Hacer algo y hacerlo ya
El plan franco-alemán para combatir el paro juvenil rompe con el fatalismo de la recesión
Todos los participantes en el foro sobre empleo juvenil organizado en París por el Instituto Berggruen, desde el presidente francés, François Hollande, hasta el español, Mariano Rajoy, pasando por los expresidentes Felipe González y Mario Monti, han insistido en tres ideas básicas que definen perfectamente la alarmante situación de la economía europea: el crecimiento sigue estancado, la situación del paro, en especial el juvenil, es insostenible y es imperativo actuar ya, sin demoras ni excusas. Hay más de seis millones de jóvenes sin empleo en Europa y contra esta realidad tan desoladora, que condena a la frustración a las generaciones mejor preparadas de la economía europea, se ha articulado un programa defendido por Francia y Alemania que cuenta con 6.000 millones de euros; con ese capital, el Banco Europeo de Inversiones podría avalar créditos de hasta 60.000 millones para subvencionar a las empresas que se comprometan a contratar a menores de 25 años.
El paro, y sobre todo el paro juvenil, ha desatado una situación de emergencia laboral en Europa, tanto por la amenaza evidente sobre el crecimiento económico del continente como por el riesgo elevado de que se destruya la tambaleante cohesión social de la zona euro y la UE. La gravedad de esa emergencia es una de las razones principales por las que la Comisión Europea está mitigando su obsesión por la austeridad, como recordó ayer Hollande.
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No está claro que la subvención directa a la contratación sea la fórmula mejor para favorecer el empleo juvenil; existen aproximaciones indirectas (estímulo de la inversión y el consumo, apoyos a la financiación empresarial) que deberían completar el programa franco-alemán, y en París se expusieron algunas ideas interesantes. Pero el factor decisivo en estos momentos es la urgencia. Urgencia en frenar la destrucción de puestos de trabajo; y urgencia en enviar el mensaje a la sociedad de que el paro juvenil concita la máxima dedicación de las autoridades. Ante cualquier problema definido, casi todas las opciones son mejores que la inacción. Había que romper con el fatalismo de que los tratamientos contra el desempleo estén obturados por restricciones inherentes a políticas de austeridad. Pues bien, el pesimismo no tiene por qué ser la única visión posible en esta fase de recesión, falta de recursos presupuestarios y escasa iniciativa en algunas instituciones comunitarias.
Esa es precisamente la gran virtud del encuentro de París. Se da un primer paso que puede cristalizar en nuevas iniciativas paneuropeas contra el desempleo y en favor del crecimiento; se sienta un precedente útil y se indica un camino probable de solución. De paso, se gana la probabilidad, quizá la esperanza, de que la parálisis laboral europea empiece a corregirse en el corto plazo. Pero es necesario recordar el axioma keynesiano de que las oportunidades no generan certezas. Para que la iniciativa tenga éxito, siquiera sea modesto, es imprescindible que las empresas acepten el desafío y la oportunidad.
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