Terapia de grupo
La nueva película de Isabel Coixet se presenta en el festival de Berlín el próximo domingo. Habla de la crisis general, pero también de la privada, la de una pareja, encarnada por Javier Cámara y Candela Peña. Nos colamos en el proyecto más íntimo de tres monstruos del cine español
Dónde está el pipi, por favor?
Vestida con una camiseta sin mangas, pantalón de cuero ceñido y plataformas con dibujo de leopardo, Candela Peña ha irrumpido en la sala. Es la última en llegar, pero antes de empezar la proyección necesita ir al lavabo. Dentro de media hora volverá a ir. O tiene una vejiga minúscula, o está realmente nerviosa.
Es viernes por la noche en un estudio de cine barcelonés. Y aquí todos están nerviosos. Por primera vez, protagonistas y directora van a ver su nueva película, Ayer no termina nunca, y actúan como si fuese un secreto de Estado. Javier Cámara se niega de plano a decirme una palabra antes de verla. Y yo le pregunto si teme que no le guste:
–¿Alguna vez has visto una de tus películas por primera vez y te ha parecido un desastre?
–Alguna vez –elude–. Pero otras me he quedado fascinado. Con Almodóvar me ocurre mucho. Ves el producto final y piensas: “¿Esto era así? ¡Pero si yo estaba ahí!”. Almodóvar ve cosas que nadie más ve.
Esta vez, la directora es Isabel Coixet, y la película, según me han dicho, trata sobre la crisis. Pero cuando le pregunto al respecto a Coixet, vuelvo a escuchar la misma respuesta:
–No te diré nada antes de que la veas.
Peña, Cámara y Coixet se tratan entre ellos como una familia feliz: besos, abrazos, risas, mimos. La directora se complace en contarles quiénes asistirán al estreno en el festival de Berlín –Win Wenders, por ejemplo–, información que reciben con deleite. Sin embargo, cuando comienza la proyección, cada uno se retira a su rincón. Ni siquiera usan las butacas de la pequeña sala. Peña se sienta en el suelo, junto a la puerta, y de vez en cuando se retuerce las manos. Cámara se desparrama en un sofá, justo frente a la pantalla. Y Coixet se queda al fondo del todo, sepultada bajo un abrigo polar de lana de Cardiff. La posproducción aún no está terminada, así que, cuando falla algún detalle de sonido o color, uno casi puede oír el crujido de los dientes masticando las uñas de la directora.
Esto es más que una película; es una cuestión personal”
(Isabel Coixet)
Conforme transcurre la película, comprendo el secretismo y los nervios. En Ayer no termina nunca, Peña y Cámara no son los protagonistas: son los únicos actores. Representan a una pareja que se reencuentra cinco años después de que él la abandonase a ella, con sus rabias y sus remordimientos a cuestas. Y está ambientada en un cementerio futurista diseñado por Enric Miralles. Ah, sí, también hay un niño, pero está muerto.
Lo ha adivinado: esto no es una comedia romántica. Si usted es de los que odian a Coixet por ser demasiado lírica, triste y teatral, no se haga ilusiones: esta es su película más lírica, triste y teatral. Todas sus obsesiones aparecen en estado puro –desde los libros de John Berger hasta la fundamental: el dolor–, sostenidas por dos actores en estado de gracia. Si cualquier mujer te llama “cobarde” o “cabrón”, te lastimará. Pero si te lo dice Candela Peña, te abrirás las venas con una lata de cerveza.
Terminada la proyección, la primera pregunta para Isabel Coixet me sale del alma:
–¿Cómo has convencido a un productor para financiar una película sobre dos personas hablando de sentimientos en un cementerio?
–La he financiado yo.
–¿O sea, que no lo sabe nadie? ¿Has guardado en secreto todo hasta ahora?
Ella reflexiona un momento:
–Bueno, hay una empresa que nos va a ayudar con la distribución. Supongo que es hora de decírselo.
–¿Y no temes que sea demasiado arriesgado?
–Tenía que hacerlo. Esto es más que una película; es una cuestión personal.
Cuestión personal
En el año 2007, Isabel Coixet llevó a su amiga Cristina a una presentación de Paris, je t’aime en Cannes. Iban en coche. Su amiga conducía. A mitad del camino, Coixet recibió una llamada en el móvil. Contestó. Del otro lado de la línea escuchó:
–Dile a Cristina que su hijo de 18 años, Jaime, ha muerto. Ha sido un accidente.
Coixet no podía decírselo en plena autopista a 120 km/h. Así que esperó. Pararon a cargar gasolina. Y a almorzar. Tomaron varias autovías. Los paisajes cambiaron a su alrededor. Y Coixet se repetía a sí misma:
–En cuanto le cuente a esta mujer lo que ha pasado, su vida no volverá a ser la misma.
El episodio se quedó bullendo en su mente por mucho tiempo. Para darle salida, compró los derechos de la obra teatral Gif (Veneno), de la holandesa Lot Vekemans, y la adaptó libremente a la España de la crisis, y de su crisis. La película Ayer no termina nunca lleva dedicatoria: “A Jaime y Cristina”. Los personajes se llaman J y C.
Coixet me cuenta esta historia frente a una máquina de café, al día siguiente de la proyección, entre focos y armarios llenos de ropa, en un estudio fotográfico del barrio de Gracia. Está tan conmovida que tiembla mientras habla. Pero tiene que dejarme. Debe ir a probarse unas botas.
Son las diez de la mañana, y comienza la sesión de fotos para El País Semanal. Bueno, comenzará si en algún momento aparece Candela Peña, que nadie sabe exactamente dónde está.
–¿Celebrasteis demasiado anoche? –le pregunto a Javier Cámara, que husmea entre la fruta y los bocadillos del catering.
Los hombres pensamos más en nosotros mismos; las mujeres tienen más contacto con las personas que les rodean” Javier Cámara
–No. Solo cenamos los tres juntos. Pero hicimos “terapia de grupo”. Nos quedamos hasta las tantas hablando. De nuestras vidas. De lo que nos ha pasado desde que rodamos la película…
Todo el mundo cree que Javier Cámara es gordito. No es gordo en realidad. Pero tiene esa cualidad abrazable de los rellenitos. Ayer tomó un taxi, y el conductor se echó a reír nada más verlo. Todo el equipo de producción es feliz a su alrededor. No puedo creer que sea el mismo ser humano que llora frente a una tumba en Ayer no termina nunca.
Candela Peña se reporta: ya no tarda. El GPS la ha llevado a una tienda al otro lado de la ciudad. Desde la sala de maquillaje, Coixet exclama:
–¡Esa es mi Candela!
Si estos tres son una familia feliz, no hay duda de que Coixet es la madre. Ha llegado al estudio con regalitos para sus actores: historietas y polaroids hechas por ella misma enmarcadas. La que le regala a Cámara fue tomada en Japón.
Cámara también considera que su relación con esa mujer es especial y va más allá del trabajo:
–Antes yo no me hacía amigo de los directores. Me parecía que no hacía falta, que la relación profesional bastaba. Pero ahora hay algunos, como Cesc Gay o Isabel, que cuentan cosas que me tocan muy de cerca, por edad, por afinidad…
Tanto Cámara como Peña atravesaron rupturas personales y tragedias mientras hacían Ayer no termina nunca. Tragedias que no me van a contar. Pero Cámara confiesa que los ensayos incorporaban esas historias. A veces hasta parecían dinámicas grupales. Ambos actores interpretaron a los personajes desde sus propias vivencias. J y C son también sus iniciales.
–J es como yo en muchas cosas –admite Cámara–. Cree que puede huir de sus problemas, que puede sobrevivir independientemente de su pasado. Hay una parte masculina en ello. Creo que los hombres pensamos más en nosotros mismos, y las mujeres tienen más contacto con las personas que las rodean. Si ataca una manada de fieras, el hombre saldrá a luchar y querrá ser un héroe. Pero la mujer protegerá a las crías, que es lo realmente importante.
Ayer no termina nunca cuenta cómo un hombre y una mujer se enfrentan a sus fieras, a sus duelos. Habría sido imposible filmarla sin la química total de su pareja protagonista. Y esa química tiene una explicación, digamos, carnal.
Cuestión personal
Candela Peña llega a la sesión justo cuando Javier Cámara me explica por qué la llamaron para Ayer no termina nunca:
–Cuando acepté participar en esta película, Isabel me preguntó con qué actriz podría yo sentir la máxima intimidad en cámara. Y yo con Candela he hecho Torremolinos 73. Si has visto esa película, sabes de qué hablo.
¿Qué he estado haciendo los últimos años? Viviendo. A veces la vida te lleva a lugares inesperados” Candela Peña
En Torremolinos 73, los dos encarnaban a un matrimonio de clase media que se ponía a filmar porno casero durante el destape. Sus escenas sexuales eran cómicas, pero muy explícitas. Y esta mañana, cuando la actriz se acerca a la mesa de catering, sus secuelas están claras. Candela Peña y Javier Cámara no se saludan: se apapachan. Mano aquí, mano allá, beso, abrazo, broma calentorra, mano aquí. Es como Torremolinos 73, salvo que llevan la ropa puesta.
Anoche, después de la proyección de Ayer no termina nunca, le pregunté a Peña si se había gustado en la pantalla. Ella me miró, sonrió y se dio la vuelta para hablar con un técnico. Como si yo no estuviese. No le gusta hablar de su trabajo en general, ni darse demasiada importancia. Hoy me saluda con estas palabras:
–Yo no quiero hablar de la película.
Y se marcha en busca del pipi.
Dos minutos después, la escucho gritar desde el otro extremo del estudio, y descubro que me grita a mí:
–¡Solo te diré una cosa: hay un antes y un después en mi vida con esta película!
Parece una frase hecha, pero tiene sentido. Hasta 2005, era más que una estrella, un cometa. Había trabajado con Almodóvar, Iciar Bollain y Fernando León. Había ganado dos goyas, con Te doy mis ojos y Princesas. Y de repente desapareció. El archivo IMDb registra su crédito en cinco películas discretas alrededor de 2008, una de ellas en catalán. Y después, otra vez nada. De repente, en estos meses reaparece por todo lo alto, como la peor pesadilla de un seductor en Una pistola en cada mano, de Cesc Gay. Y como una mujer que no puede librarse de su dolor en Ayer no termina nunca.
–¿Qué has estado haciendo estos años? –pregunto.
–Viviendo. A veces la vida te lleva a lugares inesperados.
–¿Y cómo fue dejar de vivir para trabajar con Isabel Coixet?
–Yo tenía un concepto errado de ella, con esa pinta tan rara que tiene. Pensaba que ella nunca me llamaría. Que me asociaría más con El Fary que con Antony and the Johnsons. Pero al final, es la directora más generosa que he tenido. Me dejó crear, y respetó mi visión del personaje.
Igual que C, Candela Peña admite que le cuesta dejar atrás lo malo de la vida. Y no me extraña. Está claro que posee una sensibilidad extrema. Me acaba de jurar que no diría nada de la película, pero ahora lo hace a corazón abierto. Y mientras habla de Isabel Coixet, se emociona tanto que derrama una lágrima. No es que esta mujer cambie de humor a lo largo de una mañana. Es que cambia de humor a lo largo de una frase.
Eso sí, cuando habla de Javier Cámara, a Candela Peña se le ilumina el rostro sin remedio:
La película ‘Ayer no termina nunca’ cuenta cómo un hombre y una mujer se enfrentan a sus fieras, a sus duelos
–Hay algo que dicen las señoras mayores de sus maridos a veces: “¡Yo soy sus pies y sus manos!” –y suelta una carcajada–. Odio cuando dicen eso. Pero eso es Javier para mí: mis pies y mis manos.
Por fin la directora emerge del vestuario. Lleva un look gótico, con botas negras y una chupa de cuero con cremalleras, que modela para los actores:
–¿Parezco una hija de Zapatero? –pregunta–. En Internet circula una encuesta: “¿Es Isabel Coixet una hija de Zapatero?”.
El regreso de la directora da pie a una nueva sesión de arrumacos, risitas y toqueteos entre los tres. Y supongo que es hora de dejarlos en su peculiar intimidad. Pero todo el proceso de esta película ha sido tan personal que, antes de irme, quiero saber qué esperan de ella cuando llegue a las salas. Javier Cámara, ya en la silla de maquillaje, me responde:
–Depende de cuál sea tu baremo para medir el éxito. ¿Premios? ¿Dinero? ¿Fama? ¿Críticas?
–¿Y cuál es tu baremo? –repregunto.
–Cuánto he evolucionado con cada trabajo. Cuánto he cambiado y aprendido. En esos términos, esta película ya es un éxito.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.