César Rendueles: “Hay universidades privadas que son como academias de conducir con pretensiones”
El pensador y ensayista arremete contra la idea de la falta de esfuerzo de los jóvenes: “Si ha habido una generación que ha vivido con incertidumbre, miedo y ansiedad es esta, y saben buscarse la vida”
El filósofo y sociólogo César Rendueles (Girona, 47 años), autor de los ensayos de éxito Sociofobia y Contra la igualdad de oportunidades, se ha mudado de la Universidad Complutense al CSIC y no para quieto un segundo. Sin apenas docencia ―imparte alguna clase de máster― es más libre para moverse y se propone frenar un poco. El pasado septiembre, Rendueles fue invitado por Unidas Podemos al Congreso para compartir su opinión sobre la reforma universitaria (LOSU), que respalda a medias, pues cree que falta por ver cómo se concreta. Se felicita por la democratización de la universidad ―en 1960 había 62.000 matriculados y este año 1,6 millones―, pero la considera “incompleta”, porque las clases altas están sobrerepresentadas. Pero al pensador, que se ha puesto al frente del área de Bienestar y Derechos Sociales en la plataforma Sumar de Yolanda Díaz, sobre todo le preocupa la mercantilización de la educación superior ―no se ha creado una universidad pública nueva (son 50) desde 1997, mientras se multiplican las privadas, que acaban de llegar a las 40― y por eso pide “medidas de choque”.
Pregunta. ¿En España se premia el mérito?
Respuesta. No es que el mérito no cuente nada, pero está muy sobrevalorado. Veo sistemáticamente alabar la meritocracia a personas cuya trayectoria, en fin, ha estado muy respaldada por la herencia, por el capital educativo familiar y por una amplia red de contactos. En procesos competitivos ―como el acceso a una plaza de investigador o a un empleo público―, claro que deberían primar los criterios meritocráticos, por supuesto que sí. Lo que no creo es que la meritocracia deba ser un ideal de justicia social general, donde los supuestos méritos deban respaldar que ganes mucho más, tengas más prestigio o una situación más desahogada.
P. En el Congreso denunció que los universitarios sin recursos tienen que hacer malabarismos económicos, pero el presupuesto en becas se ha incrementado un 39,6% desde 2018.
R. Se han dado pasos importantes, pero el proceso de desinversión ha sido tan grande que el esfuerzo que deberíamos hacer es muchísimo mayor. Deberíamos deshacernos de una vez por todas de esa cultura de la sospecha [hacia los becados]. La tacañería en becas genera un desperdicio social. Hay una enorme cantidad de gente con talento que no llega a la universidad por distintos motivos: tropiezos en el camino de su familia, un suspenso que le priva de la beca… Aunque uno lo haga pensando en los beneficios colectivos del país y no por generosidad, deberíamos dotar al sistema educativo de becas más amplias, para que la gente de clase trabajadora pueda estudiar sin la angustia permanente de seguir el año siguiente. La gente de clase alta vive la universidad muchas veces como un momento en el que te puedes equivocar, que puedes experimentar y es superimportante. Uno a veces no acierta con su vocación a la primera y eso no puede ser un privilegio de las clases altas.
“Uno a veces no acierta con su vocación a la primera y eso no puede ser un privilegio de las clases altas”
P. De hecho, los becados abandonan menos.
R. Eso es positivo, sugiere que la gente es muy responsable, se toma muy en serio los estudios, frente a ese mito del estudiante becado tumbado a la bartola. Pero quizás no están experimentando todo lo que deberían, un poco constreñidos por el miedo.
P. ¿Le preocupa el actual sistema de acceso a la universidad?
R. Sí. Pongo un ejemplo muy concreto, las notas de corte de Matemáticas han subido muchísimo. En mi época se entraba con un 5 y no creo que eso fuera un problema, porque a nadie que no se le dieran bien las matemáticas se le ocurría entrar ahí. ¿Qué es lo que está ocurriendo? Bueno, ahora seguramente mucha gente con talento para las matemáticas no está entrando porque los criterios de empleabilidad se han cruzado con unos estudios muy importantes para la sociedad. No sé por qué el hecho de que de repente a la banca o a las aseguradoras les venga bien tener matemáticos debe condicionar el desarrollo del talento científico, que es de lo que debería encargarse la universidad. Estamos sumidos en una especie de carrera enloquecida de notas de corte y de competencias que generan una ansiedad enorme en chavales muy jóvenes que deberían estar pensando en otras cosas. No tiene una solución fácil, pero desde luego deberíamos empezar por revertir esa cultura de la competitividad.
P. Cada vez más familias de clase media hacen un enorme esfuerzo económico para que sus hijos estudien en una universidad privada, muchas veces porque no han conseguido la plaza que deseaban en la pública.
R. La lógica de las familias es: voy a pedir un préstamo para legar prosperidad a mis hijos, para que puedan acceder a esas carreras de máximo prestigio o más salidas laborales. Pero claro, eso es como un timo piramidal. Y será así hasta que llegue un momento en el que haya tanta gente estudiando Medicina en la privada que se devaluará y luego se devaluará el MIR [Médico Interno Residente].
P. ¿Cree que el decreto de creación y reconocimiento de universidades frenará que surjan más universidades privadas?
R. Tengo cosas en contra de las universidades privadas tradicionales, pero no su solidez académica y científica. Pero estas otras que surgen como setas son como academias de conducir con pretensiones. Es muy peligroso, lo hemos visto en Latinoamérica, de repente un mismo título empieza a significar cosas muy diferentes dependiendo de quién lo haya emitido. Y eso crea una situación de indefensión muy grande para los estudiantes, los empleadores, la Administración. El decreto va en la dirección correcta, pero es un poco tibio.
P. ¿Cómo se debería actuar?
R. Hay que dar un puñetazo encima de la mesa, se ha fomentado una situación realmente escandalosa. Hemos vivido una terapia de shock. A algunos gobiernos autonómicos muy concretos de derechas que todos conocemos no les importa, como a un buldócer, arrasar con la educación universitaria, si eso les permite implantar ese modelo [privado]. La única respuesta es otra terapia y revertir ese proceso de forma acelerada.
Dstintos ministerios decidieron desconfiar extremadamente de lo que hacemos y montar una Stasi burocrática
P. Ahora se repite mucho el mantra de la falta de cultura del esfuerzo.
R. Eso es una leyenda urbana difundida por señores de 65 años iracundos que idolatran su juventud. Cuando ellos tuvieron 20 años fue el momento culmen del esfuerzo de la humanidad. Es un disparate. Es mentira. Básicamente, no hay ningún dato que avale tal cosa. Mis alumnos son más listos que yo. Tienen una cultura mucho más amplia, son más cosmopolitas… En realidad, lo que ocurre es que a la universidad hoy va mucha más gente que cuando esos señores estudiaron. Lo que añoran es una universidad en la que estudie menos gente y, por cierto, más blanquita. Si no quieren que los estudios superiores se democraticen y sean accesibles para mucha gente, que lo digan. Nuestros mejores estudiantes son mejores que nunca. Cuando viajan fuera de España son extremadamente bien recibidos. Si viajan poco es porque tenemos un sistema tan poco generoso que el que se mueve se queda sin silla.
P. No solo lo piensan señores de 60 años. Lo acaba de decir en un acto la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
R. Porque Ayuso hace de portavoz. Pérez Reverte y compañía dicen que hemos tenido demasiado mimados a nuestros hijos... ¡Eso es un disparate! Si ha habido una generación que ha vivido con incertidumbre, miedo y ansiedad es esta, y saben buscarse la vida. Una vez hice con mis estudiantes de máster una especie de autobiografía laboral y me quedé anonadado. Gente de 25 años con una trayectoria laboral demencial para compatibilizar con sus estudios. Eso no lo han visto todos estos que presumen de haber pasado la guerra.
P. Aseguró en el Congreso tener compañeros profesores asociados que “viven por debajo del umbral de pobreza”.
R. Si trabajan el máximo que pueden, llegan a ganar 600 euros. Si es un complemento, porque tienes un trabajo fuera, está mal pagado, pero no es un drama. Pero los falsos asociados, si descuentan la cotización de autónomo, se quedan con 400 euros. Tengo compañeros que viven en situaciones dramáticas. Completan esos trabajos de lo que pueden, a salto de mata: traducción, edición, periodismo, pero a veces también jardinería. Eso tiene consecuencias muy malas. De clasismo: ¿Quién se puede permitir esperar mucho tiempo a que salga una plaza sin colchón familiar? Y dos, el deterioro de la enseñanza, porque ¿cómo vas a preparar las clases en condiciones cuando no te da para vivir?. Te avisan con 15 días para dar clase de una asignatura que se tarda años en preparar, es imposible.
P. Usted sostiene que no se les ha contratado por una cuestión ideológica [la LOSU prevé contrataciones masivas de quienes sean doctores y lleven años como falsos asociados].
R. No culpo a las universidades, que han tenido que hacer frente a recortes brutales [20% presupuesto en 10 años]. Tenían que cubrir la docencia, pero es un problema ideológico de los gobiernos autonómicos. Es un recorte insignificante ―tú ves los números grandes en términos absolutos y es nada― para los brutales efectos económicos que ha tenido.
P. Denuncia que cada vez hay más investigadores reconocidos que renuncian a presentar proyectos por la “irracionalidad” de la burocracia. ¿Le ha tentado?
R. No voy a renunciar porque, aunque para quienes estamos en una posición más consolidada no pasaría nada, para la gente que viene detrás es muy importante. Muchas veces pago gastos de mi propio bolsillo porque no me compensa las horas de vida perdidas en un papeleo absurdo. Alguien de física no puede hacerlo, necesita equipamiento. Es superimportante que haya rendición de cuentas, pero los niveles de irracionalidad burocrática son insoportables. Muchas veces es imposible de cumplimentar. Todo el mundo acaba buscando salidas de dudosa regularidad para cumplir los criterios formales. Lo asocio al ministerio de Montoro [Hacienda, con el último Gobierno del PP], que cambió las cosas. Cuando vamos a un congreso, nos alojamos en un hotel muy modesto y se nos pide un certificado de pernocta. La primera vez que se lo dije a un recepcionista me miró como si estuviese loco. ¡Que le escribiese en un papel que había dormido en el hotel que había pagado y no en un cajero automático!
P. El primer problema es que la proporción de profesores frente al personal de administración y servicios es en España mucho más baja que en Europa.
R. En un congreso la gente toma un café y se ve una hilera muy larga a la entrada de la secretaría de españoles que tienen que volver con un montón de papelitos que digan que han ido. En un momento, distintos ministerios decidieron desconfiar extremadamente de lo que hacemos y montar una especie de Stasi burocrática que piensa que te puedes ir a un congreso y luego no dormir en la habitación de hotel que has pagado, no sé bien para hacer qué. Nos ha puesto un montón de plataformas, que funcionan en general bastante regular, que intentan suplir el trabajo que antes hacía el personal administrativo mucho mejor.
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