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El Pulso
Columna
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Falsificaciones, el arte de un gran negocio

“El mundo del arte está podrido", dice un falsificador. "Al menos 300 o 400 de mis falsificaciones se colocaron a través de ellas”

Miguel Ángel García Vega

El basquiat dudoso cuelga en el salón de la casa del coleccionista. Entre un barceló y una araña de Louise Bourgeois.

–Bueno –murmura mirando el cuadro–. Siempre pensé que era auténtico. Tengo papeles.

–¿Cuándo lo compraste?

–A principios de los ochenta, en una subasta en Madrid. Un dineral.

–¿Cuánto?

–Prefiero no contarlo, pero ya era carísimo. Más que Tàpies.

Bajo el escrutinio del aficionado, el basquiat parece demasiado basquiat. Es un lienzo pintado con acrílico y montado sobre soportes blancos de madera. Una cabeza con trazos veloces rojos, negros y azules vivos. La imagen congelada de la obra del pintor estadounidense. Como si el mago del grafiti hubiera reunido ahí todos sus clichés. Además, en los ochenta operó en Madrid un falsificador. Si la tela es auténtica, vale dos millones largos; si no, se queda en decoración.

–Hay dudas, no la subasto. No quiero líos –zanja el coleccionista.

Una mirada responsable que colisiona con el universo de lo falso. El mercado del arte maneja 60.000 millones de dólares al año y la tentación de sacar tajada surge poderosa. Desde falsificadores célebres como Elmyr de Hory hasta el millonario escándalo de Glafira Rosales y el gallego José Carlos Bergantiños. “Entre el 10% y el 40% de las obras que aparecen en el mercado son falsas o se encuentran tan alteradas o restauradas que casi podrían catalogarse como tales”, advierte Leonora Gummer, quien ha trabajado en el área de maestros antiguos de Sotheby’s.

En Ginebra, Yan Walther está utilizando reflectografía infrarroja para analizar una tela de Fernand Leger. “Más del 70% de las piezas resultan falsas”, revela Yan, director de Fine Arts Expert Institute, una empresa suiza que emplea tecnología de vanguardia para desenmascarar fraudes. El problema de la autenticidad son los grises. Picasso se negó a firmar una tela –sabiendo que era suya– a una mujer con una justificación peregrina. “Si la firmo ahora, estaré dejando mi rúbrica de 1943 en un lienzo de 1922. No, señora. Lo siento. No puedo firmársela”. ¿Es auténtica una obra sin firma? ¿O una tela genuina demasiado restaurada?

Esas dudas solo desaparecen cuando los falsos son rotundos. Robert Driessen, de 58 años, es un genio del engaño. Ha falsificado 1.000 esculturas de Alberto Giacometti a lo largo de 30 años y ganado millones. Hoy, huido de la justicia, vive en Tailandia. Driessen reconoce el fraude, aunque se defiende. “Las galerías lo sabían. Todo es una cuestión de dinero; dinero y nada más”, critica. “El mundo del arte está podrido. Al menos 300 o 400 de mis falsificaciones se colocaron a través de ellas”.

El problema con Giacometti es que el caos de su vida se propagó a su arte. Se calcula que produjo 500 obras únicas. Aunque a veces usaba fundiciones distintas para el mismo diseño y otras, enfurecido, destruía el molde a mitad de la edición. Por eso resulta más fácil falsificar a Goya que a Richter. El pintor alemán tiene codificados todos sus trabajos. Con la lección aprendida, la Fundación Alberto et Annette Giacometti prepara el catálogo razonado del artista. “Nos tomamos muy en serio el tema”, asegura Catherine Grenier, directora. Tanto como los falsificadores.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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