listas negras. Quien apareciera se tenía que quedar. Por cualquier cosa uno figuraba en ella. Ese día nos dijeron: "súbanse y este vecino se queda". Y el señor llorando, la familia llorando… Fue una cosa muy desgarradora, muy tenaz. Cuando el carro arrancó, porque nos dijeron que nos teníamos que ir, al ratico sentimos los disparos, ya sabíamos que lo habían asesinado, y en el carro iban su esposa, sus hijos… Esa fue la gota que le rebosó a mi mamá la resistencia, ahí dijo: "Ya no más, esta es la última vez". 

En una ocasión, uno de los conductores no sé por qué apareció por mi vereda y dijo: "El que suba ya lo saco, pero ya". Nos subimos con la ropa que teníamos puesta, eso fue tarde en la noche. No cogimos nada. En la carretera había muchos retenes, todo el mundo rezando un rosario y otro rosario… En cada curva sentíamos el miedo de que nos pararan. Y entonces llegamos al Alto del Palmar, llegar allí era como ir a la silla eléctrica porque aquí solía haber un retén. Llegar a ese punto fue lo más terrible del mundo, pero cuando ya tocamos la autopista, todo el mundo descansó. Todos lloraban. Ay, esa fue una noche muy tenaz. El carro iba lleno, la gente que alcanzó a subirse fue mucha.

Cuando el carro arrancó, al ratico sentimos los disparos, ya sabíamos que lo habían asesinado...

Claudia Cirley López, desplazada

Llegamos a Medellín, a la casa de una tía en el barrio de Robledo. Tenía como cuatro familias cuando llegamos. Mi papá empezó a vender sábanas. Los granadinos que estaban en Medellín y tenían formita económica acogían a los campesinos y les entregaban mercancía para que vendieran, y a la tarde liquidaban con ellos y con las ganancias de las sábanas comíamos.

Así vivimos muchos años hasta que en 2008 mi papá decidió volver a la vereda. Pero mi papá volvió solo y mi mamá dijo que no porque nos tocó ver muchas cosas tenaces. Mamá dijo: "usted se va solo, nosotros no". Mi papá respondió: "Bueno, m’hija, yo me voy de la mano de dios". Cuando llegó a la vereda de Los Medios, la casa de mi abuela, como era de barro, pues ya no existía. Entonces se fue a vivir a casa de un amigo y empezó a reparar la casita, y ya entre todos empezamos a poner plática para el techo, rehacer el piso, un muro, la cocina… Hasta que estuvo organizadita. Mi papá se pasó entonces a la casa de mi abuelita a vivir y mi mamá, en una de las visitas que le hacíamos, me dijo: "Hijas, mandadme la ropa porque yo me voy a quedar con vuestro papá". Hoy ellos siguen trabajando la tierra, no les pesa la edad, la gente campesina es muy fuerte. Mi papa tiene 60 años, mi mamá 59. Son gente que tiene unos bríos… Son hermosos, todo el día la pasan sembrando, cuidando las gallinas... Han tenido hasta chivos.

Seneida Agudelo Morales

Desplazada de San Luis a Medellín

Seneida Agudelo.
Seneida Agudelo.Cortesía de la entrevistada

En una vereda del municipio de San Luis, Antioquia, a unos 75 kilómetros del casco urbano vivíamos mi familia: seis hermanos, —mi gemela y yo las menores—, y mis papás, junto con otros 1000 habitantes. Era de amplio conocimiento la existencia de las guerrillas de las FARC y el ELN. Teníamos extensos cultivos de café y caña de azúcar, ganado y demás animales. Económicamente nunca nos faltó nada. Los años transcurrían tranquilos, hasta 1997, cuando se lanzó una ofensiva por parte del Gobierno para acabar con las guerrillas. Para esa época mi hermana gemela y yo teníamos apenas ocho años. A la vereda llegó el Ejército nacional, a manos de quienes centenares de personas padecieron violencia física, sexual, hurtos a sus propiedades y todo tipo de atropellos. Pero comparado con lo que fue la presencia de los paramilitares, sus malas acciones quedaron casi que olvidadas.

Los paramilitares, el grupo armado más sangriento del país, tomó el poder de la vereda. Asesinaron a sangre fría a muchas personas, vecinos nuestros, amigos de toda la vida, familiares. Gente buena, trabajadora e inocente. Los asesinaban por sospecha de que fueran guerrilleros, por rumores, por no tener documentos de identidad en orden, por hacer un mal comentario, por lo que fuera. Utilizaban motosierras y métodos de tortura que apenas hasta ahora que he crecido puedo imaginar. No se me olvida el día en que fue asesinado un niño de tan solo nueve años a manos de la guerrilla porque supuestamente le había ayudado a llevar unos caballos a los paramilitares.

Entre la disputa entre guerrillas y paramilitares, estos primeros empezaron a reclutar gente para sus filas. Como mis hermanos mayores ya tenían edad, le dijeron a mi papá que tenía que colaborar, que si se negaba tendría que irse o atenerse a las consecuencias. Así mi papá se vio obligado a pedirnos que nos fuéramos para San Luis. Era el año 2001. Empacamos como pudimos algo de ropa y la cantidad de enseres que nos cupieran en un único camión que ingresaba a la vereda sólo tres veces por semana.

Mi papá entró un grado tal de depresión que falleció solo un mes después de la muerte de mi hermano

En el afán de salir, mi hermano mayor, el único varón de la casa, desconectó la pipeta de gas con la que cocinábamos y el gas se esparció debido a una mala manipulación. Esperamos un tiempo prudencial para que saliera el gas de la habitación, pero tiempo era lo que no teníamos. Mi hermano entró a bañarse, y al prender la luz del baño la casa explotó. Él salió completamente incendiado, pero aún vivo. Todas las cosas que nos íbamos a traer quedaron reducidas a nada por las llamas. Finalmente el camión llegó, a eso de las 10 de la mañana de un día de diciembre de 2001. Sacamos a mi hermano gravemente herido; y llegamos a San Luis sin absolutamente nada excepto por el poco dinero que mi papá traía fruto de la venta de algunos productos. Mi hermano fue remitido a Medellín por la gravedad de sus heridas, donde murió ocho días después. Tenía 24 años y un hijo de nueve meses de nacido. Mi papá entró un grado tal de depresión que falleció solo un mes después de la muerte de mi hermano. Yo tenía 11 años.

La crudeza del conflicto nos había quitado todo lo que hasta entonces teníamos, incluidos mi papá y mi hermano. Ahora le tocaba a mi madre, una mujer que había vivido toda su vida en el campo, y que no sabía hacer más que servir a su esposo y a sus hijos y cumplir con las obligaciones de la casa, sin un grado de escolaridad mínimo, enfrentarse a ese mundo completamente extraño para ella, una ciudad del tamaño de Medellín, a tratar de sobrevivir quién sabe cómo. Mis hermanas mayores empezaron a trabajar en cafeterías. Mi gemela y yo logramos terminar el colegio, y posteriormente, después de trabajar muy duro, ingresar a la universidad de donde me gradué como abogada en el año 2015. Mi hermana cursa Comunicación social y periodismo. El Gobierno le dio una casa a mi mamá en el Municipio de granada a título de indemnización y mis hermanas mayores ahora ya tienen sus propios negocios.

La huella de esos duros momentos opaca todavía la sonrisa de mi mamá que, aunque un poco más tranquila 15 años después, no puede evitar llorar cuando le preguntan por lo que ocurrió. A pesar de lo duro que fue para nosotros, nuestra historia no fue nada comparada con las de miles de familias colombianas a quienes la guerra les arrebató todo de la manera más macabra que pueda imaginarse.

Mónica Hernández

Desplazada de Granada a Cali

Mónica Hernández en su casa de Granada.
Mónica Hernández en su casa de Granada.

Nosotros somos de acá de Granada, de una vereda que se llama Libertad. Allá vivíamos con mis papás y mis hermanos. De repente empezaron con que llegaban los paramilitares y el Ejército y empezaron a jalar gente en la guerrilla. Chicos y chicas, el que fuera mayor de 12 años debía pertenecer a ellos. En aquel entonces yo tenía 12 años, fue en 2002.

Yo ya había terminado la Primaria en la escuelita y mi papá me mandó para que siguiera estudiando acá, a Granada, donde ya estaban dos hermanas. Esto fue en enero. En marzo ellos se tuvieron que venir. La guerrilla dijo: "o todos conmigo o se van", inclusive mi papá y mi mamá que eran mayores ya. Decidieron pues desplazarse. Eso fue una tarde loca que salieron de una y dejaron la finca y todo. Cultivábamos café, caña, maíz y frijol. No sé cuántas hectáreas pero era una finca grande.

Recuerdo que cuando estábamos allá en la finca una vez apareció la guerrilla y obligatoriamente teníamos que darles lugar para dormir. Cuando ya estaba amaneciendo empezaron a despertarse y cogieron todo lo de la cocina y se lo llevaron, toda la comida. Recogían y se iban. Unos días más tarde era el Ejército el que pasaba preguntando por ese grupo. Estabas temeroso. No se podían usar las botas que usan los campesinos porque ya eras guerrillero.

A un tío mío, hermano de mi mamá, se lo llevaron de aquí y no hemos vuelto a saber nada

Mónica Hernández, desplazada

Yo seguí mis estudios acá en Granada y de repente al año siguiente, 2003, esto se empezó a llenar de paramilitares y de amenazas para los jóvenes. Una vez mi hermana estaba en esta habitación y uno de ellos se paró con el arma en la mano, ahí en la puerta. A él le dio risa y salió y se fue. Después de tres o cuatro años yo me fui para Cali en 2007 como desplazada. Mi familia se empezó a esparcir por las amenazas constantes. A un tío mío, hermano de mi mamá, se lo llevaron de aquí y no hemos vuelto a saber nada. A otro tío hermano de mi papá también se lo llevaron y lo tuvieron secuestrado un par de meses. Luego lo soltaron porque era muy mayor. Por eso la familia se acabó esparciendo: a Medellín, a Cali…

Yo estuve en Cali ocho años con mis dos hijos y hace tres años que regresé a Granada. Cuando llegué a la ciudad siempre sentía miedo de que les pasara algo a mis hijos. No estaba tranquila nunca y creo que nunca me acostumbré a la ciudad. Primero con los niños, como era tan pequeños, era muy difícil conseguir un trabajo. Yo compraba litros de yogur y los revendía, o revistas por catálogo. Tenía máquinas en mi casa y trabajaba en la costura y ganaba un poquito pero no era suficiente. Por eso decidí regresar. Muchísimo mejor ahora.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

Más información

Pared del Salón del Nunca Más con las imágenes de algunos de los desaparecidos durante los años de conflicto en Colombia. El Salón es un espacio para la memoria de las víctimas y la denuncia y está en Granada (Antioquia), una de las zonas más castigadas por la guerra.

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Lola Hierro | Granada (Colombia)

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