Drones en acción humanitaria
Se publica el primer estudio en profundidad sobre su uso en situaciones de crisis. Las organizaciones internacionales apuestan cada vez más por la innovación para afrontar nuevas necesidades
La Nacional 1 de Diffa, en el este de Níger, no es una carretera cualquiera. A diferencia del resto de nacionales 1 del mundo, está flanqueada por un centenar de asentamientos informales que acogen a 250.000 desplazados en un área equivalente a la de Bélgica. Refugiados de Nigeria y desplazados del propio Níger que están en constante movimiento para rehuir la violencia del grupo extremista Boko Haram. Aquí es donde entra en juego el T-800 M, el dron que el productor autodidacta de Níger Aziz Kountche ha puesto al servicio de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) para elaborar un mapa de los asentamientos, valorar las necesidades de los desplazados, organizar su registro y planificar los servicios de saneamiento, salud y educación correspondientes. Acnur y sus socios también han empezado a utilizar pequeñas aeronaves no pilotadas para mejorar la eficacia de la ayuda humanitaria en Burkina Faso —con 32.000 refugiados de Mali— y en Uganda, que con medio millón de sursudaneses —340.000 de ellos desplazados desde el rebrote de la violencia etnopolítica en julio—, va camino de convertirse en una de las zonas de mayor concentración de refugiados del mundo.
Los drones no son un ingenio nuevo. Se utilizan desde hace una década en sectores civiles tales como construcción, defensa y, de forma más reciente, el ámbito del desarrollo. Ahora, también se abren paso en las crisis humanitarias de la mano de grandes organizaciones como Acnur —autoridad mundial en refugiados— y la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (DG ECHO), uno de los principales donantes de ayuda humanitaria a nivel global y cofinanciador del primer estudio en profundidad sobre la utilización de drones en la acción humanitaria, liderado por la fundación suiza FSD y publicado en diciembre de 2016.
La idea de aglutinar el conocimiento existente y determinar en qué casos es adecuado utilizar esta tecnología surgió en un contexto en el que “se hablaba mucho de la utilización de drones para salvar vidas, mientras que en realidad abundaban los usos inapropiados”, explica la responsable de FSD, Denise Soesilo. Un ejemplo es su despliegue en emergencias por parte de particulares y aficionados, lo que llega a obstruir la ayuda. Tras entrevistar a 200 trabajadores humanitarios de 61 países, investigar casos prácticos —desde Papúa Nueva Guinea hasta Tanzania pasando por Vanuatu—, y reunir a los principales actores del sector —productores, pilotos y expertos en gestión de emergencias—, la investigación ha constatado que los drones sí “pueden ayudar significativamente a los profesionales humanitarios a mejorar la calidad y efectividad de la ayuda” a través de algunas aplicaciones concretas. Sobre todo, a la hora de elaborar mapas de zonas densas como campos de refugiados; valorar daños e identificar supervivientes tras una catástrofe; y aportar información en tiempo real para analizar situaciones y seguir su evolución, desde la deforestación hasta el movimiento de grupos humanos.
Crisis de refugiados
La mayoría de las poblaciones desplazadas por conflictos están en África, por lo que los proyectos de Acnur sientan un precedente importante en cuanto a buenas prácticas en la utilización de drones para mejorar la asistencia a refugiados. En el caso de Bidibidi, que concentra 270.000 desplazados sursudaneses en un área de 180 kilómetros cuadrados en el norte de Uganda, la utilidad de los drones es “clarísima”, ilustra el cofundador y coresponsable de la Unidad de Innovación de Acnur, Christopher Earney. “Estas magnitudes crean unos retos evidentes a los proveedores de la ayuda”, por lo que diversos socios de la Agencia —entre los que se incluye el Gobierno de Uganda— han empezado a utilizar drones para cartografiar unos asentamientos que no cesan de crecer, orientar la planificación de los campos, y aportar nuevos datos que permitan tomar mejores decisiones, más rápido. Y las aplicaciones de estos aparatos no acaban aquí.
“También tenemos la responsabilidad de ayudar a quienes buscan soluciones duraderas” a las crisis de refugiados, por lo que se debería valorar la posibilidad de utilizar drones para facilitar el retorno voluntario al país de origen o la integración en el país de acogida, sostiene Earney. Conectividad, logística, seguridad, estimaciones de población y planificación de alojamientos son algunas de las aplicaciones potenciales de los aparatos, explica este experto, para quien el ámbito humanitario puede aprender mucho del sector privado en cuanto a nuevas utilizaciones.
Los drones pueden tomar fotografías y vídeo aunque haya nubes, tienen mayor resolución, son más baratos y permiten elaborar mapas en tres dimensiones
Los drones son especialmente útiles para cartografiar zonas muy pobladas como campos de refugiados o barrios de chabolas porque, a diferencia de los satélites, pueden tomar fotografías y vídeo aunque haya nubes; tienen una resolución de hasta ocho centímetros —en lugar de 30 metros— que permite distinguir viviendas individuales; son más baratos si se quieren utilizar de forma recurrente, y permiten elaborar mapas detallados en tres dimensiones. “En el futuro, las organizaciones que quieran cartografiar utilizarán los drones con la misma asiduidad con la que hoy utilizan el GPS”, estima Sylvie de Laborderie, experta en sistemas de información geográfica de la ONG francesa CartONG, coautora del estudio sobre drones en la acción humanitaria. No obstante, tanto los autores de dicha investigación, como Acnur y ECHO coinciden en subrayar la importancia de hacer un uso adecuado y responsable de esta tecnología.
En Níger, Acnur obtuvo permiso del Gobierno para sobrevolar con su dron zonas con operaciones militares. El aparato concebido por Aziz Kountche —que empezó fabricando aviones propulsados por gomas elásticas y ya ha colaborado con entidades como la Cooperación Alemana (GIZ) y la Cruz Roja Luxemburguesa— ha tomado fotos y vídeos del campo de refugiados Sayam Forage y del de desplazados internos Kabelawa, que suman 20.000 residentes. En Burkina Faso, la Agencia ha utilizado un aparato similar para filmar el campo de Goudoubo —lugar de acogida de más de 9.600 refugiados de Mali— y evaluar cómo se puede garantizar su sostenibilidad ante la escasez de recursos naturales e infraestructuras en esta zona del árido Sahel.
En otros entornos de conflicto, sin embargo, la Agencia ha rechazado utilizar drones. Según explica Earney, recientemente declinó la petición de apoyar con drones un proyecto en una zona con un conflicto activo: el país había vivido la utilización de estos aparatos con fines militares; era una zona de enorme inestabilidad, y la población podía reaccionar mal ante su presencia. “A veces nos enganchamos a tecnologías concretas porque sí, y no es necesario”, alerta Earney, para quien la clave está en definir bien los retos, y luego en buscar la solución adecuada, que en algunos casos serán los drones, y en otros no. Para Soesilo de FSD, “son una de las muchas herramientas que se pueden utilizar; no se trata de que cada proyecto humanitario tenga un dron, sino de examinar en qué casos tiene sentido recurrir a ellos”.
Los drones, como cualquier otro recurso en los ámbitos humanitario y del desarrollo, deben utilizarse con el consentimiento de las autoridades, las comunidades locales y las poblaciones desplazadas a las que se pretende ayudar, además de respetar las leyes nacionales e internacionales pertinentes. El objetivo es “mejorar la protección de los refugiados sin comprometer su privacidad ni su dignidad, por lo que se debe consultar con las comunidades desde el principio”, remarca el experto de Acnur. Las poblaciones se pueden implicar en el proyecto de diversas formas: participando en el lanzamiento del aparato; ayudando a determinar qué zonas se deben sobrevolar para cartografiar asentamientos; contribuyendo a identificar edificios en los mapas generados con imágenes aéreas, y recibiendo una copia de los mapas que se producen sobre sus zonas de residencia, desgrana Laborderie de CartONG, y señala que, en la mayoría de casos, las comunidades quieren colaborar.
Retos y colaboración
Los micro y mini-drones ya son lo suficientemente baratos y sencillos de utilizar como para que puedan contribuir de verdad a la gestión de crisis humanitarias. Ahora, el principal reto es otro: procesar los grandes volúmenes de datos que aportan e interpretar los resultados que generan, sobre todo situaciones en las que se trabaja contrarreloj. “Si no aprendemos a convertir estos nuevos datos en una información útil, no sirven de mucho”, apunta Soesilo. A ello se suma el reto de lograr su aceptación por parte del grueso de los profesionales humanitarios; la falta de regulaciones adecuadas; cuestiones relativas a la privacidad y seguridad y, en el caso de catástrofes o desastres naturales, la capacidad de desplegarlos en las primeras 72 horas para rescatar al mayor número de supervivientes posible.
Se debería valorar la posibilidad de utilizar drones para facilitar el retorno voluntario al país de origen o la integración en el país de acogida
Según el estudio sobre drones, el 67% de profesionales encuestados considera que tienen un gran potencial para fortalecer la acción humanitaria, frente a un 19% que no lo cree y a un 14% con un posicionamiento neutro. Asimismo, un 70% considera que las organizaciones necesitan más experiencia con esta tecnología y, un 86%, que hacen falta directrices más claras para su uso. Para Soesilo, el recelo se disipará rápido, a medida que aumenten los precedentes positivos de aplicación de drones en el sector humanitario. Los profesionales tienden a ser precavidos a la hora de adoptar innovaciones “porque piensan en todas las cosas que podrían ir mal” si no dominan la herramienta. Enfrentar todos estos retos y hacerlo con una financiación limitada requiere un trabajo concertado. Un trabajo en el que actores dentro y fuera del ámbito humanitario compartan conocimientos, habilidades, experiencias y recursos. “No es momento de ser celosos sobre nuestros hallazgos, sino de aprender unos de otros para avanzar”, concluye Soesilo.
“La coordinación es clave para utilizar bien los drones. Las organizaciones humanitarias deberían utilizarlos como un recurso colectivo que aporte información a todos los implicados en la respuesta a desastres”, sostiene el portavoz de la Comisión Europea para la Ayuda Humanitaria y Gestión de Crisis, Carlos Martín Ruiz de Gordejuela. Según indica el portavoz de uno de los principales donantes de ayuda humanitaria del mundo, no se trata de que cada organización invierta en un aparato, sino de que hagan un fondo común. De este modo, los drones pueden utilizarse de la mejor manera posible para valorar cuáles son las necesidades sobre el terreno y ayudar a responder de forma más rápida, precisa y efectiva con el fin de salvar vidas.
Acnur deberá colaborar de forma creciente con actores externos para ofrecer la mejor protección a las poblaciones desplazadas, combinando sus más de 65 años de experiencia “con los mejores cerebros del mundo” para aprovechar sus competencias, productos y servicios, añade Earney. “En un mundo cada vez más complicado, la tecnología ofrece a Acnur y a sus socios muchas oportunidades para mejorar la protección de los refugiados. La clave está en implicar más a las entidades del sector privado” que pueden ayudar en este cometido.
Sin marcha atrás
En los próximos cinco años, habrá más drones en crisis humanitarias, más expertos y organizaciones locales que acelerarán su despliegue en emergencias, y aparatos más grandes que cubrirán distancias mayores, transportarán cargas más pesadas y aportarán nuevas informaciones. En ello están trabajando —con más o menos discreción— una constelación de actores que abarca desde grandes fabricantes de aeronáutica hasta el Banco Mundial, pasando por organizaciones multilaterales y start-up. En el ámbito humanitario, el auténtico punto de inflexión es la aceptación de los drones por parte de donantes y líderes de grandes organizaciones, destaca Soesilo de FSD. Las necesidades humanitarias han alcanzado cotas sin precedentes, por lo que, según el portavoz europeo, “es más importante que nunca pensar en métodos innovadores para aumentar la eficiencia de la ayuda”, incluyendo la introducción de nuevas tecnologías. La CE, confirma, seguirá de cerca la evolución de los drones y de sus aplicaciones sobre el terreno.
Cada día, mujeres y hombres de países en conflicto como Nigeria y Sudán del Sur cargan sus fardos y sus niños, y a pie, en moto-taxi o en camionetas destartaladas pintadas de camuflaje, emprenden el camino hacia la Nacional 1 de Níger y Bidibidi. Cuando lleguen —y lo seguirán haciendo a millares—, las organizaciones humanitarias y los países receptores necesitarán todos los recursos a su alcance para ayudarles, desde sacos de judías hasta el T-800 M. Desde la Agencia de la ONU para los Refugiados, Earney remarca la importancia de pensar en clave de futuro y anticiparse, sabiendo en todo momento qué tecnologías se desarrollarán para sacarles partido —cuando sea apropiado y factible— sin demora. “El futuro necesita un puesto en la mesa. Nosotros vamos a darle uno”.
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