La cumbia distorsionada
La visión de Colombia en el exterior choca con la polarización que vive la sociedad
La pregunta suele ser recurrente con el recién llegado en cada conversación: “¿Y cómo ha visto a Colombia?”. La respuesta consiste en repetir la misma vaina, el mismo cuento, como gustan decir los colombianos: “Diferente”. Obvio, las cosas se ven de distinta manera cuando se palpan, pero en el caso de la realidad colombiana, la música suena de otro modo depende dónde se escuche. La cumbia que uno imagina termina distorsionada.
Desde que se inició el proceso de paz, hace ya casi tres largos años, el Gobierno de Juan Manuel Santos ha potenciado la imagen exterior del país y ha conseguido que se vea a Colombia como una tierra de oportunidades, una especie de El Dorado del siglo XXI. Al fin y al cabo, qué otra cosa se puede esperar de un país con un crecimiento económico sostenible desde hace años, ligado a la bonanza petrolera; un país con referentes mundiales, por ejemplo, en arte o en el deporte. Un país, en definitiva, a punto de acabar con una guerra de más de 50 años.
Al poco de aterrizar precisamente en El Dorado, el aeropuerto de Bogotá, el ritmo resulta acompasado. La claridad del mensaje de la frontera hacia fuera choca con la polarización que vive la sociedad colombiana. La escala de grises, en lo que a la paz se refiere, parece haberse difuminado en algún momento de la historia reciente. Las partes siguen sentadas en Cuba, sí, pero lejos de darse la mano parecen separadas por un cristal blindado que vaya a usted a saber quién y cuándo lo derriba.
El periodista Álvaro Sierra lo ilustraba días atrás: “Mantener la negociación en La Habana en una burbuja, como si los avatares de la guerra en Colombia no contaran, fue útil pero se volvió insostenible”. Hace un par de semanas, por ejemplo, Santos aseguró en Oslo que el posconflicto “ya comenzó”. Este fin de semana, el jefe negociador del Gobierno en Cuba, Humberto de la Calle, dijo que es posible que las FARC un día de estos no les encuentren en la mesa. El baile es cada vez más complicado y eso que a los colombianos, pese a todo, ritmo no les falta nunca.
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