El convoy que surca Andalucía
Un recorrido de Sevilla a Jerez, pasando por Ronda y Granada, que después atraviesa los olivares de Jaén hasta llegar a Córdoba. Es la travesía del Al Andalus. A bordo de sus vagones termina la tercera entrega de rutas emblemáticas por el ferrocarril español.
Un viaje en el tren Al Andalus satisfará a los amantes del salmorejo, las gambas y el paté de bacalao con aceite de oliva virgen extra, pero debiera ser asignatura troncal entre los escolares y turistas interesados en una placentera inmersión en el mundo de la cultura, la historia y las realidades de Andalucía. “Esta visita tan interesante yo la haría obligatoria en los colegios”, dice Alba, una viajera italiana, después de extasiarse con la sensualidad y belleza de la Alhambra, el complejo palaciego y fortaleza que fue residencia del sultán durante el reinado nazarí en Granada. Entre 8.000 y 10.000 personas acuden a diario al patrimonio monumental más visitado de España, con cerca de 2,5 millones de personas el pasado año. “Chévere” (excelente), subraya un venezolano del viaje ferroviario, embelesado con los jardines del hedonista sultán y los relatos sobre el desgarro de Boabdil cuando perdió Granada y fue abroncado por su madre: “Llora como mujer, ya que no supiste defenderla como hombre”.
Alba, Serenella y Vitorio son tres de los 42 viajeros embarcados en la estación de Santa Justa de Sevilla para recorrer durante seis días Córdoba, Jaén, Granada, Ronda, Cádiz, Jerez, Sevilla y otras poblaciones del interior declaradas patrimonio de la humanidad, como Úbeda o Baeza, dos joyas. La Andalucía de Séneca, Maimónides y Averroes y el universo de las letras y la academia. El afortunado pasaje está compuesto por 15 personas de habla hispana, entre españoles y latinoamericanos, 16 viajeros alemanes, y el resto son ciudadanos británicos, suizos, neozelandeses y norteamericanos, atraídos por un turismo diferente en España, más singular y cómodo. Todos ellos viajarán en un convoy ferroviario de cuatro salones panorámicos, dos coches con suites estándar y cinco suites superiores de mobiliario clásico, un coche cocina, furgones de energía y el coche de la tripulación.
Conocerán un itinerario pensado a fondo, concebido para el disfrute y, de propina, para la emoción, porque cuando acaba “frecuentemente hay viajeros que lloran al despedirse. Debo admitir que yo también he llegado a emocionarme porque la convivencia es intensa y la gente se encariña”, dice Fernando López, jefe de expedición, coordinador de un equipo de camareros, técnicos de mantenimiento, vigilantes, maquinistas, conductor del autocar, azafata y guías. Siempre atento al desarrollo de cada jornada y a las necesidades del viajero, desde un paraguas o una silla de ruedas, demostró que le gusta su trabajo. “Comencé en Cercanías, que enseña mucho”.
El viaje empieza con una copa de cava a primera hora de la tarde de un día sevillano todavía veraniego y agradable. “Bienvenidos. Mi nombre es Carolina Pereña y estoy a su servicio”. Para poder servir al cosmopolita pasaje, la simpática española habla fluidamente inglés, alemán, francés, y además traduce bien el árabe y las bromas. El tren nos lleva en primer lugar a Córdoba, donde abordamos el autocar de la expedición para acceder al centro histórico de una ciudad que en su esplendor medieval llegó a contar con 200.000 habitantes. Madrid era una aldea de apenas 1.000 vecinos. El plato fuerte del arranque es la mezquita-catedral, con 23.400 metros cuadrados de superficie, la más grande del mundo después de La Meca y Estambul. A continuación, la judería.
El guía aborda, entre otros muchos aspectos de aquel periodo, la expulsión de los judíos. Algunos viajeros dan un respingo cuando recuerda que un obispo promovió en el siglo XIV una original campaña de difamación: “los hombres tienen rabo y menstrúan”. El crucero ferroviario que atraviesa el territorio de la península Ibérica bajo poder musulmán durante la Edad Media, entre los años 711 y 1492, es una apuesta segura. Renfe juega a caballo ganador porque la huella de esa presencia es grandiosa y asombra a los españoles que desconocían su alcance y a los extranjeros ignorantes de su existencia. No en vano, la población de Al Andalus durante el pico del dominio islámico (siglo X) se acercó a los diez millones de habitantes.
Carmen, una madrileña que encontró la oportunidad y el sosiego necesarios para darse el gusto del viaje, almacena en su cámara fotográfica capiteles, pórticos, arbotantes y edificios de época. “Siempre me interesó la historia y el patrimonio monumental”. También disfruta de las tertulias de sobremesa, más animadas y espontáneas conforme los viajeros van conociéndose y llegan a la conclusión de que nadie acude esquinado a un crucero de estas características. Un turista británico se aventura festivamente en el contencioso veraniego sobre Gibraltar, denunciando la corrupción en las autonomías. Le respondió una pareja de Estados Unidos, acotando las cantidades supuestamente robadas al erario público en España: “Eso no es nada. Eso se roba en Washington en un día”. La esposa del británico intervino entre las risas de todos los comensales con una recomendación: “Por favor, nada de política”. Su marido, ni caso.
Rabo de añojo estofado y pimientos del piquillo rellenos de perdiz en el parador museo de Úbeda, la ciudad de los cerros, los edificios renacentistas y los vestigios de civilizaciones poderosas y metropolitanas. “Hay documentación que demuestra que hace seis mil años ya había en esta ciudad población asentada. Una de las primeras en Europa”, dice Andrea Pezzinni, un italiano afincado en España desde más de dos décadas, cuyos servicios culturales y turísticos permitieron al grupo expedicionario conocer en detalle desde el proceso de elaboración del aceite hasta la confiscación de sinagogas por el Santo Oficio. Sus explicaciones en el museo de la cultura del olivo de Baeza y acerca de la cosecha de la aceituna en las extensiones olivareras de Jaén –que el pasaje fotografía y observa con la boca abierta desde el autocar– fueron magistrales.
El viaje comienza con una copa de cava a primera hora de la tarde de un día sevillano aún veraniego y agradable
“Me está gustando mucho el aspecto cultural y estoy enterándome de muchas cosas de la historia que no sabía pese a que algunas ciudades ya las había visitado hace muchos años”, dice Juan, un catalán que viaja acompañado por su mujer, Montse, para celebrar el 40º aniversario de su matrimonio. Juan fotografía sin parar. Le gusta y sabe hacerlo. La historia y la cultura fascinaron a los turistas, asombrados de que un vecino de Úbeda, Francisco de los Cobos y Molina (1477-1547), llegara a ser secretario de Estado del emperador Carlos I y una de las personalidades más influyentes de su época. Otros encontraron gratificante el vino dulce y el rebujito (manzanilla con refresco de gaseosa), el tablao flamenco Albaicín y la Escuela Andaluza de Arte Ecuestre de Jerez de la Frontera, cuyo espectáculo Cómo bailan los caballos andaluces es parada obligatoria. Esta ciudad cuida como pocas las tradiciones regionales.
Un paseo en barco por el estuario del río Guadalquivir y la visita al parque de Doñana, la mayor reserva ecológica de Europa, espacio protegido y patrimonio de la humanidad desde 1994, fueron también apetencias generalizadas, al igual que las catas en las bodegas de González Byass. Cada uno se divertía a su manera, pero las carcajadas del nutrido grupo venezolano observándose disfrazados de sultanes y odaliscas, con ropajes alquilados en una casa de disfraces, resonaban en un tren cuya velocidad máxima es de 120 kilómetros por hora. El ritmo hasta podía ser excesivo durante el paladeo visual del paisaje andaluz, por las ventanillas de los vagones, durante los desayunos y comidas a bordo, y en los ratos de ensimismamiento y lectura.
La impresionante serranía de Ronda, colgada de la cornisa del tajo y puenteada para sortear una garganta de cien metros y hacerla viable, no dejó indiferente. La malagueña Ronda, cuna del toreo, yacimiento de vestigios romanos y visigodos. Los urbanitas de la expedición se pasmaron con el formato y emplazamiento de una ciudad que tuvo gran valor militar en su tiempo, pues dominaba los pasos de la baja Andalucía. Al igual que en otras escalas del itinerario, los viajeros dispusieron de tiempo libre para visitar a su aire Córdoba, Granada, Jerez de la Frontera y aquellas localidades con peso específico y variada oferta de compras y cultura. Algunos viajeros se colgaron del móvil para atender negocios o compromisos personales en Buenos Aires o Suiza, y la navegación por Internet en el sistema habilitado por el Al Andalus en el coche del esparcimiento fue para unos pocos, muy pocos, una adicción irrefrenable.
Inevitablemente, el anecdotario callejero enriqueció la conversación del grupo ferroviario. Dos gitanas de la buenaventura salieron al paso de una pareja de la expedición con gran pericia, sin dar tiempo al rechazo, atenazaron las palmas del hombre y de la mujer. “Les vamos quitar unas desgracias que están a punto de ocurrirles”. “Que no, que no”, porfiaban las pacíficas víctimas tratando de alejarse. No hubo manera. Leída la mano y conjuradas las desgracias, las gitanas pidieron lo suyo. “No tengo cambio”, se excusó el hombre, seguro de que así se las quitaba de encima. “Nosotras sí”, respondieron las gitanas. El italiano Vitorio porfiaba todos los días buscando puros habanos sin conseguir saciar su síndrome de abstinencia. Y otros dos compatriotas reconocieron que a ellos les acompañó la desgracia y la suerte. Viajaron en el crucero Concordia dos semanas antes de que naufragara, el 13 de enero de 2012, frente a la isla italiana de Giglio. Murieron 32 personas y 4.197 fueron evacuadas. No quedó ahí su fortuna. Los dos turistas que se libraron por poco del naufragio disfrutaban de unos días de descanso cerca de la bahía de Phangnga cuando sobrevino el catastrófico tsunami tailandés. “Espero que no pase nada en el tren, y si pasa, no será muy grave si nosotros estamos aquí”, se reían.
En el tren solo ocurrieron episodios felices. Hasta el grupo venezolano, seis personas por un lado y dos por otro, se centró en disfrutar del trayecto olvidándose temporalmente de la polarización política imperante en su país, que suele causar enfrentamientos a las primeras de cambio. La guía del convoy, Carolina Pereña, siempre al quite, intervino solícita en tres idiomas a la vez, sin volverse loca. “¿Se lo están pasando bien?”. Recorrido por Cádiz, probablemente la ciudad más antigua de Europa, y puntual cita con la restauración en paradores locales previamente examinados. La organización del viaje permitió, acertadamente, que una de las cenas del itinerario, ensalada de tomate raff con queso fresco y aceite de orégano, y rollo de bonito con pisto, fuera preparada por un chaval de veintiún años. “Ustedes comen mucho, mucho”, subrayaba con un pasajero de Nueva Zelanda al observar que el cabrito serrano y la tarrina de puerros de una de las comidas desbordaban los platos. ¿Y ustedes por allí abajo? “Algunos comen mucho, pero no todos”. La siesta española dio mucho que hablar en algunas de las tertulias, pues la palabra tiene su origen en la hora solar sexta romana, correspondiente a las doce del mediodía con respecto al sol, o sea, alrededor de las dos de la tarde. En ese momento se hacía una pausa en las labores cotidianas con un corto sueño para descansar y reponer fuerzas. “Algunos argentinos y españoles han perfeccionado la siesta hasta extremos insuperables. Duermen casi dos horas”, ironizaba con cierta perfidia un viajero cuyos negocios en América Latina debieron de sufrir algún quebranto productivo por ese motivo.
Y el último día, la capital, Sevilla, la Giralda, la catedral, el tercer templo más grande de la cristiandad, El alcázar, el Archivo de Indias y la Torre del Oro, todos declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco. El pasaje llega al punto de regreso cargado de latas y botellas de aceite de oliva virgen extra, manzanilla, fino y recuerdos. Fiesta final con la elección de Miss y Mister Al Andalus, los aplausos, las copas en alto y, como anticipaba Fernando López al inicio del recorrido, la emoción del abrazo en la despedida de compañeros con los que se compartió desayuno, comida, cena, veladas de guitarreo y fundamentalmente la admiración cuando el tren alcanzó destinos admirables, evocadores de la Andalucía histórica e imperecedera.
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