Cien años de burbujas
Freixenet y Codorníu, dos familias centenarias de cava, vivieron tiempos de guerra Hechas las paces (extrajudicialmente), hoy dominan un espumoso negocio de cientos de millones de euros desde el Alto Panadés catalán y tratan de esquivar la crisis descorchando botellas más allá de las fronteras españolas
Señor Ferrer, señor Ferrer... el ascensor ya está aquí”.
Pero cuando el elevador ha llegado a la planta menos dos de la gigantesca cava de Freixenet es demasiado tarde. Sin decir ni mu, el señor Ferrer no ha esperado a nadie y ya ha subido más de una decena de esos escalones que dan vértigo. Pese a su leve cojera. Pese a sus 88 años. Pese a ser el presidente de honor de uno de los mayores grupos vitivinícolas del mundo, con 520 millones de euros de facturación. Quizá por lo que significa ser uno de los grandes patriarcas de Sant Sadurní d’Anoia, un pequeño municipio de Barcelona de 12.000 habitantes abonado al negocio del cava.
“He de hacer ejercicio”, dice Josep Ferrer Sala sin mirar atrás y sin reducir la marcha.
Esa necesidad de mover las articulaciones ha pillado esta vez por sorpresa a su asistente, cuya cara es la de no poder decir nada. Al otro acompañante no le queda otra que sacar las manos de los bolsillos mientras sonríe y emular al prócer. Subir escaleras. Se trata de Josep Lluís Bonet, sobrino del señor Ferrer y presidente ejecutivo de esa compañía que en 2014 cumplirá sus primeros cien años. Empezó a ser conocida en 1929 gracias a un cartel anuncio con un niño tocado con un gorro rojo y una botella de champán bajo el brazo —hoy sería de cava—, pero su popularidad en España creció con los anuncios de las famosas burbujas que año tras año se emiten por estas fechas.
Pero en Sant Sadurní d’Anoia, Freixenet es algo más que popular. Da empleo. El club de hockey sobre patines del municipio vive de la publicidad de la marca. Una fundación con el nombre y los apellidos del señor Ferrer financia, entre otras cosas, la mitad de la cuota para que los hijos de los empleados puedan asistir a una escuela concertada y católica. Y hoy [20 diciembre] la tradición marca que centenares de trabajadores vayan a buscar un lote de Navidad que incluye un gallo vivito y coleando para la tradicional comida del día 25.
“Aquí el tiempo es otra cosa”, subraya Bonet, quien no se refiere tanto a la vida del municipio, más o menos pequeño, más o menos rural, sino a la compañía. Hasta hace 15 años, los planes de Freixenet estaban en la cabeza de Josep Ferrer Sala, quien antes de ejecutarlas las llevaba al consejo de administración: el comedor familiar donde se reunía con sus hermanas Pilar, Carmen y Dolores. Fue así como aguantaron 20 años perdiendo dinero en su aventura internacional de Reino Unido. Hasta que obtuvieron beneficios y lograron ser los líderes de aquel país en espumosos y de todo el mundo en ventas de cava.
Hoy Ferrer recuerda sonriente cuando tras un encuentro de la patronal del cava, en un corrillo, otro empresario le dijo: “Josep, a ti te gusta viajar, pero sabes perfectamente que nunca exportarás una botella de cava”. “Freixenet ha triunfado por su internacionalización”, responde décadas después Bonet.
Ese éxito internacional era el sueño de Pere Ferrer, el Freixenet fundador y quien dio nombre a la compañía. El padre de Josep Ferrer. En 1935 había abierto la primera oficina de representación de la marca en Nueva Jersey. Pero sus planes murieron con él en plena Guerra Civil, fusilado por una facción del bando republicano. A partir de entonces, su esposa, Dolors Sala, tomó las riendas de la compañía, hasta que Ferrer se hizo cargo definitivamente.
El cava en cifras
- 246 elaboradores (2012).
- Ventas: 243 millones de botellas, de las que 161,4 millones se venden en el extranjero.
- El líder del sector vitivinícola en España, Freixenet, facturó 520 millones de euros en 2013 y ganó en torno a 10 millones de euros. Produce 120 millones de botellas de cava y otros 80 millones en otros productos. Exporta el 80%.
- El 5º del sector en España, Codorníu, facturó 230 millones de euros en el ejercicio 2011-2012 y ganó 3 millones. La mitad de las ventas van al mercado exterior.
Eso fue hasta 1999. Un día de aquel año, Josep llegó a la reunión del consejo y propuso dar un paso atrás. La segunda generación debía tomar las riendas. Un Bonet en la presidencia, un Hevia en la vicepresidencia y un Ferrer como consejero delegado del grupo para dar cabida a las tres ramas familiares (la tía Lola era soltera y falleció en julio sin descendientes). Han pasado los años y no ha habido cambios. No han entrado directivos externos ni se prevé una salida a Bolsa que abra el capital de la compañía. “De momento, imposible”, señala sin pestañear Ferrer sentado en un sillón de su despacho. “En 10 o 15 años tendremos que decidir”, dice Bonet. “Si dan la talla, existen posibilidades de continuar [como hasta ahora]; una empresa familiar tiene la máxima potencia si hay cohesión”, agrega.
Esa sigue siendo la vocación de la familia. Sin embargo, Bonet admite que la cesión del testigo a la tercera generación será mucho más complicada, con más de 30 miembros y un capital mucho más atomizado.
En Codorníu, el gran rival y con la bodega a escasos minutos de la de Freixenet, también en Sant Sadurní d’Anoia, saben bien a qué se refiere Bonet. 567 miembros de la familia y 220 accionistas. Su presidenta, Mar Raventós, es quien mejor conoce las interioridades de la familia, quien más ha sufrido los diferentes pareceres de las seis ramas de los Raventós, quintaesencia de una marca con cinco siglos.
Antes de auparse a lo más alto del escalafón de Codorníu, fue la responsable de las relaciones con los accionistas. “Es una familia estupenda y sus miembros están orgullosos de pertenecer a Codorníu”, afirma. “Crisis hay, y lo importante es solucionarlo con consenso”, admite. En la mente de todos está el momento en el que la dirección decidió dar un golpe de mando y nombrar a un director general externo. Duró apenas 18 meses. Le sustituyó Rafael Pagès, otro miembro de la familia que se había bregado fuera de España.
“Hay que reaccionar rápido cuando te das cuenta de que algo no funciona”, señala esta mujer de 61 años, maquillada, enjoyada, refinada. Tiene más aspecto de señora de la alta Barcelona que de mujer de comarcas. Pero dice adorar algunos rasgos tradicionales de las familias payesas. Austeridad. Reciedumbre. Disciplina. A ese último término se refiere sobre todo para tratar con los accionistas. “Cuando somos tantos de la familia, hay unas reglas que se han de cumplir y ser muy estrictos”, dice en referencia a quienes a veces quieren saltárselas, incluso a la hora de hacerse esa foto de familia cada cinco años.
Freixenet da empleo al pueblo, patrocina un club de hockey y regala un gallo vivo por Navidad
No todos los Raventós se conocen, pero todos ellos han pasado por un momento que se encuentra entre el bautismo de ser un Codorníu y la prueba iniciática del cava: recién nacidos, se les da unas gotas de cava en cucharilla de plata. También tendrán un árbol genealógico que les indicará su origen Codorníu. Hasta ahí. No tienen asegurado ni ser accionistas ni poder trabajar en la compañía. Antes, cada familia tenía derecho a que uno de sus miembros se incorporara a la plantilla. Ahora, llegar a la dirección es más complicado. Un reglamento establece que solo puedan tener un lugar aquellos que dominen el inglés, que tengan una carrera universitaria y que hayan trabajado al menos cinco años lejos de Codorníu, el que hasta mediados de los años noventa era el mayor productor de cava. “Hay una pregunta que me espanta: ¿cuántas botellas vendéis? Me gusta hablar más de calidad”, asegura Raventós.
En 1995, un informe de Nielsen desveló que Freixenet, gracias a sus ventas internacionales, había desbancado a Codorníu, que sigue siendo el líder en España. Fuentes del sector aseguran que aquella fue la espoleta que hizo estallar la guerra del cava, un conflicto que se prolongó durante 10 años con acusaciones y denuncias cruzadas en los tribunales y que quitó el sueño a más de un Gobierno por la afectación que tuvo en todo el sector. Pese a las discrepancias en el seno de ambas familias, los Ferrer y los Raventós sellaron una paz extrajudicial. Aseguran que siempre han tenido una magnífica relación. Que son buenos amigos. Y que ahora el enemigo es otro. Como el boicoteo que sufren por el contexto político, del que intentan hablar lo mínimo. “No está en nuestras manos, tratamos de minimizarlo: mercado internacional, nuevos productos y que la gente se olvide”, dice Raventós.
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