¿Quién tiene tiempo para comer?
Las proteínas en polvo son el enésimo invento de Silicon Valley con pretensiones de cambiar el mundo
Proteínas en polvo. Son el enésimo invento de Silicon Valley con pretensiones de cambiar el mundo. Si usted tiene un trabajo importante –como escribir códigos para la disrupción de algún mercado–, lo normal es que quiera saltarse durante su jornada laboral el paso de ir a comer. Es comprensible. Mientras mastica, otro genio de 23 años puede estar terminando de escribir la línea definitiva que marcará la diferencia entre un ganador y un loser. Soylent es el nombre que recibe la fórmula mágica para repostar mientras se ahorra el tiempo y el dinero del almuerzo.
Se trata de un brebaje de color beis y textura arenosa, sabor incierto, olor penetrante… Pero químicamente perfecto. Contiene “todo lo que necesitas para sobrevivir”, explicó su inventor, Rob Rhinehart, a la revista The New Yorker. Repasemos: lípidos procedentes del aceite de canola; carbohidratos y proteínas, de la maltodextrina y los polvos de arroz; magnesio; calcio; electrolitos, omega 3 del aceite de pescado que los veganos podrán sustituir por aceite de semillas de lino. Todo se mezcla en una batidora con un poco de agua y listo. Máximas prestaciones y mínima inversión.
Su creador, un ingeniero eléctrico de 25 años, ya no come. Solo se alimenta de su fórmula, y dice estar mejor que nunca. Ahora se dedica a la última industria emergente de Silicon Valley: los sustitutivos de la comida.
Su historia encaja a la perfección en las fábulas de serendipia que se oyen por estos lares. Rhinehart y sus compañeros de piso trabajaban ilusionados en su compañía tecnológica emergente para la que habían conseguido una financiación discreta, pero las cosas no iban bien y decidieron que tenían que recortar gastos para sobrevivir. Hicieron cuentas y vieron que comer era caro. Probaron a alimentarse a base de hamburguesas de un dólar, pero a la semana sus cuerpos se rebelaron. Probaron con pizzas. Tampoco funcionó. Por último, con una dieta total de hojas de kale. Pero seguían con hambre.
Entonces Rhinehart aplicó sus conocimientos de ingeniería al asunto de comer. Consultó varias fuentes médicas y determinó que necesitaba para vivir lípidos, carbohidratos, aminoácidos, vitaminas y minerales. Esto último lo podría obtener de la fruta, pero diluido en grandes cantidades de agua. Finalmente llegó a la conclusión de que comer era un proceso altamente ineficiente: “Un sistema muy complejo, caro y frágil”. Y se dispuso a cambiar el estado de cosas.
Empezó por buscar la manera de tomar directamente los nutrientes saltándose el resto del trámite. Confeccionó una lista de 35 ingredientes y en lugar de ir al supermercado los compró por Internet en textura de polvo y en pastillas, luego lo mezcló todo con un poco de agua en una batidora. El resultado fue “una limonada pegajosa”. Al brebaje lo llamó Soylent, inspirado en la película de ciencia-ficción Soylent Green, de 1973 (en España, Cuando el destino nos alcance). Durante 30 días se alimentó solo con su mezcla. Su presupuesto para comida bajó de 450 dólares mensuales a 50. Entonces publicó sus hallazgos en el blog Hacker News, la biblia de la industria tecnológica. El post se titulaba Cómo dejé de alimentarme con comida. Un mes sin comer, decía, le había cambiado la vida. Su piel estaba más clara, sus dientes más blancos y ya no tenía caspa en el pelo. A los tres meses él y sus compañeros de piso dejaron de diseñar softwares y se entregaron al negocio de la comida sintética.
Cuando le preguntan por qué alguien renunciaría al placer de comer por abrazar un régimen de nutrición cercano a la alimentación parenteral de la UCI de un hospital, Rhinehart responde que la mayoría de la gente que él conoce se olvida de comer: cuando estás creando algo importante, el hambre es un incordio. Así que imagina un futuro donde queden bien marcadas las diferencias entre la alimentación útil y funcional –similar a llenar el tanque de gasolina de un coche– y la comida como “placer gastronómico y experiencia social”. Por ejemplo, dice, en su caso el 90% de sus comidas son utilitarias.
El proyecto Soylent consiguió en un mes 100.000 dólares a través de crowdfunding. Dos grandes inversores, Y Combinator y Andreessen, aportaron después varios millones de dólares. Según The New York Times, en mayo pasado salieron de Los Ángeles las primeras 30.000 unidades destinadas a clientes del resto de Estados Unidos. Esto puede que en cualquier momento deje de ser una extravagancia techy de Silicon Valley.
Se trata de buscar atajos para saltarse las obligaciones de la vida diaria, como comer y vestirse, para recuperar ese tiempo e invertirlo en otras actividades. ¡Ah! Y Soylent no es Coca-Cola: la fórmula puede encontrarse colgada, en abierto, en Internet. Cualquiera que decida emplear la hora (o media hora) del almuerzo en otro asunto puede conseguir la mezcla ahora mismo. Pero olvídese del sentido del gusto, la vista y el tacto. La elección está en su mano.
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