No sabemos nada
Hay quienes fuman por una necesidad de orden biológico más que por un placer de carácter cultural


Esta es para mí la imagen misma del talento. Y de la elegancia. Y de la serenidad. Observen la que se respira en la mano con la que sostiene el puro. He ahí unos dedos pacificadores. Aunque un extremo del puro permanece oculto, juraríamos que no está chupeteado con la ansiedad del que mama el humo en lugar de aspirarlo. Hay quienes fuman por una necesidad de orden biológico más que por un placer de carácter cultural. ¿Qué escritor decía que había descubierto la diferencia entre apetecerle un porro y necesitar un porro? No me acuerdo, pero de eso va la historia. El señor de la foto se fuma el puro porque le apetece. Si ascendemos desde las manos hacia el rostro, nos encontramos frente a una mirada centroeuropea, una mirada, cómo diríamos, vienesa, quizá un poco freudiana.
Una mirada, por cierto, tremenda para el retratista, pues no resulta fácil de interpretar. Está cargada de subjetividad, de yo. Ahí dentro hay un yo. Si se pudiera llamar a la frente como a una puerta, aparecería un yo cargado de pensamiento propio: por eso es un yo; si no, sería un él. La mayoría de la gente tiene dentro un él disfrazado de yo. El yo lo da la inteligencia. Ahora bien, el yo no suele ser un productor de paz. Más bien de todo lo contrario. Tal vez lo que venimos tomando por serenidad sea una forma de desesperación educada. Quizás al otro lado de los ojos, la vida sea un infierno. La elegancia de la que hablábamos al principio consistiría en no mostrarlo, en tragárselo como el humo de los cigarrillos. Pero Vallcorba se está fumando un puro. Por resumir: que no sabemos nada.
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