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En la delgada frontera del hambre

El avance del desierto, el subdesarrollo y la tradición se conjuran para impedir que Senegal acabe con la malnutrición, que golpea sobre todo en el norte

Un joven recupera una vaca perdida en la árida región senegalesa de Namarel.
Un joven recupera una vaca perdida en la árida región senegalesa de Namarel.José Naranjo
José Naranjo
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Mamadou Bâ, de 20 meses, no suelta la pelota, pero tampoco se quiere alejar mucho de su madre. Por eso llora cuando se le escapa botando para que se la traigan de vuelta. Aún está débil y mimoso. Hace solo una semana lo llevaron al centro de salud más cercano porque estaba bajando peligrosamente de peso. Su padre lleva seis meses fuera de Senobowal pastoreando el ganado, cada vez más lejos, cada vez más difícil, mientras su madre trata de alimentar a sus ocho hijos vendiendo telas en el pueblo. De tanto en tanto, él manda algo de dinero, pero apenas llega para comer. Mamadou no es el único. Ni mucho menos. La mayor parte de los niños de este secarral llamado Dieri transitan por una delgada frontera. Al mínimo problema, pam, caen en la desnutrición. El año pasado, uno de cada cinco. No es Etiopía, ni Somalia, ni un país en guerra como Nigeria o Malí. El hambre también golpea en Senegal.

A unos 50 kilómetros de Senobowal, en un pequeño pueblo llamado Namarel, Khadiya Sow se ajusta la bata blanca. Hoy han llegado cinco litros de leche a la pequeña unidad de transformación que gestiona la asociación Adena. Es poco. “Esta tarde vendrán más”, dice, “yo la recibo, la hiervo al baño maría, la enfrío y luego se fermenta y se guarda para venderla en pequeñas tarrinas”. La idea es hacer queso también, poner en valor un recurso infrautilizado que permita mejorar los ingresos de los ganaderos para, así, mejorar la seguridad alimentaria de sus familias. El pueblo está casi desierto. La mayor parte de los hombres está lejos con las vacas, en lugares donde aún queda algo de pasto. “Siempre fue difícil la vida aquí, había que caminar mucho a por el agua y trabajar duro”, dice Moustapha Dia, presidente de Adena, “pero por lo menos antes los niños no pasaban hambre”.

La historia se repite cada año. A comienzos del verano los centros de salud y hospitales se pueblan de niños famélicos, los remanentes de la cosecha anterior ya se han agotado y aún quedan al menos tres meses para recoger la siguiente. Es el pico de escasez alimentaria que vive toda la banda del Sahel. Por un lado está la malnutrición crónica, que tiene que ver con la pobreza y con una dieta poco equilibrada o pobre en calorías y proteínas que no llega a poner en riesgo la vida del niño, pero que se manifiesta en problemas de crecimiento y de desarrollo cognitivo. Según la última encuesta nutricional de 2015, el 20,3% de los niños senegaleses menores de 5 años la sufren. Es una seria tara no solo para los afectados, sino para el conjunto del país, condenado a invertir el 5% de su PIB en ayudas sociales durante años.

Sin embargo, la malnutrición aguda (MAG) es más evidente y grave porque puede matar y revela no solo una situación de pobreza sino una situación de crisis en la que la comunidad no puede garantizar la alimentación de sus hijos. Según la citada encuesta, aunque existe en todo el país con una tasa del 8%, el principal problema está en tres regiones del norte, Saint Louis y en concreto el departamento de Podor con una prevalencia del 18,2%, Matam (16,5%) y este año por primera vez también Louga, con un 16,1%. Finalmente, la malnutrición aguda severa (MAS), en la que está seriamente comprometida la vida del niño, también supera el umbral preocupante del 3% en Podor y Matam y en Louga está cerca (2,5%).

Mamadou Bâ, de 20 meses, se agarra al brazo de su madre. El pequeño sufrió malnutrición cuando solo tenía nueve meses y ahora ha vuelto a recaer. Su madre, Fatoumata Bâ, trata de sacar adelante a sus ocho hijos con los pocos ingresos que le reporta la venta de telas. Su padre, Seydou Bâ, pasa la mayor parte del año pastoreando el ganado, cabras y corderos, en lugares cada vez más alejados.
Mamadou Bâ, de 20 meses, se agarra al brazo de su madre. El pequeño sufrió malnutrición cuando solo tenía nueve meses y ahora ha vuelto a recaer. Su madre, Fatoumata Bâ, trata de sacar adelante a sus ocho hijos con los pocos ingresos que le reporta la venta de telas. Su padre, Seydou Bâ, pasa la mayor parte del año pastoreando el ganado, cabras y corderos, en lugares cada vez más alejados.José Naranjo

¿Cómo es posible? ¿Por qué un país democrático, estable, sin grandes emergencias humanitarias, ni de lejos el más pobre de África y con tasas razonables de crecimiento económico, que lleva treinta años aplicando políticas de lucha contra la malnutrición con la ayuda financiera y técnica de grandes organismos internacionales sigue anclado en tasas alarmantes, sobre todo en el norte? La respuesta no es sencilla. Fabrice Carbonne, director de la delegación española de Acción contra el Hambre (ACH) en Senegal, apuesta por atacar las causas de la malnutrición, no solo atender sus síntomas. Y, sobre todo, “hay que desterrar que es un problema solo de seguridad alimentaria. Esta es una de las respuestas necesarias, pero no la única”.

Alioune Samba Bâ es un veterano ganadero del Dieri. “Este es un lugar difícil, hay una gran degradación ambiental a causa del avance del desierto. Cada vez llueve menos y tenemos que ir más y más al sur con nuestro ganado”, asegura. Antiguamente, la trashumancia se hacía hacia el norte, en dirección al río Senegal, pero la presión humana sobre esta zona que se ha llenado de cultivos impide ahora el paso del ganado. Agricultores y pastores ya se han enfrentado por ello. Por eso, los ganaderos hacen ahora largos viajes de hasta nueve meses hacia el sur, lugares como Kaolack, el río Sine Saloumo Tambacounda, incluso Malí y Gambia, buscando regiones menos habitadas donde la pluviometría es un poco más generosa y crecen buenos pastos. Pese a que 2015 no fue un mal año de lluvias, aún no se han recuperado de las sequías consecutivas de 2013 y 2014.

Para intentar garantizar la seguridad alimentaria, Acción contra el Hambre está desarrollando varias estrategias en colaboración con la población local. Por ejemplo, la introducción de semillas de mijo de ciclo corto (listos para la cosecha en 60 días frente a los 90 tradicionales) que además es más rico en zinc y hierro. O el apoyo a la producción forrajera para mejorar la alimentación del ganado y que así pueda dar mejor leche y carne, mejorando los ingresos de los ganaderos. Oumar Diack, presidente de la Asociación de Productores del Fouta para el Desarrollo, explica que “hace tres décadas la agricultura era arcaica pero daba para todos, asegurábamos los alimentos; ahora, una hectárea cerca del río se la reparten cuatro familias. Eso es insuficiente”.

Además del clima y la escasez de alimentos, estrechamente ligados en una zona cuyos habitantes dependen en un 95% de que haya buenos pastos para el ganado o de que la lluvia riegue cultivos como el mijo, el maíz y el sorgo, hay que tener en cuenta que estamos en una de las regiones más pobres de todo Senegal. Apenas hay una industria o una alternativa laboral para miles de jóvenes que no sea el campo o los animales. En estas circunstancias cambiantes no parece buena idea aferrarse a costumbres que en el pasado pudieron funcionar pero que hoy se revelan ineficaces. Y aquí se entra directamente en el siempre delicado terreno de los conocimientos, el saber, la cultura de un pueblo.

Podor, Matam, Louga. Este es el corazón del Fouta Toro, la patria madre de los peul del norte de Senegal. Casi toda la población pertenece a esta etnia singular que en sus distintas variantes se reparte por África occidental. Son los ganaderos, los que miden su riqueza en vacas, los nómadas. Y, sin embargo, el nuevo mundo ya no les pertenece. Aunque la mayor parte se han sedentarizado, siguen moviendo a su ganado por las amplias planicies de Senegal, recorriendo viejos caminos que ellos reconocen, siguiendo los pasos a la lluvia, olfateando en el aire el petricor. Lo hicieron sus padres y sus abuelos y ellos lo seguirán haciendo. Orgullosos de su identidad, se resisten a cambiar.

Dos jóvenes madres observan al bebé de una de ellas, que sufre de un problema cutáneo derivado de la desnutrición, en la sala de espera de Pediatría del hospital regional de Ndioum. La deshidratación y la diarrea suelen ser patologías asociadas, así como los problemas en la piel.
Dos jóvenes madres observan al bebé de una de ellas, que sufre de un problema cutáneo derivado de la desnutrición, en la sala de espera de Pediatría del hospital regional de Ndioum. La deshidratación y la diarrea suelen ser patologías asociadas, así como los problemas en la piel.José Naranjo

En el hospital regional de Ndioum, Binta Bâ sujeta con fuerza a la pequeña Salimata, de 16 meses. Llegaron hace unos días procedentes del Dieri. Binta no es más que una joven que ni ha cumplido los 20 y Salimata es ya su segunda hija malnutrida. Ciré Mamadou Sy, enfermero de Pediatría, explica que casi siempre son chicas analfabetas que son casadas muy jóvenes. No tienen recursos económicos, pero sobre todo lo que necesitan es ciertas claves para criar y alimentar mejor a sus hijos. "A veces los destetan muy pronto, otras veces no introducen los alimentos adecuados en el momento justo”.

Salimata llegó con una fuerte deshidratación y diarrea al hospital. Binta esperó demasiado. “Estamos trabajando mucho en el cambio de comportamiento alimentario y en la higiene”, remata. ACH apoya a toda la estructura sanitaria de la región, hospitales, puestos rurales, centros de salud, en la detección y atención a niños con malnutrición. Pero hasta que no se atajen las causas este trabajo no tendrá fin.

Y sin embargo, lo tiene. No es fácil movilizar a los donantes para un país como Senegal que ni está en el pozo de la pobreza ni atraviesa grandes emergencias como Níger, Malí o Nigeria. Organismos como ECHO, la Agencia Humanitaria de la Unión Europea, o la Fundación La Caixa colaboran en los proyectos de ONG como ACH, pero en unos meses o pocos años será el Estado senegalés quien asuma directamente la atención a estos niños. “Nosotros ya estamos reduciendo de manera progresiva nuestra presencia”, explica Fabrice Carbonne, “queremos facilitar que el Estado asuma sus responsabilidades y por eso estamos haciendo mucho hincapié en el fortalecimiento de capacidades del personal sanitario. No nos gustaría que el trabajo que hemos hecho estos cuatro años en Matam y Podor y ahora en Louga se caiga a nuestra salida, nos gustaría seguir prestando asistencia técnica un tiempo”.

Senegal cuenta con una ventaja frente a otros países. Ha asumido la existencia del problema. En este sentido, la creación de una Célula de Lucha contra la Malnutrición, una especie de superministerio, es todo un hito. Otra cuestión es si este órgano está siendo capaz de coordinar de manera adecuada a todas las áreas implicadas del Gobierno, que van desde Agricultura, Ganadería o Sanidad hasta Medio Ambiente, Servicios Sociales, Economía o Industria. En este combate todos deben remar en la misma dirección y no siempre ha sido así. El camino es aún largo y complejo, pero reducir los índices de malnutrición es un objetivo que vale la pena para no hipotecar el futuro de este país.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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