Transparencia, confianza y el futuro del CSIC
Los programas de los partidos emergentes apenas prestan atención a problemas como mantener la competividad en ciencia desde el ámbito público con los instrumentos actuales de gestión o las prioridades sobre el gasto en I+D
España sufre una crisis de confianza en su futuro y la incertidumbre es siempre generadora de miedos y ansiedades. El déficit de confianza se ha agravado de manera importante desde el comienzo de la crisis económica en 2008 y cualquier atisbo de recuperación de la ilusión se ve lastrado por la constatación del aumento de la corrupción en el ámbito público y privado. Como consecuencia han surgido movimientos en pro de la transparencia y de manera concreta se han plasmado en una ley y una oficina de transparencia gubernamentales.
La palabra transparencia está sin duda de moda. Desde un punto de vista filosófico, la transparencia ha sido analizada por el filósofo alemán Byung-Chul Han quien pone en cuestión muchas de las supuestas virtudes de la transparencia al contraponerla a la creatividad de lo no expuesto, a la imaginación y a la propia generación de confianza. Más cercana y a mi modo de ver acertadamente, han disertado sobre el binomio confianza-transparencia las filósofas españolas Adela Cortina y Victoria Camps en varias publicaciones, proponiendo no una contraposición de una y otra sino una complementariedad entre ambas. Y es que mientras la transparencia es un procedimiento, que puede resultar sin duda útil, aunque no único, para generar confianza, esta última es un valor intelectual, social y emocional que se adquiere tras una confirmación a lo largo del tiempo de que las palabras van acompasadas de actitudes y hechos.
Resulta obvio que en el estadio de evolución moral de nuestra especie ningún estado puede ser totalmente transparente por el peligro inmediato que supondría para su propia seguridad política, económica y jurídica. Sin embargo, las sociedades avanzadas se caracterizan por un grado significativo de predictibilidad futura en cuanto a la posibilidad de progreso educativo, laboral, económico y social de sus habitantes. Y ello es porque estos últimos habitan en la confianza de sus sistemas políticos y representantes parlamentarios. Todo ello se ha resquebrajado de manera sustancial en nuestro país y ha facilitado la eclosión de nuevos partidos o plataformas políticas que aspiran a llenar el vacío de ilusión impuesto por la desconfianza y en muchos casos por la desesperanza. En este contexto pues y a tenor del progresivo crecimiento de su peso político y capacidad de representación su responsabilidad es grande aunque no mayor que la de los partidos ya establecidos que necesitan reinventarse a sí mismos en el capítulo clave de la generación de confianza.
Sería bueno que las formaciones de nuevo cuño y también las del antiguo fueran generando confianza a través de la transparencia de sus propuestas
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la mayor institución pública española dedicada a la generación de conocimiento en todas las áreas tiene ya más de 75 años de historia, lo que le aleja definitivamente de tener una perspectiva de recién llegado. A pesar de sus orígenes complejos en una coyuntura histórica de máxima dificultad logró una posición brillante, plasmada no sólo en términos cuantitativos sino también en los de participación cualitativa en contribuciones de alto nivel tanto en las ciencias empíricas como sociales junto a las humanidades. En definitiva, logró generar confianza. Sin embargo su realidad actual se ha visto condicionada también por una grave crisis económica, resuelta por cierto en parte gracias a la puesta en marcha de mecanismos de transparencia, crisis que generó hace poco más de un par de años incertidumbre, inquietud y desasosiego ante un futuro nada halagüeño.
Sucesivos empeños de diferentes presidentes del CSIC en lograr un contrato de gestión que dotara al organismo de mayor autonomía financiera y capacidad organizativa han resultado hasta ahora infructuosos. La progresiva especialización y aumento exponencial del conocimiento, la heterogeneidad de las diferentes áreas y la imposibilidad de algunas de ellas de mantener un paso competitivo incluso dentro del panorama nacional han facilitado el éxodo de un número limitado pero altamente cualificado de sus miembros y resucitado el debate sobre el modelo prevalente de gestión. En áreas como la biomedicina se han introducido modelos alternativos siempre dentro del ámbito público y desarrollo de carreras profesionales que remedan el modelo anglosajón, con las luces y sombras del pragmatismo inherente al mismo. Ello ha dado como resultado instituciones que son más competitivas que el CSIC en el sentido canónico y que al menos en términos relativos han alcanzado una mayor visibilidad internacional.
En los programas y exposiciones de los partidos llamados emergentes he detectado relativamente poca atención y falta de detalle en estas cuestiones (quizá no he sabido encontrarlo), empezando por las principales que incluyen como mantener la competividad en ciencia desde el ámbito público con los instrumentos actuales de gestión, las prioridades sobre el gasto en I+D o las alternativas y progresiva transformación del modelo actual en otro mejor. Un buen punto de partida es el artículo publicado en este periódico por Francisco Longo el 21-3-2015: Un sector público innovador es posible. Sería bueno que las formaciones de nuevo cuño y también las del antiguo fueran generando confianza a través de la transparencia de sus propuestas. Sus futuras señorías tendrán mucho trabajo al respecto.
Santiago Lamas es profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
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