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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Consecuencias de la caída

La muerte política de Pujol deja al nacionalismo convergente sin su principal activo y referencia histórica e ideológica. Aunque Artur Mas sale debilitado, el soberanismo se conjura para que no afecte al proceso.

Lluís Bassets
EVA VÁZQUEZ

1 Un bel morir tutta una vita onora. Y viceversa. La muerte política de Jordi Pujol, que es de lo que se trata, ilumina toda su biografía personal y pública con una nueva luz, desnuda y cruel. La primera consecuencia de las revelaciones realizadas por el propio Pujol conciernen a su figura política y a la imagen con que quedará inscrito en la historia. Quien aparecía hasta el jueves pasado como el mejor presidente de la Generalitat recuperada, la de la actual democracia constitucional e incluso la de la II República, y por encima también en duración y envergadura del balance presidente del brillante y fructífero antecedente fundacional que fue la Mancomunidad, Enric Prat de la Riba, es ahora un icono roto y embarrado por los más lacerantes defectos que se le puede atribuir a un político: la corrupción y la mentira, algo que jamás había afectado a ninguno de sus antecesores.

2.— El icono que nace con esta revelación es catastrófico y de terribles efectos sobre su familia y su entorno. La caída del mito invierte el sentido de todos los valores y conceptos que habían cuajado alrededor de su proyecto personal y político. La biografía de Pujol, desde su juventud más temprana, es la de alguien dedicado obsesivamente al catalanismo, con una persistente e indeclinable ambición de poder al servicio de Cataluña, primero económica y cultural, después directamente política, que encuentra el apoyo y la ayuda de su familia, sus padres primero, su esposa después, los hijos en la etapa ya presidencial, además del entorno de hermanos, cuñados y amigos. Nadie del clan familiar podrá ni siquiera intentar un regreso a la política. Su presencia, antaño tan requerida, se ha convertido en tóxica, especialmente para el independentismo. El mayor activo del nacionalismo se ha convertido en lastre. A la luz de las revelaciones, la acción y la historia de la piña familiar nacionalista alrededor del president fácilmente se adapta al relato vulgar y penoso de cualquier grupo humano, llámesele clan o mafia, conjurado en obtener el poder para enriquecerse y defender luego la riqueza ilegalmente obtenida, al igual que ha hecho Silvio Berlusconi en Italia durante dos décadas.

La confesión puede desanimar al independentismo más moderado y reciente

3.— Difícil si no imposible es encapsular el asunto en la privacidad familiar de los Pujol, como ha pretendido Artur Mas. En toda esta historia hay un estilo inconfundible, que se reconoce en todo, incluido el partido, el Gobierno catalán y el conjunto de los líderes nacionalistas. Convergència es un partido fundado y amoldado por el liderazgo de Pujol; su actual líder, Artur Mas, un sucesor nombrado por su familia a la espera de que Oriol Pujol estuviera preparado; y el conjunto de sus dirigentes y cuadros políticos, unas gentes formadas en el ejemplo, el ideario e incluso los gestos y la oratoria del patriarca fundador. La caída del padre de la patria, todavía presidente de honor a título vitalicio, significa dejar a CDC sin referentes y sin historia. Será realmente muy dificultoso refundarlo en un momento de crisis y de declive electoral y cuando el Gobierno de Artur Mas se ha echado en brazos de Esquerra Republicana en cuanto a programa e incluso ideología. Más fácil es, en cambio, que la emancipación y ruptura total con los Pujol signifique diluirse en Esquerra o en una nueva formación sin matriz pujolista alguna.

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4.— Artur Mas, como presidente y como político, tendrá difícil inmunizarse ante la infección revelada por Jordi Pujol. Su entera historia profesional y política, incluida su experiencia en la empresa privada antes de entrar en la política, se identifica con el clan de los Pujol, a pesar de los esfuerzos ostensibles por tomar distancias en momentos especialmente delicados. El actual presidente también ha conocido una historia de evasión de capitales y regularización fiscal de su padre, ya fallecido, en la que documentos de la policía de delitos económicos pretendían implicarle personalmente, al igual que les sucedió a los hijos de Pujol. Muchos deducirán que si los documentos referidos a estos últimos se han revelado veraces, también podrían serlo los que se refieren a Artur Mas. En todo caso, quedan debilitadas las teorías sobre una conspiración antinacionalista pilotada desde el Ministerio del Interior que pretendería erosionar sin base alguna al presidente ante el proceso soberanista. Puede que haya habido conspiración, pero no hay dudas de que también había una base en la que asentarse. En cualquier caso, las revelaciones afectan al menos a la solidez del liderazgo del proceso, sometido ahora a nuevas presiones y con la imagen disminuida por la contaminación inevitable que desprende la corrupción localizada en la familia del expresidente.

5.— Muchos son los que piensan dentro del independentismo que lo que desprestigia a Mas no tiene por qué desprestigiar al proceso soberanista. El soberanismo ya ha convertido el optimismo sistemático en un auténtico síndrome. Cuanto más débil sea el presidente más fuerte será el proceso, según dice una teoría que atiende a la sentencia de que no hay mal que por bien no venga, y que ya fue de aplicación a los malos resultados de CiU en las elecciones catalanas de noviembre de 2012. En las bases más radicalizadas, que imaginan el proceso como una ruptura con una transición fraudulenta y con una casta corrupta, la caída de Pujol es el agua de mayo que regará el proceso independentista, reafirmará al soberanismo en sus propósitos y argumentará en favor de la bondad intrínseca de un Estado independiente que refunde la democracia en Cataluña. No es nada seguro, sin embargo, que este mensaje amplíe las bases del soberanismo y lo refuerce entre el electorado más burgués y moderado. Al contrario, la identificación del pujolismo con la corrupción puede inhibir y disgustar a amplios sectores sociales que se habían visto arrastrados suavemente desde el autonomismo al independentismo, gracias entre otras cosas al viraje ideológico de Pujol, de su familia y del entero partido detrás de él. Basta con imaginar el efecto de eslóganes como España nos roba tras las revelaciones de la pasada semana.

La caída de la casa Pujol marca un antes y un después que no permite reacciones tacticistas

6.— Las consecuencias para la idea nacionalista de Cataluña y para el catalanismo son de identificación más lenta y compleja. En lo inmediato son profundamente negativas, sin duda. Para el catalanismo, jibarizado en su último avatar gracias a la apuesta independentista y convertido en una ideología menos transversal y menos plural, la mancha de la corrupción pujolista es una derrota moral y el presagio de una derrota política, aunque contiene un estímulo para la regeneración y el regreso al consenso de la catalanidad y al patriotismo cívico y pactista. Para la idea y la imagen de Cataluña, es un golpe que requerirá tiempo y esfuerzo para reponerse: Pujol se quejaba de la mala imagen que había proporcionado el tripartito, pero es evidente que al lado del pujolismo, aquellos Gobiernos efímeros y desprestigiados brillan como la imagen misma de la decencia política.

7.— Las revelaciones tampoco son buenas para España, de la que a fin de cuentas Cataluña es una parte, en muchos momentos la más visible y vanguardista. Pujol es uno de los personajes más conocidos y reconocidos mundialmente ya no como político catalán sino como uno de los dirigentes españoles que trajo la democracia. Su caída desprestigia a España tanto como a Cataluña y las desprestigia, principalmente, para quienes solo saben y pueden pensarlas juntas. En lo inmediato, la tentación del Gobierno será aprovechar la debilidad de Artur Mas para estrechar el dogal en el cuello del soberanismo, tal como ya piden a gritos algunos. Pero la caída de la casa Pujol marca un antes y un después que no permite lecturas tacticistas ni de circunstancias por parte de nadie. Todos los partidos y todas las instituciones, incluida la Monarquía, han pasado o se hallan en circunstancias muy parecidas. Más sabio sería aprovechar la caída como revulsivo para regenerar la vida política española y encontrar la salida de la crisis entre Cataluña y España. Esto sería la más rápida y eficaz forma para que regresara el perdido prestigio conseguido en la ahora denostada Transición. La última y más irónica consecuencia sería que tras el escándalo diéramos con la llave de la tercera vía, el camino del consenso y del acuerdo que ahora repudian tanto Artur Mas como Mariano Rajoy.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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