Carne de gallina
Cuando yo hice el servicio militar, aquella cosa tan formativa en la que se producían suicidios y brotes psicóticos por un tubo, tenía un capitán que en la revista de los viernes, antes del permiso de fin de semana, se paseaba ante los reclutas como un cliente en un burdel y decía: abróchate este botón, desabróchate este otro, da un paso al frente, no me mires, sórbete los mocos; no sé, cualquier cosa que satisficiera sus extraños gustos o sus frustraciones más íntimas. A veces jugaba más de diez minutos con un recluta como el perverso de cincuenta años que juega a las muñecas: mira hacia allí, sube la barbilla, cuádrate… A medida que pasaba el tiempo, el terror circulaba entre los jóvenes prisioneros como un tsunami invisible: las posibilidades de sanción eran muy altas, pues dependían básicamente del humor del oficial, y el castigo consistía en no salir del cuartel durante el sábado y el domingo, quedando posiblemente a las órdenes de aquel psicópata. Un fin de semana cuartelero era lo más parecido a una temporada en el infierno.
He aquí que cuando ya nos habíamos olvidado de aquellas dolorosas escenas, leemos en el periódico que la televisión danesa ha tenido un programa que parece copiado de aquellas revistas castrenses. Como pueden ustedes observar en la fotografía, el programa consiste en que una mujer se presenta desnuda ante un par de enfermos mentales que emiten crueles comentarios sobre las distintas zonas del cuerpo de las concursantes, que comparecen sin otro uniforme que el de su propia piel. Una especie de mili voluntaria, que nos ha puesto, como entonces, la carne de gallina.
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