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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un cosmos en la cabeza

Esa pulpa fea y arrugada que todos llevamos dentro es el objeto más complejo del que tenemos noticia en el universo

MARCOS BALFAGÓN

La mayor parte de los científicos coinciden en identificar la gran cuestión no resuelta que tiene planteada la biología contemporánea: el cerebro humano. El problema no son sus componentes: al fin y al cabo es un trozo de cuerpo. Y como el resto, está hecho enteramente de células y se construye durante el desarrollo según los mismos principios generales que la biología del desarrollo ha descubierto para la generación de los tejidos y órganos del cuerpo. El problema con el cerebro son sus números cósmicos. Con sus 100.000 millones de neuronas —una cifra comparable a las estrellas de una galaxia— y las cerca de 1.000 conexiones, o sinapsis, que cada una de ellas puede formar con las demás, esa pulpa fea y arrugada que todos llevamos dentro de la cabeza puede calificarse como el objeto más complejo del que tenemos noticia en el universo.

El modelo digitalizado del cerebro en tres dimensiones y una resolución casi celular que han dado a conocer hace dos días científicos alemanes y canadienses no supone aún el entendimiento de ese problema monumental, pero es un paso esencial. Es el primer mapa completo de los pequeños circuitos que subyacen a nuestra actividad mental. Los científicos no saben todavía leer esta información, pero es probable que nunca lleguen a ese logro sin ella. La historia de la biología muestra que la estructura precede a la comprensión de la función.

El mapa o modelo en 3D, al que los investigadores han llamado BigBrain con cierta pretenciosidad cómica, se puede considerar copia exacta de un cerebro real, el de una mujer fallecida a los 65 años que no tenía historial neurológico o psiquiátrico. Los neurocientíficos ya pueden acceder a ese tesoro de forma libre y gratuita.

Nadie espera que la estructura de BigBrain sea exactamente la misma que la de los demás cerebros humanos que pueblan el planeta. Para cartografiar esa variación, sin embargo, será imprescindible comparar cada cerebro individual con un cerebro de referencia, y el de la mujer fallecida tiene todas las papeletas para convertirse en la pauta. Cabe preguntarse por cuánto tiempo seguirá su identidad siendo secreta en estos tiempos donde resulta casi imposible esconder algo.

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