El director de estrategias del MIT: “Nos peleamos por los investigadores españoles”
El mexicano Marco Muñoz lamenta que en España importe más el título universitario que generar conocimiento y critica el corsé que suponen los sistemas educativos en cuanto a innovación
El mexicano Marco Muñoz (Medellín, Veracruz-1963) viaja por el mundo buscando socios filantrópicos que se sumen a los retos científicos y técnicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Es su director de Iniciativas Estratégicas. Compagina el cargo con el mismo puesto en el Instituto Ragon, que aúna los proyectos conjuntos de tres instituciones top: de nuevo el MIT, la Universidad de Harvard y el Hospital General de Massachusetts. El MIT ocupa el cuarto puesto en el ranking Shanghái y primero en el QS, y por sus aulas como profesores o alumnos han pasado 76 premios nobeles.
Licenciado en Derecho, Muñoz llegó a Austin en 1991 para hacer un posgrado y se quedó en la Universidad de Texas. No quería mudarse a Boston porque detesta el frío, pero recibió una oferta del MIT hace 10 años y su jefe en Texas le convenció. “Me dijo: ‘Solo una universidad en el mundo creó un departamento aeroespacial y puso al hombre en la luna. Cuando todos nosotros veíamos el cielo, en el MIT tenían ya el espacio”, cuenta Muñoz a EL PAÍS en un hotel madrileño.
Pregunta. En España el índice de publicaciones científicas es altísimo, pero luego no hay innovación.
Respuesta. Recomendaría a los españoles que pensasen más a largo plazo. Por ejemplo, hace unas semanas un profesor, que ha sacado el prototipo de una tecnología para entender el sida, nos pidió un 50% de su tiempo de investigación para dedicarlo a la empresa que iba a crear con tres estudiantes. Todos felices: “¡Que te vaya muy bien!”. En otras universidades, en cambio, seguramente te dicen: “¿Pero qué estás haciendo? ¿Robándole el tiempo al Estado?“.
P. ¿Qué estudiamos si el 85% de los trabajos de 2050 no se han inventado?
R. Lo más importante es el estudio de la capacidad de escucha, de discernir, de discutir sin pelear, de poder integrarse a equipos de trabajo multidisciplinarios. Valdría la pena que se hiciera un experimento en España: que a los chicos del primer año de carrera les pregunten cómo creen que debería ser su educación y que les den la oportunidad de hacer su propio programa educativo con un grupo de control, como en los laboratorios.
P. En el MIT se tiene muy en cuenta la opinión externa.
R. Tenemos una receta secreta, los comités visitantes, que se reúnen cada dos años. Hay miembros de la industria, de la academia, de nuestra competencia... Analizamos allí si lo que estamos enseñando es relevante o no para la humanidad y, si no interesa, hay que cambiar el currículo.
En el MIT si no has ido al colegio, no importa
P. ¿Y se cambia mucho?
R. Sí. Se ve si en licenciatura se enseña primero una materia o más tarde, se quitan materias o se mira desde la multidisciplinariedad. He conocido estudiantes que terminaron los grados [créditos] pero no sacaron una carrera. Van definiendo su programa académico dependiendo de lo que para ellos es importante. El 95% de los estudiantes están en el instituto por una misión de mejorar el mundo.
R. Aquí [España] buscan más el papel que el conocimiento. En 2019, Esther Duflo y Abhijit Banerjee, ganadores del Nobel de Economía, crearon el máster Economía del Desarrollo. Veinte estudiantes, tras haber hecho el programa digital, son invitados cada curso a trabajar en el MIT el último semestre haciendo un proyecto para atender el problema de la pobreza. A un alumno muy joven, de Singapur, le pregunté: “¿Qué vas a hacer ahora?”. Y me contestó: “Voy a regresar a casa para terminar el Bachillerato, haré la carrera y luego el doctorado”. ¡Pero ya tiene un título de maestría! En el MIT te puedo dar un título de maestría basado en tu conocimiento, no en tu papel. Es más, si no has ido al colegio, no me importa. Muéstrame lo que sabes. Luego nos enteramos de que tenía 16 años.
P. ¿Y el chico volverá a hacer el doctorado?
R. Si lo admitimos, porque somos muy exigentes. A nivel licenciatura recibo unos 20 estudiantes extranjeros al año de 1.800 nuevos. En posgrado tengo más extranjeros, un 60% [de ellos 50 españoles], que americanos.
P. Los estudiantes en España no salen preparados para lo que quieren las empresas.
R. Platiquen. Una buena opción es crear estos comités externos. Que la Politécnica de Madrid invite a la Politécnica de Zúrich y a la Complutense. Al final tienen la misma obligación de generar conocimiento. La capacidad humana que tiene España es increíble. Nos peleamos por los postdoc [investigadores que acaban de leer la tesis] españoles. Este viaje a España ha sido principalmente para hablar con fundaciones y empresas para que los españoles que quieran venir a prepararse a Boston tengan becas. Mis investigadores me han dicho: necesito más españoles, son muy buenos. En el Ragon, por ejemplo, tenemos dos chicas: una madrileña que trabaja en biología molecular para curar el cáncer que aplicó desde China y una chica de Sevilla que termina el doctorado en VIH.
P. A lo mejor no se están haciendo tan mal las cosas en España.
R. Podría hacerse muchísimo más. Estas chicas y estos chicos que yo identifico y que me llevo allá tienen éxito a pesar de todos los retos que tienen que superar aquí. Eso no quiere decir que les sigan poniendo las cosas difíciles para que sean buenos. Mi director científico del Ragon que es argentino, Facundo Batista, me dice que en los laboratorios en Inglaterra ―antes de venir con nosotros― nunca tuvo problemas con los españoles, que son muy trabajadores y creativos. Imagínate, si tienen éxito con unas condiciones que no son las mejores, ¿cómo sería si cambiamos el sistema educativo español y universitario y florece la emprendeduría? España podría convertirse en una potencia del conocimiento. Yo le tengo mucha fe, más que los españoles.
El Estado me da para proyectos de investigación, pero no tengo un presupuesto público
P. Ustedes no se han visto envueltos en el escándalo de las admisiones de alumnos como otras prestigiosas universidades.
R. No tenemos legacy [preferencia en el ingreso por la relación previa de la familia del alumno con la universidad]. Si estudiaste en Harvard o Stanford, tus hijos tienen más posibilidades de entrar por el legacy, pero tienen que ser muy capaces. En el MIT no, aunque escribiese al presidente para que entrase un hijo mío muy brillante. Es duro porque perdemos muchas donaciones. Alguna vez he estado en el grupo que revisa las admisiones. Un chico, que entró, explicó [en una carta de motivos]: “Vivo en un pueblo muy pobre en la India y quiero entrar en el MIT porque un día mi tío, que vive en la ciudad, nos trajo una caja, a los días la abrí, había un ordenador, lo conecté y aprendí miles de cosas. Estoy seguro que la cabeza de mi hermano con autismo es como esa caja y, si puedo aprender en MIT los instrumentos para abrirla, él podría hacer cosas maravillosas”. El 18% de nuestros estudiantes pertenece a la primera generación que estudia en su familia y solo pagan el 14% de los alumnos.
P. ¿Y cómo se beca al resto si no hay esta preferencia de acceso o legacy?
R. En muchos proyectos filantrópicos incluimos becas. La educación es súper cara en el MIT. Destruimos laboratorios, hacemos demasiados experimentos, nos equivocamos y equivocamos hasta que algo funcione. El Estado me da para proyectos de investigación, pero no tengo un presupuesto público como las universidades españolas. El estudiante que más paga, abona 50.000-60.000 dólares [48.900-58.600 euros] por año, cuando la educación de cada alumno cuesta 100.000. Por eso solo tenemos 11.300 estudiantes.
P. España está a años luz de Estados Unidos. La primera universidad en el ranking Shanghái, la de Barcelona, está en la franja del 250, pero 39 españolas (38 de las 50 públicas) se sitúan entre las 1.000 primeras del mundo. Proporcionalmente, no ocurre en Estados Unidos, donde hay 4.600 universidades y colleges.
R. Hay grandes brechas sociales y culturales que nunca imaginé. Es una de las grandes preocupaciones del MIT. Es el gran reto de América, pero las dos corrientes fuertes del país están lideradas por gente mayor. Lo que recomendaría es la revisión del sistema educativo.
P. ¿Por qué quiere cambiar el sistema educativo?
R. En primaria tenemos que aprender ciencia y soft skills [habilidades como hablar en público, trabajar en equipo...]. A la universidad muchos llegan tan dañados por el sistema educativo, que no los preparamos para utilizar el conocimiento científico de una forma totalmente natural.
Un carpintero puede tener capacidades de matemáticas mejores que las de un ingeniero
P. ¿Y eso no lo hace en la escuela?
R. No. Hacemos lo que hacíamos 20 años, cuando pensábamos que sólo había un tipo de cáncer y dábamos aspirinas para el dolor. Hay que revisar el sistema desde preescolar para resolver el tema universitario. Pensamos que la universidad es fundamental, porque la gente ya es madura... pero ya es tarde [para aprender].
P. ¿Por eso el MIT se orienta a los niños?
R. Tenemos un laboratorio de educación mundial y trabajamos desde preescolar a la universidad y con aquellos que no pudieron estudiar pese a tener capacidades profesionales. Un carpintero puede tener capacidades de matemáticas mejores que las de un ingeniero. La sociedad no los respeta porque no tienen el papel y yo se lo doy. Y volvemos al tema inicial de la conversación: ¿A qué vas a la universidad? Aquellas universidades que están por el conocimiento ocupan los primeros lugares a nivel mundial, sacan patentes, publican...
P. Ustedes no tienen sucursales como Harvard en Qatar.
R. No. El programa más fuerte es el de Singapur. Hace 25 años el secretario general de Defensa vino a vernos. Explicó que estaban muy preocupados porque su economía se basaba en la mano de obra barata y China se iba a abrir al mundo. Querían lograr que alguna de sus universidades fuese de las mejores del mundo. En ese momento eran malísimas y ahora hay dos entre las primeras 100 en el ranking Shanghái [National University of Singapore y Nanyang Technological University]. Se trabajó en crear centros de alto rendimiento y nos pidieron que todos los prototipos tecnológicos los probásemos allí. Él lo tenía muy claro porque era exestudiante del MIT.
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