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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Convidados de piedra

Las averías son profundas en el sistema de partidos del que depende el entramado institucional del Estado

Una de las características más inquietantes de la crisis política en curso es que solo se ven los daños superficiales. Sin embargo, las averías son profundas en el sistema de partidos del que depende el entramado institucional del Estado. Los sondeos de opinión permiten deducir una gran pérdida de confianza en los que gobiernan o han gobernado y el incremento de la voluntad de abstención, cuando no la irreflexiva idea de que partidos mucho más pequeños serían lo mejor para atajar la crisis democrática.

A las causas más conocidas del malestar se suma la grisura que supone la gestión de las arcas vacías, todo un cambio respecto al pasado reciente. Últimamente cunde también la moda de retirarse del poder, como lo muestran los casos de José Antonio Griñán y de su antecedente inmediato, Esperanza Aguirre: apenas rebasado el primer año de los respectivos mandatos, ambos renuncian a ellos. No por las mismas razones, pero sí con similar falta de consideración hacia la responsabilidad contraída con los ciudadanos y mediante procesos de relevo controlados.

Ambos lances contribuyen a confirmar la sensación de que los debates sobre liderazgos políticos consumen un tiempo a todas luces excesivo, convertidos en el principal termómetro de la inestabilidad. Nadie ha planteado aún formalmente los relevos de Mariano Rajoy y de Alfredo Pérez Rubalcaba, pero flotan en el mundillo político ante la escasa popularidad de la que gozan. El tiempo invertido en estas maniobras permite aplazar las reparaciones que necesitan las maquinarias partidistas: congresos menos espaciados, renuncias a la cooptación de casi todos los cargos representativos, listas no tan bloqueadas, más debates sobre alternativas políticas; y menos maniobras en la oscuridad para controlar todas las instituciones del Estado, a las que tan aficionada es la cúpula del PP. La gran novedad que iba a introducir el PSOE, las elecciones primarias, ha mostrado a las primeras de cambio cómo puede servir de recurso defensivo para un aparato partidista, en este caso el de la organización andaluza. Nada que ver con los debates públicos que revitalizaron al Partido Socialista francés y al Partido Democrático italiano ante quienes de verdad hacía falta, los ciudadanos, con motivo de sus elecciones primarias.

A veces, la mayoría absoluta usa sus poderes para reducir a las minorías a la impotencia

El curso de la crisis económica aconseja reducir los factores de inestabilidad política; pues bien, esta no deja de crecer. A escala estatal, la legislatura se desarrolla en términos que a veces parecen cómicos. Un buen día se acusa a una serie de personas de pretender la invasión del Congreso de los Diputados y de haber puesto en peligro la tranquilidad que debe rodear el trabajo parlamentario; pero en otras muchas jornadas, la mayoría absoluta usa sus poderes para reducir a las minorías a la impotencia, no solo en materia de leyes, sino de control al poder ejecutivo y de comisiones de investigación. Los problemas de financiación irregular que afectan al PP han llevado a Rajoy a no encontrar otra fecha que la del próximo jueves, 1 de agosto, para acceder a hablar de algunas cosas, cuando la población (la parte de ella que cuenta con recursos) se afana en el trajín vacacional.

La ciudadanía, estremecida ahora por la tragedia de Santiago, tampoco tiene derecho a explicaciones inmediatas sobre el estado de seguridad de la red ferroviaria. Solo es una muestra más de la consideración en que se le tiene: la convidada de piedra.

Aquí no hay una sociedad revolucionaria, sino mayoritariamente reformista, que quiere eficacia y resultados. Pero apenas tiene cauces para influir o participar en algo hasta que le llamen a elegir entre las próximas listas de candidatos, por supuesto cerradas y bloqueadas. Si no hay una corrección del proceso, la desafección se traducirá en fraccionamientos mayores de la opinión pública; y, por tanto, en Gobiernos minoritarios o en la necesidad de pasar a las negociaciones y los pactos, para los que la cultura política española está poco preparada.

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