Dos barreras que alejan a las mujeres de la ciencia
Las mujeres reciben menos invitaciones para evaluar el trabajo de sus pares que se ha de publicar en revistas científicas. Las niñas, a partir de los 6 años, se ven menos brillantes
La semana pasada, dos estudios señalaban algunas de las barreras que impiden aprovechar el potencial de las mujeres en la ciencia. El primero de ellos, publicado en la revista Nature, se refería a la presencia femenina como evaluadoras de los trabajos de sus pares. Esta evaluación es uno de los fundamentos del sistema científico y permite que las revistas científicas valoren la calidad de los artículos. Además, es una vía para que los evaluadores mejoren en su propia área de conocimiento y fortalezcan vínculos con otros investigadores.
Un análisis de la Unión Americana de Geofísica (AGU) indicaba que las mujeres de todas las edades tenían menos probabilidades de participar en este proceso. El comentario muestra que entre 2012 y 2015 la presencia femenina entre los revisores era del 20%. El porcentaje era bastante inferior al 27% de mujeres que logra que se acepten artículos en los que aparecen como primeras autoras y por debajo del 28% de miembros femeninos de la AGU. La presencia de mujeres también se incrementa con la edad. Entre los veinteañeros, son el 45%. En contraste, los autores, Jory Lerback y Brooks Hanson, muestran que el porcentaje de artículos aceptados para su publicación presentados por mujeres era ligeramente superior al de los hombres (61% frente al 57%).
Sobre los motivos para esa menor representación, se menciona como primera causa que ellas reciben menos invitaciones para evaluar artículos que los hombres. Además, también las mujeres rechazan con una mayor frecuencia las invitaciones.
Candidaturas idénticas para puestos fijos en la universidad tienen más posibilidades de éxito si el supuesto aspirante es hombre
Los autores plantean dos posibles interpretaciones para estos resultados. Una, que las autoras gocen de una discriminación inversa. Otra, y la que consideran más plausible, que las autoras, esperando mayores dificultades, preparen mejor el envío de sus trabajos. Esta hipótesis coincide con los resultados de otros estudios que indican que quienes esperan más obstáculos dedican mayor esfuerzo a la preparación y asumen menos riesgos. Esto explicaría también, al menos en parte, por qué las mujeres envían para su publicación menos artículos que los hombres. “Un proceso de revisión de doble ciego podría arrojar más luz sobre estos factores”, proponen.
En este sentido, estudios como uno publicado en PNAS por un grupo liderado por Corinne A. Moss-Racusin, psicóloga de Skidmore College (EEUU), sugieren que los profesores universitarios, independientemente de su género, evalúan de manera más favorable una candidatura para director de laboratorio si va firmada por un nombre masculino. Otros análisis similares han observado cómo candidaturas idénticas para puestos fijos en la universidad tienen más posibilidades de éxito si el supuesto aspirante es hombre. Estos trabajos observan además que estos sesgos afectan también a individuos que valoran la igualdad y se consideran objetivos.
La complejidad del problema de los sesgos también se tocaba en un artículo publicado en la misma revista en 2015. Aunque hay una gran cantidad de datos que reflejan la desventaja de las mujeres en las carreras de ciencia e ingenierías, y que esa ventaja puede estar relacionada con los estereotipos de género, esos datos no se valoran igual dependiendo de quien los lea. En aquel trabajo, observaron que los hombres, y en particular aquellos en posiciones de poder en la academia, eran reticentes a aceptar el valor de los datos presentados en este tipo de estudios. Esta percepción, en un campo dominado por los hombres, hace más difícil que se reconozcan los sesgos y se empiecen a combatir.
Un segundo artículo publicado la semana pasada aporta más información sobre las posibles causas de la infrarrepresentación femenina en ciencias e ingenierías. En un trabajo, aparecido en la revista Science, se preguntaba a niños y a niñas si, cuando se les hablaba de una persona especialmente inteligente, creían que era de su sexo o del contrario. Cuando los pequeños tenían cinco años, no se observaban diferencias. Sin embargo, a partir de los seis o los siete años, la probabilidad de que las niñas considerasen que la persona brillante fuese de su sexo descendía.
En otro experimento del mismo estudio, los autores vieron que las niñas mayores, a partir de los seis años, estaban menos interesadas en juegos que, según la descripción, estaban diseñados para niños muy inteligentes. Sin embargo, el interés no variaba entre géneros cuando se les presentaba el juego como dirigido a niños muy constantes. Los responsables del estudio consideran que estas ideas sobre el género y la inteligencia, que aparecen en una fase temprana de la infancia, pueden alejar a las niñas de carreras de ciencias o ingenierías. Como dato llamativo, tanto niños como niñas reconocen que ellas tienen mejores notas, lo que sugiere que no asocian esas notas con la brillantez. Ahora, los autores quieren buscar los orígenes de esas diferencias de percepción.
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