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Agricultores contra la enésima plaga de Malawi

Una respuesta rápida por parte de la comunidad es clave para frenar brotes de langosta o cogollero

Vídeo: Carlos Martínez
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"Y cubrirán la superficie de la tierra, de modo que nadie podrá verla. Comerán el resto de lo que ha escapado, lo que os ha quedado del granizo, y comerán todo árbol que os crece en el campo. Y llenarán vuestras casas" (Éxodo 10, 5:6)

La descripción que Hilda Stande, una agricultora del área de Domasi, en el sur de Malawi, hace de la última gran plaga de langostas que sufrieron en 2004, recuerda mucho a esa cita de la Biblia, en la que Moisés advierte al faraón egipcio de que llenará su tierra de estos insectos. "Volaban por todas partes, entraron en nuestras casas y se pegaban a las paredes. Destrozaron todas las cosechas, acabaron con todo, incluso con los cultivos secos", recuerda esta mujer.

Malawi, a la cola en la mayoría de los indicadores de desarrollo, es un país del sudeste de África con grandes retos por delante. Casi nueve de cada diez malauís dependen directamente de la agricultura para subsistir. Y faltan formación, tecnología, y recursos para afrontar amenazas como el cambio climático. La falta de lluvias de este año, unida a las inundaciones de la temporada anterior, ha supuesto para el país una pérdida de cosechas de entre el 50% y el 70%. Eso deja a unos 6,5 millones de personas expuestas al hambre. Y el clima no es el único problema.

El gusano cogollero africano es la oruga (larva) de la polilla Spodoptera exempta.  Durante el periodo larvario, llegan a medir hasta cinco centímetros y devoran casi cualquier fuente de alimento vegetal que encuentran a su paso —bananas, maíz, cacao...— hasta formar la pupa para convertirse de nuevo en polillas. Estas, a su vez pueden volar distancias de hasta 1.000 kilómetros y poner cerca de 1.000 huevos en sus cerca de 10 días de vida. En pocas jornadas, la plaga está servida.

“Los líderes locales no nos hacían caso hasta que vieron que lo que hacíamos funcionaba. Ahora nos ayudan y colaboran

"El cogollero [también conocido como gardama o gusano soldado] ha provocado emergencias del calibre de las de la langosta roja", señala Mphatso Gama, un coordinador de extensión agrícola del Ministerio de Agricultura de Malawi en el distrito de Machinga, en el centro del país. Como sus primas famosas, las del desierto, la langosta roja es un saltamontes que tiene una fase en la que se vuelve gregario y se junta para formar enjambres. Estos se comportan como una mortífera y dañina orquesta. Como ilustra el relato de la agricultora malauí, un ejército de langostas puede alcanzar dimensiones bíblicas y acabar con las ya de por sí amenazadas cosechas de decenas de miles de agricultores que las necesitan para sobrevivir.

Un país como Malawi no puede permitirse más plagas de las que ya sufre. Pero tanto en el caso de la langosta como en el del cogollero —ambas endémicas de esta zona del Este y el Sur de África— la velocidad de expansión de los brotes exige una reacción casi inmediata, como apunta George Phiri, experto técnico de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura) en Malawi. Y en zonas comunicadas en la mayoría de los casos por accidentados caminos de tierra, y en aldeas en las que solo los más afortunados tienen una bicicleta o una moto, ese control y la primera respuesta solo lo pueden ejercer los propios habitantes de la zona. El tiempo es oro.

"Así que tienen que ser los propios agricultores los que formen el equipo", explica Gama. El Ministerio, con el apoyo técnico y material de la FAO ha fomentado la fundación de asociaciones locales de agricultores para predecir y, en la medida de lo posible, responder a la aparición de brotes de estos calamitosos insectos.

En el caso de la langosta, los agricultores deben controlar la aparición de langostas o sus huevos en sus campos. En la formación les enseñan dónde buscar y cómo identificarlos. "A veces otros del pueblo se ríen de nosotros", comenta ofendida Stande, de la demarcación agrícola de Dimasi. "Es porque no ven nada y piensan que perdemos el tiempo". Lo mismo les pasaba a Danlos Chaoneka —el presidente del grupo que se formó en Masaula, en la misma zona del centro de Malawi— y a sus compañeros, que luchan contra el cogollero. "Los líderes locales no nos hacían caso hasta que vieron que lo que hacíamos funcionaba. Ahora nos ayudan y colaboran".

La velocidad a la que se expanden los brotes exige una reacción inmediata por parte de los propios agricultores

A diferencia de los cazalangostas, este equipo antigardama ya ha recibido equipos, materiales, y una formación completa cuando EL PAÍS visita su comunidad. Con pericia y orgullo muestran el funcionamiento y montaje de la trampa para polillas, que contiene feromonas de la hembra para atraer a los machos en un radio de cinco kilómetros. Por las mañanas cuentan cuántos han caído en la trampa, y apuntan otros datos como las precipitaciones y la presencia de pasto verde. Con esa información pueden predecir la aparición de un brote y, en su caso, alertan a la comunidad y a los funcionarios del ministerio. También pueden rociar ellos mismos los campos. Así evitan situaciones como la que afectó en enero al distrito de Ntcheu, en el centro-oeste del país. Un brote de cogollero afectó a varios centenares de hogares al asolar unas 167 hectáreas de cultivos de maíz.

En Domasi, en cambio, están a la espera de toda esa capacitación contra los enjambres de langosta, pero ya se han organizado —ellos mismos decidieron que el grupo tuviera el mismo número de hombres y de mujeres— y hacen algún monitoreo de campo. "El año pasado hubo un brote pero trajeron pesticidas y sprays. Y después pasó el helicóptero, así que pudimos salvar la mayoría de las cosechas", relata Stande. Pronto podrán empezar a responder ellos mismos.

"Nos han dado productos químicos para que podamos rociar los campos y responder rápidamente cuando aparece el gusano, señala Chaoneka. "Pero nos faltaría tener equipo protector y chubasqueros", reclama. Gama, del ministerio, responde que todo eso está planificado, pero que van paso a paso. Los cazalangostas le piden una bicicleta para recorrer más rápido los 12 kilómetros que hay desde su aldea hasta la oficina del ministerio donde deben dar la alerta. El funcionario bromea diciendo que entiende que prefieran una bici, pero si realmente es para comunicar un brote, lo verdaderamente eficaz será un móvil que avise al instante. Eso puede que se lo den. Para evitar más plagas.

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