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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El amor del marino zanzibarí

Recuerdo de una historia de juventud entre un capitán africano y una chica sevillana

Un marinero navega por el océano índico, en aguas de Tanzania.
Un marinero navega por el océano índico, en aguas de Tanzania. Lola Hierro
Lola Hierro
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En África hay más de 1.200 millones de habitantes. Esto significa que, por lo menos, hay 1.200 millones de historias que contar. Y una de ellas es la de Jeff, un lobo de mar. Es el primero en subir y el primero en apearse del lujoso ferri de la empresa Azam Marine que sale puntalmente a las siete de la mañana de Dar es Salaam, principal ciudad de Tanzania. El barco une el continente con Stone Town, capital de Zanzíbar, un archipiélago de islas situadas a unos 80 kilómetros del continente. Zanzíbar pertenece al mismo país, pero es una región autónoma e independiente hasta para nombrar sus propios ministros. Jeff es zanzibarí de antepasados indios, tiene ahora 67 años y es marino retirado. En su juventud, pasó 15 años navegando por el mundo: “Por Asia, por América, por Europa y por África”, asegura con orgullo.

Jeff, marino retirado, en la cafetería del ferri entre Dar es Salaam y Stonetown, en Tanzania.
Jeff, marino retirado, en la cafetería del ferri entre Dar es Salaam y Stonetown, en Tanzania.Lola Hierro

Como iba diciendo, el viejo exmarino siempre es de los primeros en subirse al ferri. Allí trabaja, por llamarlo de alguna manera, como camarero tras la barra de la minúscula cafetería del barco. Un barco, por cierto, sofisticado e impoluto. Con dos clases: primera y económica, por las que se pagan 50 y 35 dólares respectivamente. Con sillones de cuero y aire acondicionado en la primera, con sillas de lona y aire fresco en las cubiertas superiores y con televisiones de plasma repartidos por todas las salas. Un servicio de primera para los tanzanos y numerosos turistas occidentales que viajan hasta esta isla paradisiaca y uno de los destinos turísticos más potentes de África.

A las seis de la mañana, Dar es Salaam se despierta. La policía regula el tráfico en la carretera que discurre paralela al mar, los trabajadores hacen cola en la parada del autobús, hay mozos que venden frutos secos y ofrecen té caliente en la entrada del puerto. Los pasajeros del transbordador adquieren sus billetes en las oficinas de la empresa y se apresuran hacia el pantalán. Cuando entran en el barco ya está Jeff tras la barra. Él no necesita trabajar, a sus 67 años está más que jubilado, pero le entretiene servir bebidas, samosas y bolsitas de cassava. Viaja en el ferri todo lo que quiere porque el dueño se lo permite. “Somos amigos desde que íbamos juntos al colegio”, aclara. Entre un café y otro es fácil entablar conversación, y a los cinco minutos de charla se descubre la historia que él tiene que contar. Una historia de amor.

Pasajeros del ferri entre Dar es Salaam y Zanzíbar, a primera hora de la mañana.
Pasajeros del ferri entre Dar es Salaam y Zanzíbar, a primera hora de la mañana.Lola Hierro

La conoció en Sevilla, allá por los ochenta, no recuerda el año. “Ella era decente, no como las otras chicas, ya sabes, las que se acercaban a los marineros”. Se enamoraron. “Tenía la piel muy blanca, blanquísima, y el pelo lacio y claro. Los ojos eran verdes”. Lo que no consigue recordar es su nombre, aunque sabe que era corto. ¿Ana? ¿Carmen? ¿Sara? “No, ninguno de ellos”. Sí que tiene grabado en la memoria el momento exacto en el que se conocieron: en unos jardines sevillanos cuando él estaba de paso por la ciudad. “Se acercó a mí y me preguntó ‘¿qué hora es?’ y así empezamos a hablar”.

Durante un tiempo, se intercambiaron postales. “Le escribía desde Chile, el Líbano, la Argentina, Europa…” dice él. Ella le sugería que se casaran. Aseguraba que se mudaría a África. Pero él estaba comprometido con su trabajo. Comenzó como marinero raso en un buque de carga y terminó capitán, algo que repite un par de veces con mucho orgullo. “Fueron muy buenos tiempos, viajé por todo el mundo y transporté mercancía de toda clase, pero no me podía comprometer”.

Ella era decente, no como las otras chicas, ya sabes, las que se acercaban a los marineros

Llegó un momento en que ya no supo más de ella. Siguió haciéndole millas a la mar, alternando con “chicas de discoteca” y descubriendo países nuevos. En Colombia, una vez, fue invitado a cenar por una familia. Cuando le vieron usar cubiertos le acusaron de mentir sobre su origen. “Ellos pensaban que era americano porque aseguraban que los africanos siempre comemos con las manos y no llevamos traje ni corbata”, rememora con gracia.

Al cabo de 15 años decidió regresar a su tierra natal, Zanzíbar, y se casó con la que hoy es aún su esposa, pero no la sevillana, sino una chica de su país a la que hoy sigue unido. Han tenido dos hijos, un chico y una chica, y unos cuantos nietos. A ambos los mandó a estudiar a Canadá y el varón fundó una empresa orientada al turismo: ofrece buceo y otros deportes acuáticos en una de las playas más hermosas de la isla de Unguja, la mayor del archipiélago.

Jeff vive en una bonita mansión con piscina y varias terrazas, presume de ella y muestra fotos que guarda en su móvil. También almacena algunas de su juventud: las de un jovencito de porte digno, pelo afro, mandíbula marcada y barba bien recortada. Siempre bien vestido. También lleva digitalizadas imágenes de su boda, en las que se ve a los novios con los tres trajes que llevaron los tres días que duró la celebración. Tan elegantes como unos príncipes de Las mil y una noches.

Una pasajera del ferri entre Dar es Salaam y Zanzíbar toma una fotografía con su móvil desde la cubierta.
Una pasajera del ferri entre Dar es Salaam y Zanzíbar toma una fotografía con su móvil desde la cubierta.Lola Hierro

El lobo de mar no volvió a saber nada de su amor de Sevilla. “Es posible que se haya olvidado de mí, han pasado muchos años”, murmura. Pero, aunque no le venga a la cabeza su nombre, él sí se acuerda de ella, al menos hasta el punto de haberla sacado en una conversación de cafetería con una interlocutora desconocida. Si aquella andaluza misteriosa lee algún día esta historia y se reconoce, que sepa que su amor de juventud la recuerda desde la remota Zanzíbar.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Periodista de la sección de Internacional, está especializada en migraciones, derechos humanos y desarrollo. Trabaja en EL PAÍS desde 2013 y ha desempeñado la mayor parte de su trabajo en África subsahariana. Sus reportajes han recibido diversos galardones y es autora del libro ‘El tiempo detenido y otras historias de África’.

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