“Un igualitarismo a ultranza ahoga la posibilidad del desarrollo creativo”
Andrés Moya, doctor en filosofía y genética, habla sobre las posibilidades que ofrece el conocimiento de la biología humana para poder cambiarla
Andrés Moya (Valencia, 1956) es un evolucionista de talla mundial y no duda de que la biología condiciona nuestra forma de ser. Sin embargo, no cree que estemos a merced de nuestros genes. Este doctor en Biología y Filosofía y catedrático de Genética en la Universidad de Valencia plantea justo lo contrario, que el conocimiento sobre la naturaleza humana puede ser un camino para tratar de mejorarla.
Además de reflexionar sobre el papel de la ciencia, sus principales contribuciones científicas están relacionadas con la evolución de los virus y la genómica de los microbios que habitan en nuestro interior, un campo de investigación que está comenzando a transformar cómo se entiende la biología humana. La semana pasada, Moya estuvo en Madrid para participar en el ciclo Distinguished seminars del CNIO, patrocinados por la Fundación Banco Sabadell.
A lo mejor no son los genes los que nos controlan, sino nuestros microorganismos
Pregunta. ¿Hasta qué punto nos controlan nuestros genes?
Respuesta. Hay una tendencia, quizá exacerbada con el advenimiento de las ciencias genómicas, a pensar que todo está en los genes y que la determinación de los genes es absoluta. Hay pensadores como Richard Dawkins que abogan por esa interpretación, que no es científica. Tú puedes ejercer esa racionalidad y llevar las consecuencias de que nuestros genes nos controlan, pero eso te lleva a una especie de nihilismo. Si ellos nos controlan y nosotros somos una especie de receptáculo administrado por ellos, ¿qué somos nosotros? En mi interpretación, dominamos a nuestros genes y ahora, con las nuevas ciencias, la nueva biomedicina, la biología sintética, con el desarrollo del transhumanismo, probablemente tendremos capacidad para subvertir el orden de los genes.
P. Podemos controlar lo que nuestra biología determina, pero también es interesante saber en qué direcciones nos empuja.
R. Nadie pone en duda que tenemos una parte biológica. Somos producto de la evolución. Pero con respecto a otras especies tenemos una cierta capacidad para intervenir sobre nuestras características. Para tomar mejor una decisión debemos conocer cómo funcionamos y cómo somos. Desentrañarnos científicamente hablando, pero nos queda mucho por conocer. Yo trabajo por ejemplo en el microbioma humano y ahora nos damos cuenta de que tenemos cientos de especies bacterianas que contribuyen a nuestra salud de una manera que no podíamos imaginar. Y hay un diálogo entre los microbios y nuestro cerebro que ahora empezamos a conocer.
P. Cuando observamos la naturaleza y a otros animales, vemos que la igualdad no existe. Por puras cuestiones biológicas miembros de una misma especie tienen capacidades muy superiores a otros. Si nos referimos al ser humano, que es otro animal más, en una sociedad igualitarista como la nuestra, señalar estas diferencias está mal visto. ¿Cómo se puede integrar el conocimiento sobre nuestras diferencias biológicas y al mismo tiempo no crear una sociedad que fomente la desigualdad?
R. Las diferencias no son malas, porque sobre la base de la diferencia, desde el punto de vista biológico, está el principio de la evolución. Y quizá también desde el principio de la cultura. Sobre las bases de las diferencias pueden existir personas que tengan ideas geniales, generen nuevos productos... Pero somos una sociedad y tenemos que tener ciertas normas de convivencia. Se ha observado que permitiendo el desarrollo y la incentivación de la diferencia en un contexto de una convivencia social también te permiten desarrollar un principio de igualdad de oportunidades. Es una cuestión de fino equilibrio, porque el problema con el que te puedes encontrar cuando aplicas un igualitarismo a ultranza es ahogar la posibilidad del desarrollo creativo. Esto ha ocurrido en muchas sociedades. Y también hay que evitar el extremo contrario, que no haya ninguna norma de convivencia establecida que permitan que podamos jugar todos.
En nuestro país, hay una cierta aversión a la ciencia, miedo entre ciertas élites que no acaban de entender su relevancia
P. ¿La actuación sobre nuestra naturaleza será fundamentalmente a nivel cultural, o también sobre la biología?
R. Yo hablo sobre todo de las transformaciones en nuestra propia física. Ya tenemos avances en biología sintética. La capacidad de producir cosas que no tenemos en la naturaleza está a la orden del día o próxima. Necesitamos reflexionar racionalmente sobre qué es lo que pasaría si nosotros con diferentes técnicas, algunas biológicas, pero otras de inteligencia artificial, acabamos desarrollando un ente con una inteligencia general que está por encima de la nuestra. Esto se está pensando seriamente e incluso se piensa cuándo podríamos tener este tipo de inteligencia, que es racional, volitiva, tiene conciencia de sí misma. ¿Eso qué es y qué relación tendrá con nosotros? Esto es transevolución en el sentido de que nosotros llevamos la evolución más allá y también es transhumanismo, porque podría estar en nuestra mano la generación de entes de esta naturaleza. Hay que hacer una reflexión sobre esos futuros, porque no son utópicos ni es futurología. Está muy sustentado en las dinámicas de la ciencia actual.
P. Antes ha comentado que estamos viendo que variaciones en los microbios que habitan en nuestro interior pueden modificar el comportamiento
R. Parece increíble, pero lo sabemos. Dependiendo de qué tipo de bacterias tengas, tienes alteraciones estructurales en el cerebro, porque producen determinados metabolitos que te llegan al cerebro y alteran o modifican la estructura cerebral. Y también hay determinados test, cognitivos, emocionales, en los que se responde de manera distinta dependiendo de la composición de este tipo de microorganismos.
P. Este tipo de interacciones ¿pueden ayudar a explicar desde la ciencia las relaciones entre cuerpo y mente?
Hay que reflexionar sobre qué pasaría si desarrollamos un ente con una inteligencia general superior a la nuestra
R. Siempre hemos pensado en los microorganismos como patógenos, pero la mayor parte de los que tenemos son organismos que conviven mutualistamente con nosotros, hay beneficio mutuo. Llevamos hablando de los organismos complejos desde que aparecieron los seres multicelulares hace 600 millones de años. Ha habido tiempo para establecer diálogos muy importantes y aquí yo casi sería dawkiniano. A lo mejor no son los genes los que nos controlan, sino nuestros microorganismos.
P. La ciencia va a proporcionar una gran cantidad de herramientas para modificar nuestra existencia. ¿Hace falta que los políticos tengan mejor formación científica para que gestionen bien este poder?
R. Necesitamos mayor presencia real de la ciencia en la toma de decisiones, en el mundo de la política. No como asesores. La ciencia es el elemento clave para guiar a la humanidad en el futuro. No digo que no existan otras cosas, pero la ciencia hace posible vivir en la sociedad que vivimos. Hay una cierta aversión a la ciencia, un cierto miedo en nuestro país entre ciertas élites que no acaban de entender su relevancia. Se nos hace la boca agua con la ciencia como motor de conocimiento, pero eso no se traduce en grandes inversiones o grandes reformas estructurales o en la necesidad de considerar la ciencia una cuestión de estado.
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