La espiral perversa que atrapa a Etiopía
La sequía que azota al país africano, una de las más severas en tres décadas, genera un círculo vicioso que expone a 10,2 millones de personas a una grave crisis alimentaria si no se actúa pronto
“Las próximas cosechas tienen que ser buenas”, enfatizaba la semana pasada Pierre Vauthier, líder del equipo de respuesta a la emergencia en Etiopía de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). “Si no lo son, ni siquiera la asistencia alimentaria podrá cubrir las necesidades de la zona”.
Etiopía, como otros países del Cuerno de África y al África austral, sufre los efectos del fenómeno climático de El Niño, que ha dado lugar a una sequía que algunos, como el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, no dudan en calificar como “la peor en 30 años”. Cosechas y ganado se han visto tremendamente afectados por lo errático y tardío de las lluvias y a día de hoy 10,2 millones de etíopes no tienen asegurada comida suficiente para subsistir de forma adecuada, según datos confirmados por el Gobierno. El resultado, además de la necesidad de ayuda inmediata en forma de alimentos, es un círculo vicioso de nefastas consecuencias que urge romper.
A falta de informes definitivos, la cosecha del año pasado estuvo muy por debajo de la media de los últimos años. En un país en el que en 2011 —última fecha con datos oficiales— solo el 0,5% de las tierras cultivables contaba con sistemas de regadío, la falta de lluvias hizo que la producción de cereales cayera una media del 14%, según datos de la propia FAO. Y en los distritos más afectados por la sequía —sobre todo en el este y el nordeste del país— el precio de venta del maíz (el principal cultivo) ha subido un 14% entre diciembre y febrero por la falta de oferta.
Uno de los 'niños' más fuertes
"Uno de los eventos del fenómeno de El NIño más fuertes en los últimos 50 años". Un comunicado conjunto de agencias internacionales contra el hambre (FAO, PMA, FEWS, JRC), advertía hace unas semanas de la "intensa sequía" que azota el África austral por la virulencia del fenómeno. Las agencias señalaban que en grandes extensiones de Zimbabue, Malaui, Zambia, Sudáfrica, Mozambique, Botsuana y Madagascar, la actual temporada de lluvias había sido "la más seca de los últimos 35 años". Zonas agrícolas en el norte de Namibia y del sur de Angola también están afectadas.
Cada vez más personas de estos paísES se ven en una situación de inseguridad alimentaria por la sequía y la consiguiente subida de los precios. Según las agencias, "los precios del maíz en Sudáfrica y Malaui estaban en niveles récord en enero". En la mayoría de las provincias de Sudáfrica, en Zimbabue y en Lesotho se han declarado emergencias. Y en Botsuana, Suazilandia, Namibia y la propia Sudáfrica se ha limitado el uso del agua. En Zambia y Zimbabue se han venido produciendo cortes de energía electrica, ya que los niveles de agua en la presa de Kariba son mucho más bajos de lo habitual.
Quienes dependen del ganado también sufren la carencia de agua y pastos. Cientos de miles de animales han muerto, y los que sobreviven son cada vez más débiles, lo que hace que la producción de leche y carne descienda en picado. Y no solo eso. Al perder cabezas de ganado, cientos de hogares “pierden directamente sus medios de vida”, explica Vauthier.
Surge así el ciclo perverso. La sequía hace que agricultores y ganaderos produzcan menos, y por tanto ganen menos dinero; al haber menos oferta, el precio de los alimentos sube, y los hace más inaccesibles; al llegar la nueva campaña, agricultores y ganaderos, endeudados o sin excedentes por las malas cosechas, se ven sin dinero para comprar nuevas semillas o mantener a sus animales por lo que —aunque las lluvias sean favorables— lo tienen difícil para que la producción remonte… Y vuelta a empezar.
Y mientras tanto, la alerta se expande. En una cuarta parte de las provincias o distritos del país —principalmente en el este y el nordeste— se ha declarado una crisis de seguridad alimentaria y muchas zonas se encuentran ya en situación de emergencia, el paso previo a la declaración de una hambruna. El Gobierno, elogiado por las agencias internacionales por su actuación en la crisis pero criticado en la esfera internacional por la falta de libertad de expresión, ha salido al paso de quienes evocan la hambruna de 1984. Tras la emisión de un reportaje de la BBC, la Embajada etíope en Londres emitió un comunicado en el que negaba la posibilidad de una hambruna de ningún tipo, "y por supuesto nada remotamente parecido a la magnitud de lo ocurrido en 1984".
Pero independientemente de la imagen que quiera proyectar, el Ejecutivo es consciente de que debe tomar medidas. El Estado, cuya economía lleva una década creciendo a un ritmo cercano al 10% anual, ha aportado 381 millones de dólares y ha decidido aumentar las importaciones de cereales como el trigo. “El Gobierno hace todo lo posible para alimentar a nuestro pueblo y prevenir la inanición”, aseguraba el primer ministro Hailemariam Desalegn en una entrevista publicada por The Guardian. El objetivo es importar un millón de toneladas, en lugar de las 420.000 que de media se adquirían en los últimos cinco años. Esa es otra medida de la gravedad de la situación: en la última gran crisis por sequía, en 2011, la necesidad de importación de trigo se fijó en solo 750.000 toneladas.
El tiempo apremia, y la ONG CARE International mete prisa. Según explican, una vez se reúnen los fondos y se adquiere la comida, se tarda casi cuatro meses en llevarla hasta quienes lo necesitan. “Si no se actúa ya, a partir de abril habrá 10,2 millones de personas sin alimentos suficientes”, advierten. Las previsiones de FEWS Net (la red de alerta contra la hambruna dependiente de la agencia de cooperación del Gobierno estadounidense), estiman que los stocks disponibles se habrán agotado a finales de abril. Ban Ki Moon también llamó a la acción al visitar el país a finales de enero. "Actuar de forma inmediata salvará vidas y prevendrá sufrimientos evitables".
La mayoría de los afectados son agricultores o ganaderos de subsistencia —que viven de lo que producen— y que ahora pueden quedar a merced de la ayuda alimentaria del Gobierno o de organizaciones internacionales. Si se añaden a los cerca de ocho millones de agricultores que ya dependían de este tipo de asistencia, suman casi el 20% de los cerca de 97 millones de habitantes del país.
Recuperar la producción
Por eso, las organizaciones sobre el terreno insisten en que, mientras se asegura el acceso al alimento para los próximos meses, hay que garantizar que la producción agrícola y ganadera repunte. Si no, cada vez más gente dependerá de la asistencia y la necesidad de envíos se tornará inasumible. “Es importante entender que esta sequía no es solo una crisis alimentaria. Sobre todo, es una crisis de medios de vida”, subraya Allahoury Diallo, representante de la FAO en Etiopía. Porque no solo falta qué comer ahora. Si no se actúa, tampoco quedará con qué vivir mañana.
Protestas reprimidas
En una entrevista publicada en The Guardian la semana pasada, el primer ministro etíope, Hailemariam Desalegn, presumía de que su país era una "isla de estabilidad en una región turbulenta". Sin embargo, las protestas ciudadanas en el Estado de Oromía, en la que está incrustada la capital, Adís Abeba, han sacudido Etiopía en los últimos meses.
Varias ONG como la local Human Rights Council o Human Rights Watch han acusado a las fuerzas de seguridad de al menos 100 ejecuciones extrajudiciales, así como de torturas, en la represión de las protestas. Un informe de la primera citado por France Presse habla de 102 personas disparadas en la cabeza o la espalda, 56 apalizadas o disparadas y 22 torturadas.
Las manifestaciones comenzaron en noviembre contra un plan del Ejecutivo de ampliar los límites de Adís Abeba dentro de Oromía, que con 27 millones de habitantes es la más poblada y extensa del país. El plan fue retirado el pasado 12 de enero pero las protestas continuaron durante algunas semanas.
Según AFP, la semana pasada el primer ministro pidió disculpas por lo ocurrido en el Parlamento, aunque acusó "fuerzas contrarias a la paz" de estar detrás de las protestas y restó credibilidad a las acusaciones.
Oromía es una de las regiones que se ha visto afectada por la sequía.
El Ministerio de Agricultura etíope estima que 7,5 millones de agricultores y ganaderos necesitan apoyo agrícola para poder volver a producir cultivos básicos como el maíz o el sorgo y alimento para el ganado y así romper esa espiral. Entre otras cosas, hace falta proveer de semillas y materiales de cultivo a los hogares de las zonas más afectadas y a proporcionar bloques de nutrientes, forraje y acceso al agua a los ganaderos. También hay planes para comprar a los ganaderos sus ejemplares más débiles, cuya carne luego se dona a las familias en peor situación, de manera que obtengan a la vez comida para ellos e ingresos que dedicar a mantener a sus animales más fuertes.
Pero todo eso requiere financiación. Y el primer ministro pide cooperación exterior. “Queremos proteger a la gente sin ralentizar el progreso que hemos hecho en salud y educación. Y para ello necesitamos a nuestros socios internacionales”, señalaba Hailemariam Desalegn, que puntualizaba: “Hasta ahora la ayuda no ha sido suficiente”. La Unión Europa, Estados Unidos, y distintos países y organizaciones han comprometido fondos. Pero, por ejemplo, la FAO ha pedido que 13 de los 50 millones de dólares en que tasa el plan de respuesta y reactivación de la producción lleguen antes de que acabe marzo. Y la semana pasada ni siquiera se había cubierto el 10% de esa cantidad.
Las sequías graves no carecen de precedentes en Etiopía. El Gobierno lleva tres décadas desarrollando proyectos, a la luz de los acontecimientos insuficientes, para aumentar la resiliencia frente a la falta de lluvias. Se han puesto en marcha planes de rehabilitación de la tierra y sistemas de irrigación, se busca potenciar sectores como el turismo y se entregan rentas básicas o alimentos a las personas en riesgo. Incluso, en plena crisis, se ha anunciado un programa de seguros que proteja a los pequeños agricultores contra las pérdidas por sequía o inundaciones. Pero, “a pesar de todos los esfuerzos, la gravedad sin precedentes del fenómeno está desbordando esas iniciativas”, advertía hace unas semanas Wolfgang Jamman, secretario general de CARE International.
La realidad es que si la ayuda no llega y la climatología no acompaña, el país entrará en otra espiral aún más perversa y de consecuencias más profundas. El número de personas sin garantía de alimento seguirá en aumento, y con ella la emergencia alimentaria. Más familias tendrán que centrarse en la supervivencia, con el coste humano que eso supone a corto y, sobre todo, a largo plazo. “Los niños dejarán de ir al colegio para ayudar en casa con el ganado, plantando o recogiendo agua”, predice Vauthier. Ciertos avances sociales se quedarán por el camino. Y surgirán nuevas tensiones territoriales cuando los ganaderos se vean obligados a migrar con sus animales a otros distritos donde estos sí puedan pastar. Los efectos de todo ello son imprevisibles. Y vuelta a empezar…
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