Lo mejor es no haber nacido
La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbre
Una vez más me veo obligado a abrir con una preocupación sobre mí mismo, además de con una perplejidad. Como tan a menudo me sucede en estos tiempos, la opinión mayoritaria sobre algún asunto me lleva a pensar, inevitable y modestamente, que el imbécil y el loco debo de ser yo. Yo el equivocado, yo el cretino, yo el insensible, y más vale que así sea, porque de lo contrario sería el mundo el que estaría no sólo lleno, sino dominado por gente errada, insensible y cretina. Preferiría con mucho que el daño se viera limitado a una sola persona, o a unas cuantas como yo.
Lo cierto es que desde que la famosa actriz Angelina Jolie anunció que se había practicado una doble mastectomía preventiva y que meditaba si extirparse también los ovarios con el mismo ánimo de evitación de un cáncer en dichos órganos, en España no he leído más que grandes elogios a su decisión (en los Estados Unidos ha habido más prudencia), incluidos los de un editorial de este diario, escrito, supongo, por alguien con conocimientos médicos, de los que yo carezco, claro está. Al parecer, por sus antecedentes familiares y sus mutaciones genéticas, la actriz tenía un 87% de posibilidades de desarrollar, a lo largo de su vida, cáncer de mama o de ovarios. En fin, líbreme el cielo de discutir su resolución, a título personal. Cada cual tiene sus miedos y toma las medidas que se los aplaquen. Pero la deliberada publicidad otorgada a su solución tan drástica trasciende lo estrictamente personal, y así lo demostraba la índole de los casi unánimes elogios: lo celebrado no era tanto lo que Jolie había hecho con su cuerpo o con determinadas partes de él cuanto que lo hubiera anunciado a los cuatro vientos, con una intención innegablemente proselitista. La argumentación que he leído aquí y allá viene a ser esta: si uno de los iconos de la belleza contemporánea está dispuesta a cortarse, por si acaso, algunos de los atributos o símbolos de esa belleza, ¿no ayudará enormemente a que sigan la misma senda infinidad de mujeres menos agraciadas, y menos ricas y populares? Más aún teniendo en cuenta que vivimos en una época enfermizamente mimética, en la que un indecente número de personas esperan a ver qué hacen u opinan otros –sobre todo si son celebridades– para adecuar sus conductas y sus ideas a ello. La prueba de esta epidemia de mímesis es que no hay necedad que no prospere y no triunfe, que no consiga al instante una ingente cantidad de adeptos y seguidores.
La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbreoráculo
La gente está cada vez más entregada a la superstición de las estadísticas y los porcentajes, los toman por un oráculo olvidando que en todo hay dosis de incertidumbre. El antiguo líder comunista Carrillo, que fumó desde quién sabe cuándo hasta el último día de su vida, murió con noventa y siete años, y su foto debería figurar también en las cajetillas de cigarrillos, porque existe la posibilidad –aunque porcentualmente pequeña– de alcanzar su edad con buena salud entre nubes de humo. Lo probable no es sinónimo de lo seguro, y ni siquiera un 87% de posibilidades condena a nadie con certeza a padecer un cáncer de mama. Debo decir que, al conocer la decisión de la actriz, no pude evitar acordarme de lo que propuso George Bush Jr –una afamada lumbrera– en un momento de su mandato: sugirió que se talaran varios bosques para evitar incendios forestales. Si no hay árboles, venía a ser su razonamiento, no habrá riesgo de que ardan. Si no hay glándulas mamarias ni ovarios, no puede aquejarlos un cáncer, desde luego, pero de algo suele servir cuanto el cuerpo posee. Ni siquiera lo que sirve de poco –el apéndice– anda la gente quitándoselo preventivamente, para ahorrarse una posible apendicitis que, con mala suerte, podría derivar en mortal peritonitis. Voy a cortarme la cabeza, podría decirse alguien, por si me sale un tumor en el cerebro. O los testículos al menos, sin los cuales se puede vivir, tengo entendido (sin la cabeza no, ya lo sabemos, perdón por el ejemplo exagerado).
Parece como si muchas personas actuales hubieran renunciado a creer en lo azaroso y en la suerte, y se hubieran dado al fatalismo que traen consigo las estadísticas. En cuanto sale una noticia sobre lo nociva que es una sustancia, hay millones de individuos que la abandonan radicalmente. No hablemos ya de un alimento que tal vez esté “contaminado” o de un medicamento puesto en tela de juicio. No tenemos en cuenta que algunas de estas campañas o malas famas son interesadas, lanzadas por la competencia, y que al cabo de tantos meses o años se “descubren” las bondades de lo que un día fue estigmatizado y proscrito. El azúcar fue pésimo para todo durante largo tiempo, y ahora parece que ya no lo es tanto. La leche se juzgó sanísima y necesaria para el crecimiento, y ahora tiene, por lo visto, consecuencias indeseables. Hay quien anatematiza el vino y quien lo recomienda en cantidades moderadas. Ya lo dice el viejo chiste: “Vivir es sumamente perjudicial para la salud”. A la luz de nuestras tendencias, hay que ir aún más lejos. Parafraseando a Madame du Deffand, la mejor manera de blindarse contra el cáncer y contra toda dolencia, accidente y angustia es sin duda no haber nacido.
elpaissemanal@elpais.es
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