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¡Tequila existe, carajo!

La localidad que produce el licor más famoso de México fue invisible durante años. Hoy es un enclave abierto al turismo

Juan Diego Quesada
Tequila está rodeado de cultivos de agave azul.
Tequila está rodeado de cultivos de agave azul.Ana Nance

Al pie de un volcán, un pueblecito ha estado durante años escondido entre carreteras secundarias que parecían desembocar en ninguna parte. Tequila, la localidad mexicana que produce la bebida, era más una referencia mitológica que una coordenada exacta de Google Maps. De aquí partían cientos de camiones cargados de botellas con destino a cualquier lugar del mundo, pero regresaban vacíos y sin nadie a bordo. Las calles estaban sin asfaltar. En la entrada se vendían, de contrabando, garrafas del brebaje que sabía a matarratas. Los beodos que habían tenido la maldición de nacer al borde de la marmita yacían arrumbados en las esquinas, como los inmortales de Borges.

Sin embargo, en los últimos años, este agujero negro en los mapas está recibiendo el impulso de las principales compañías del sector para ser convertido en un sitio alegre y colorido, de visita obligada para aquellos que gusten de las bebidas fuertes y el paisaje montañoso y solitario. Los que después de tres caballitos se abrazan a un desconocido o a una farola al grito de “¡Viva México, ­cabrones!”.

Una telenovela, protagonizada por la esposa de Peña Nieto, popularizó el pueblo

El camino a este rincón del país tiene algo de viaje al pasado, de visita a un mundo que ya no existe. Un tren de época parte los sábados por la mañana de la antigua estación de ferrocarriles de Guadalajara, la capital de Jalisco. El recorrido del José Cuervo Express, una vieja locomotora del siglo XIX revestida de negro, dura unas dos horas aproximadamente. Mariachis y una barra libre de margaritas de limón acompañan al viajero durante el trayecto. Se puede caminar por los vagones bar; picar comida típica de la región, como la torta ahogada, o charlar con el barman. Cuando el tren esté de vuelta y ya se haya hecho de noche, cada uno de los que inició la aventura, más o menos, habrá bebido media botella de tequila.

Al trote lento del tren, a través de la ventanilla, se sucede el tono verdoso de las hojas de los agaves, distribuidos en perfectas filas, alineados como un ejército a punto de invadir un país. Este paisaje fue declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco. El peregrinar por estas tierras de Juan Calero, un albañil sevillano que se incorporó como fraile franciscano a las expediciones de espada y crucifijo de los conquistadores, tuvo que ser más modesto que este. El religioso fundó esa ciudad que se ve al fondo hace casi quinientos años. Un cartel anuncia que estamos a punto de llegar a destino: Tequila.

Los cultivos de plantas de agave que rodean el pueblo de Tequila fueron declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco
Los cultivos de plantas de agave que rodean el pueblo de Tequila fueron declarados patrimonio de la humanidad por la UnescoAna Nance

El boom de la bebida espirituosa más popular de México tuvo lugar a mediados de los años noventa del siglo pasado. En esa época, pese a que el país trataba de salir de una profunda crisis que había supuesto la devaluación de su moneda y una caída del 6,2% del PIB, la industria explotó con la producción y comercialización masiva de la variedad azul del agave. Gracias a ese fenómeno, en los bares de cualquier lugar del planeta puede encontrarse una botella de tequila. Mexicanos de la zona que habían emigrado a Estados Unidos regresaron con unos buenos dólares en el bolsillo para plantar lo que comenzó a conocerse como oro azul. En 1991 había 31 empresas y en el año 2000 ya eran 73 las registradas ante el Consejo Regulador del Tequila, según un estudio de la Universidad de Guadalajara.

El tequila comenzaba a darse a conocer por todo el mundo, pero el pueblo donde se producía continuó en el anonimato. “No éramos conscientes de lo que teníamos entre manos. Plantábamos, lo vendíamos a las empresas que lo destilaban y no nos preocupábamos más. Apenas venía algún güero para ver cómo trabajábamos, pero era cosa rara. ¿La verdad? Sí me da gusto que los turistas quieran venir ahora a vernos sembrar y cortar y a darse una vuelta por la fábrica. ¡Tequila existe, carajo!”, dice un viejo campesino, ya retirado. El año pasado, la localidad recibió a 294.000 visitantes.

El paisaje de los agaves de los que se extrae la bebida es patrimonio de la humanidad

Uno de los impulsos más importantes para el pueblo llegó a través de la televisión. Televisa adaptó en 2007 la novela Café con aroma de mujer. La trama, en vez de desarrollarse en las zonas cafeteras colombianas, tenía lugar en Tequila y, como fondo, su principal industria. La protagonista era Angélica Rivera, la esposa del hoy presidente de México, Enrique Peña Nieto. A su personaje, una jimadora que cultivaba el agave en el campo, le decían La Gaviota, y así es como se conoce todavía a la primera dama. La serie fue un éxito.

“Era un culebrón que pa qué te digo. La mujer nace pobre y después se hace rica. Se convierte en la mera mera promotora de la industria del tequila. Vamos, como su vida real ahora”, cuenta Alicia Rodríguez, la directora de Turismo del Ayuntamiento de Tequila.

El número de visitantes, según la responsable municipal, se multiplicó. Los mexicanos que siguieron con el corazón encogido la suerte de La Gaviota quisieron conocer de primera mano el lugar donde ocurría todo, como los fans de Breaking Bad que caminan por Albuquerque con la esperanza de encontrar algún rastro de Walter White. Las mujeres comenzaron a casarse de blanco en las haciendas del pueblo, con sus grandes muros a salvo de miradas indiscretas y los jardines verdes por los que corretean parejas de pavos reales. “La Trinidad de Tequila: el Padre es el volcán, el Hijo es la ciudad y el Espíritu Santo es la bebida”, dice Rodríguez a modo de eslogan divertido. Ella estuvo en una ocasión en Aranjuez, Madrid, en una serie de conferencias, y casi todo el mundo acabó preguntándole lo mismo: “¿En serio que ese pueblo existe?”. Ahí le quedó claro que La Gaviota no había sobrevolado el charco.

Una mujer con traje tradicional y un hombre vestido de mariachi pasean por Tequila (Jalisco).
Una mujer con traje tradicional y un hombre vestido de mariachi pasean por Tequila (Jalisco).Ana Nance

El pueblo no solo profesa el culto pagano al tequila. A las nueve de la noche suenan las campanas de la iglesia y todos los que están en las calles de alrededor se giran para recibir la bendición. Los vecinos resguardados en sus casas se persignan de inmediato. Las madres con hijos adolescentes enfrascados en debates existenciales los agarran del cogote y les estampan la señal de la cruz hasta que se les pase el desvarío. Los más mayores apagan la televisión y la radio en señal de respeto. Este es un pueblo mocho, como se dice en Jalisco a los que llevan por bandera ser muy creyentes. Guadalajara, la capital, es una ciudad conservadora, de tradición católica muy arraigada. Chicharito Hernández, que fue delantero del Real Madrid, es de esta tierra y honra este legado conservador orando con los brazos extendidos al cielo, en medio del terreno de juego, antes de que dé comienzo cada partido.

El hombre que trae en la cabeza todo este proyecto de situar la población de una vez por todas en el mapa es un holandés llamado Cees Houweling, director de Tequila Espíritu de México, la sección turística de la empresa José Cuervo, la única grande del sector con capital 100% mexicano. “Es un pueblo bonito, con historia, con mucho potencial. Es hora de que el turismo internacional lo sepa”, explica Houweling mientras corta un filete en el restaurante Cholula, un lugar donde las especialidades están regadas –exacto, adivinó– con tequila. A unas mesas está la actriz española Victoria Abril tomándose algo, aunque desde aquí no se aprecia si es la bebida local.

José Cuervo ha arreglado y peatonalizado la calle donde tuvo su primera fábrica, la que es la destilería más antigua de América. Está abierta al público. Hay que ponerse una cofia antes de entrar. Aquí se producen 65.000 litros de tequila cada día. Las piñas de agave llegadas de los campos de alrededor pasan 36 horas cociéndose en unos hornos industriales y después se dejan reposar ocho más. Unos molinos prensan todo ese agave, extrayéndole el jugo. Ese extracto no contiene ningún grado de alcohol, son azúcares naturales (la tierra es rica en ellos gracias al volcán). El aguamiel resultante hay que fermentarlo en tanques de acero inoxidable agregándole levadura. El líquido –cuenta una guía– comienza a hervir y los vapores se acumulan en un alambique. Ese es el proceso del tequila blanco, la base de los demás. A medida que se avanza por cada tramo explicado, caminando entre galerías, el visitante recibe una prueba para que entienda de qué se está hablando. Una alemana que no ha rechazado ninguna cata comienza a tener las mejillas sonrosadas y aprovecha una pausa para que le dé el aire en un patio.

En Tequila puede visitarse la fábrica de la empresa José Cuervo.
En Tequila puede visitarse la fábrica de la empresa José Cuervo.Ana Nance

La infraestructura hotelera del pueblo todavía está en desarrollo. Frente a la plaza principal se está levantando El Solar de las Ánimas, un hotel de lujo de aspecto colonial. Una cuadrilla de obreros con casco y chaleco ultima la construcción de un proyecto que ronda los 60 millones de dólares (52 millones de euros). Tendrá 93 habitaciones, entre ellas varias suites. Desde la azotea, donde habrá una piscina y un bar especializado en cócteles, se aprecia en todo su esplendor el volcán que, según dicen todos por aquí con cara de rigor histórico, entró en erupción hace 2.000 años.

Esta es la dolce vita que ofrece Tequila, pero a las cinco de la madrugada, a unos kilómetros de aquí, hay un puñado de hombres de manos ásperas que ya están en pie. Son los jimadores, campesinos dedicados a cosechar agave. Se les llama así porque durante el acto de cortar la planta, por el esfuerzo, emiten un gemido. En un principio se les decía gemidores, pero la connotación sexual del término incomodaba a los más mojigatos. Así fue como se llegó al nombre de jimador, o al menos eso cuenta Ismael Gama, un campesino de 53 años. Basta teclear su nombre en Google o YouTube para comprobar que ha sido entrevistado en más ocasiones que Don Johnson.

Gama aparece en esta historia al final, aunque es a quien primero hay que visitar. Preferiblemente, a primera hora de la mañana, antes de que el calor vuelva insoportable el paseo. Los autobuses llenos de turistas recorren las vías de tierra que dejan a los lados los plantíos de agave. Es el mismo paisaje que se veía a través de la ventanilla del tren. El jimador, de bigote y sombrero blanco, hace una demostración de cómo se corta la planta con un machete. La operación la puede repetir 3.000 veces en una jornada de recolección.

Botellas de tequila en el restaurante La Tequila, en Guadalajara (México).
Botellas de tequila en el restaurante La Tequila, en Guadalajara (México).Ana Nance

Es un trabajo duro, muy duro. Los campesinos se alimentan con frijoles, nopales (un tipo de cacto común en la cocina mexicana) y lagartijas, que acaban asándose en una fogata. Algunos escuchan música en el teléfono móvil, otros “a la sordera se la llevan”. Los novatos llevan espinilleras por si se les escapan el machete y la azada. No es extraño que al jimador le falte algún dedo en los pies o en las manos. “Vienen chamacos a trabajar que solo duran el primer día o huyen a mitad de la mañana. Como cobardes, como señoritas. ‘No huyas, culero’, les grito”, dice Gama, que empezó a los cuatro años transportando piñas al pueblo.

Una mañana, unos japoneses vestidos de traje se presentaron en el sembradío con una máquina que venía a reemplazar el arduo trabajo milenario en los campos de agave. La activaron, y unas cuchillas, desplegadas como las patas de una cucaracha, comenzaron a desbrozar la planta de forma mecánica y obsesa. El artilugio, ideado en algún laboratorio por ingenieros, cortaba demasiado por un lado, dejando calvas, y erraba en el lado contrario, cercenando muy poco.

Gama observó la escena recostado en un árbol, a la sombra, con esa sabiduría silenciosa que solo puede tener la gente de campo. “El tequila, amigos míos, es cosa de hombres”, se limitó a decirles a los oficinistas, que a esas horas ya empezaban a sudar la gota gorda. El volcán fue testigo de esta insólita conversación.

elpaissemanal@elpais.es

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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