Machotes
Responde, homosexual! ¡Acepta el debate, maricón!
Esas edificantes palabras no fueron pronunciadas en una cantina de mala muerte, ni en un reformatorio lleno de adolescentes reprimidos, sino nada menos que en la Asamblea Nacional de Venezuela. Su autor, el diputado oficialista Pedro Carreño, se dirigió con ellas al candidato opositor Henrique Capriles. La estrategia chavista para desprestigiar a sus enemigos incluía la presentación de fotos de un colaborador de Capriles vestido de mujer y abrazando a otro hombre.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, es consciente de que la homosexualidad no es un delito ni una vergüenza. O al menos, de que suena muy poco socialista denigrar a una minoría, estigmatizarla, acosarla y repetir los prejuicios conservadores contra ella. Así que se apresuró a hacerse fotos con una bandera del arco iris y a negar que él mismo fuese homófobo. El presidente debe de haber olvidado que pocos meses antes, durante la campaña electoral, él en persona sembró dudas sobre la sexualidad de Capriles debido a que sigue siendo soltero. En diversas ocasiones, Maduro se puso a sí mismo como ejemplo de macho genuino, y acusó pintorescamente a su rival de “burguesita” y “lloroncita”. En opinión de Maduro, las mujeres lloran mucho, los solteros cuarentones son maricones y en la clase trabajadora todos son heterosexuales.
“Si atacas a los gais, los orangutanes se sentirán reforzados y votarán por ti”
Qué ídolo del progresismo.
Cabría esperar que Capriles, que se hace llamar demócrata, respondiese a esos ataques con una defensa de la tolerancia y del respeto por todos los individuos que caracteriza la democracia liberal. O por lo menos, podría explicar que su vida sexual, sea cual fuere, importa un pepino para decidir si puede desempeñar cargos públicos. Pero no. Durante la campaña, Capriles se defendió señalando que él no tiene una mujer porque tiene “miles”. Y ante los últimos ataques le ha respondido al Gobierno que si quieren hacerle daño, tendrán que “echarle bolas”. Su objetivo es demostrar orgullosamente que él también es un costal de testosterona, como, según él, debe ser todo presidente que se respete.
En momentos como éste, es un alivio ser de otro país y no tener que escoger como líder a uno de estos dos cavernícolas. Pero Venezuela no es la única muestra de la obsesión de algunos políticos por tener el pene más grande. Ni siquiera es la más monstruosa.
Tomemos al expresidente italiano Silvio Berlusconi, por ejemplo, ese icono de la virilidad. Berlusconi es tan hombre que ventila sus infidelidades en público, cuenta chistes machistas en campaña y prostituye a chicas menores de edad. Azuzados por ese ejemplo, adolescentes de todo el país acosan a los homosexuales y los tratan como a enfermos. Incapaces de hacer frente al estigma social, tres de sus víctimas se han suicidado en el último año. Dos de ellas eran menores de edad.
Otro ejemplo: el ruso Vladímir Putin, que gusta de hacerse fotos con el torso desnudo o empuñando armas de fuego. Su Gobierno ha promulgado una ley que prohíbe la propaganda homosexual, es decir, ha prohibido andar diciendo que los gais tienen los mismos derechos que los heterosexuales. Incluso es teóricamente posible multar a dos hombres si van tomados de la mano. Al calor de esta normativa, grupos neonazis rusos maltratan a gais y cuelgan los vídeos en Internet. Recientemente, una atleta de ese país declaró ante la prensa internacional que en Rusia no hay homosexuales. La señora no debe preocuparse porque le discutan. En su país, contradecirla es ilegal.
El derroche de masculinidad troglodita de los políticos mencionados tiene una razón puramente matemática: los homófobos son muchos más que los homosexuales, y abundan en los colectivos sociales más ignorantes e insensibles a las complejidades de la política. Si atacas a los gais, todos esos orangutanes se sentirán reforzados en sus prejuicios y votarán por ti.
Los grandes políticos, como Nelson Mandela, son los que saben trascender los instintos primarios de los ciudadanos para crear sociedades más justas y pacíficas. Los mediocres, en cambio, aprovechan esos instintos para ganar elecciones. Es fácil formar parte de estos últimos. Para lo que hay que “echarle bolas”, como diría Capriles, es para ser de los primeros.
Twitter: @twitroncagliolo
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