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Qué mueve a... Maarit Hirvonen

“Es genial seguir ayudando. Tengo buena salud, curiosidad y energía”

Con más de tres décadas de experiencia en diferentes agencias de la ONU, esta mujer ya jubilada sigue persiguiendo su sueño de infancia: cambiar el mundo

Alejandra Agudo
Maarit Hirvonen se jubiló en 2010. Desde entonces, no ha dejado de ayudar como consultora de diferentes oficinas regionales de la ONU.
Maarit Hirvonen se jubiló en 2010. Desde entonces, no ha dejado de ayudar como consultora de diferentes oficinas regionales de la ONU. Bernardo Pérez

Cuando era pequeña y le preguntaban qué quería ser de mayor, Maarit Hirvonen (Joensuu, Finlandia, 1951) siempre respondía lo mismo: “Secretaria general de las Naciones Unidas”. No ha llegado a tal cargo, pero ha vivido en más de una veintena de países en su periplo laboral por las distintas agencias de las Naciones Unidas, desde Unicef al Programa Mundial de Alimentos. Un viaje que no ha terminado aún ahora que ya está jubilada.

Sentada en un sofá roído de un hotel en Batouri, población camerunesa cercana a la frontera con República Centroafricana, esta mujer con más de tres décadas de experiencia de trabajo humanitario ríe al recordar aquello. “Nadie en mi familia trabajaba en esto”, encoge los hombros como si todavía no se explicase por qué desde niña soñaba con ser alguien que cambiaría el mundo. “Quería estar cerca de donde ocurren las cosas”, detalla.

En la universidad estudió Económicas y Periodismo. “Y español”. Quería trabajar en América Latina y, finalmente, la oportunidad llegó en 1980, dos años después de licenciarse. “Fui a Cuba. Fue mi primer contacto con el mundo en desarrollo”, recuerda.

Finalmente, realizó uno de los programas de la ONU para jóvenes. Asegura que la cogieron porque sabía hablar francés. “Había trabajado de niñera en Francia y necesitaban gente para ir a África”, relata. Dos meses después de las pruebas, en junio de 1981, se estableció en Uagadugú, capital de Burkina Faso. Allí estuvo tres años, trabajando para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Pese a que miles de kilómetros la separaban de su familia —sin Internet ni whatsapp—, sus padres se lo tomaron bien. “Veían que estaba haciendo algo grande”, señala Hirvonen.

Después se sucedieron otros muchos destinos y crisis humanitarias. Estaba en Níger cuando la hambruna asoló el país africano en 1994. “Para dedicarte a esto no puedes ser demasiado emocional porque, si no, no trabajas bien. No te puedes implicar mucho, pero tampoco ser indiferente”, señala respecto a sus sentimientos sobre las atrocidades que han ocurrido frente a sus ojos.

Después recaló en Somalia. “Antes de que fuera de mal a peor”, indica. Pese a que dice llevar bien el riesgo “a diferencia de otros compañeros que entran en pánico”, la ONU decidió que abandonara el país en plena escalada de violencia. “Mataron a varios compañeros”, explica. “Y necesitaban a alguien en Roma porque el responsable que había entonces era tutsi y no podía viajar a ciertos países. Así que le sustituí”, continúa. Año sabático, un máster en administración pública, Roma otra vez, Nueva York, Unicef, Programa Mundial de alimentos, Ginebra… Los destinos y cargos se fueron añadiendo a su currículo hasta que regresó, de nuevo, a su amada África, a su hogar: Burkina Faso. “Había cambiado mucho. Tenían Internet y móviles. Ya no era necesario esperar dos horas en el locutorio para llamar a mi madre”, rememora.

Hirvonen asegura que volvió "a casa". No solo porque es en Burkina Faso donde ha establecido, tras su jubilación, su residencia permanente, sino porque lo suyo es el trabajo en el terreno. “En las oficinas estás muy lejos. Aprendes la burocracia, pero no estás en la primera línea”, considera.

Ese espíritu inquieto es el que le ha llevado a conocer medio mundo, pero también ha impedido que forme una familia. “Hubiera sido más difícil moverme”, arguye. Por ejemplo, dice, cuando la trasladaron en el año 2000 a Erbil, en el kurdistán irakí. “Alimentábamos a la gente, a 24 millones de personas cada día. Fue muy grande”, recuerda mientras le caen gotas de sudor por las sienes debido a las altas temperaturas de la noche camerunesa. Su labor en la zona se vio interrumpida por un ataque violento. Tras un tiempo en Jordania, en mayo de 2003, volvió a Irak, a Mosul. El 19 de agosto se produjo un brutal atentado contra la central de la ONU en Bagdad en el que murieron 22 personas. “Recuerdo que, en Mosul, esperábamos a un compañero que nunca llegó. Murió”. Hirvonen pone en pausa su relato unos segundos. Silencio. “En octubre, la ONU decidió evacuar a todo el mundo. Pasé un año en Jordania y después fui a Liberia. Volví a África”, termina el relato y cierra una etapa.

Sus huesos finlandeses recalaron finalmente en Ruanda, donde vivió cuatro años. De aquel tiempo de lucha contra el hambre, destaca una anécdota. “Vino Bill Clilnton y recuerdo que visitó un hospital de enfermos de sida. Y abrazaba a la gente. Fue alucinante porque los políticos normalmente no quieren hacer estas cosas”. En 2008 cambió de país y de labor. Se fue a Unicef en Costa de Marfil. “Fueron días muy difíciles porque hubo muchos incidentes y la situación política era turbulenta”, asegura. Y en 2010… “Me jubilé y me fui a Burkina Faso. Es mi casa. Allí tengo mis amigos, mi tierra”. Aunque el retiro le duró poco a esta mujer incombustible: “Pasé un año intentado poner mi vida en orden y, en 2012, me fui a Kenia a apoyar un programa de desarrollo rural”.

A Hirvonen le queman los pies cuando pasan demasiado tiempo sobre un mismo suelo. Aunque su villa en Burkina Faso es el lugar al que siempre vuelve. Allí regresó tras dos meses en Kinsasa (República democrática del Congo) —“fui a ayudar a un amigo en un proyecto”, se explica—, después de medio año en Pakistán —“para apoyar al director de la oficina del Programa Mundial de Alimentos”— y otro tanto en Yaoundé (Camerún). Lo hace, aclara, porque la ONU permite a su personal jubilado trabajar unos meses al año como “consultores” allí donde se requiere una voz de la experiencia.

“Quizás algún día piense que ya está. O quizás dejen de llamarme. Pero la gente aún me reclama porque necesitan personas con experiencia en situaciones de emergencia. A mí me parece genial poder seguir ayudando y tengo buena salud, curiosidad y energía. Me gusta este tipo de vida, es un privilegio”. No llegó a secretaria general de la ONU, la oficina no era lo suyo. Pero Hirvonen tiene exactamente la vida que desea y no cambiaría ni uno de sus pasos. “Cuando estás en el terreno, ves que salvas vidas y tu existencia adquiere otro sentido. Esa es mi naturaleza. Esta es mi pasión”.

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Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

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