La rompedora universidad a distancia estadounidense que ha crecido durante la pandemia en 40.000 alumnos y 1.000 trabajadores
Southern New Hampshire University, volcada en internet, crea con la ayuda de un programa de Google un itinerario para cada uno de sus 180.000 estudiantes
En cuestión de 18 años la South New Hampshire University (SNHU) ha multiplicado por 64 sus alumnos: de 2.800 a 180.000, hasta convertirse en la universidad a distancia más grande de Estados Unidos. Tiene la misma población en la Red que las ciudades de Burgos y Albacete y su idea es llegar a los 300.000 universitarios ―la envergadura de Valladolid o Vigo― en tres años. El artífice de su explosión es Paul Leblanc, su rector (president), que ha puesto con éxito patas arriba la relación del alumno con la universidad. Por eso, muchas instituciones en Estados Unidos tratan de copiar ahora la receta.
Cuando en 2003 Leblanc se hizo cargo de la institución en la ciudad de Manchester, fundada en 1932 para formar a militares, apenas tenía 16 empleados en el área digital y unos cientos de estudiantes a distancia. Dos décadas después, este hijo de inmigrantes canadienses es un gurú tecnológico invitado a dar conferencias hasta en el Foro de Davos. Lo más novedoso del método de la SHNU, una universidad privada sin ánimo de lucro, es que crea rutas formativas amoldadas a cada alumno tras una entrevista personal con uno de sus más de 300 asesores y con las respuestas a un cuestionario desarrollado junto a Google. El rector, que participó en el Global Education Forum, lo cuenta a este diario en Madrid, donde se reunió con los alumnos del grado de Educación de la Universidad Camilo José Cela, que le recibieron con gran expectación.
La SNHU agrupa los perfiles de estudiantes según sus necesidades y sus conocimientos. “¿Para qué asistir a clase de algo que ya sabe? ¿Por qué no convalidar esas competencias? La universidad se tiene que construir para cada uno”, sostiene Leblanc. El programa de Google, que ya están utilizando, pero que seguirán desarrollando durante dos años, se va perfeccionando cuantos más datos almacena y compara.
El profesor Johann Neem se muestra en su libro Seeking Purpose in an Age of Reform (Buscando el objetivo en una época de reforma) como uno de los detractores del sistema desarrollado por Leblanc, pues cree que esta formación deja de lado cuestiones de debate y reflexión que una universidad debe proporcionar al alumno.
“No solo se aprende en el aula. Si tienes un militar de 26 años [el 18% de sus estudiantes ha pasado por el ejército] que lideró un grupo en Afganistán y vuelve, probablemente sepa mucho de liderazgo. ¿Cómo atrapamos este aprendizaje?”, continúa el rector de la SNHU. “Para eso hacemos un mapa de habilidades: ¿Qué sabes? ¿Y qué sabes hacer con lo que sabes? Porque eso es lo que interesa a los empleadores. En una redacción, da igual que conozcas la estructura de un artículo si eres incapaz de escribirlo”. La SNHU permite que un alumno que aprueba varios microcredenciales ―cursos de especialización muy concreta― con una ruta preconcebida logre un título de grado si cursa además determinadas asignaturas básicas.
La SNHU quiere terminar con los exámenes tradicionales; emplea simulaciones. “Que demuestren lo que saben hacer. Trabajamos mucho con los empleadores para saber qué competencias y habilidades requieren y adaptamos la evaluación”. La universidad no está en la lista de los 650 mejores colleges (centros que imparten clase, pero no investigan) de Estados Unidos de la revista Forbes ―hay un total de 3.900―, pero Leblanc toma de referencia los sueldos de sus titulados, por encima de la media. “Con el curso de ingeniería práctica pasan a ganar 77.000 dólares [66.000 euros] al año. A veces el doble”.
La fórmula de enseñanza a distancia de Leblanc ya no está solo dirigida a adultos que trabajan y sacan unas horas para estudiar ―público que suele ser mayoritario en las enseñanzas a distancia―, sino a los que acaban de salir del bachillerato. Este objetivo levantaría empollas en España; el ministro Manuel Castells, exprofesor de la Universidad Oberta de Catalunya (virtual) y catedrático décadas en Berkeley (California), insinuó la posibilidad de explorar esta fórmula para toda la población y los rectores se revolvieron. La de Granada, Pilar Aranda, afirmó en un artículo en este diario: “Consideramos nuestros espacios de enseñanza como lugares de relaciones personales y laborales en los que el trato humano cercano aporta mucho a la formación y a la investigación. Sin emoción, la educación es más difícil”.
“Esta es la primera generación de estudiantes que han crecido como nativos digitales. Para ellos es mucho más cómodo aprender en una pantalla. Hacen las tareas en un móvil, no en su portátil”, defiende el rector Leblanc. “Además, la residencia en un campus es muy cara en Estados Unidos y estudiar a distancia da flexibilidad para trabajar a los jóvenes sin medios, como ocurre con los adultos”. Sus matrículas son más bajas (2.100 euros al semestre frente a los habituales 8.600 en un grado digital) y con su elasticidad llegan a un público ―hay 30.000 afroamericanos, muchos indios de las reservas y refugiados― que busca reciclarse.
Durante la pandemia, la SNHU ha crecido en 1.000 personas en la parte de plantilla y en 40.000 estudiantes, los mismos que tienen las universidades de Valencia y el País Vasco tras décadas de funcionamiento. Para Leblanc, el modelo perfecto sería “que un día vayas a clase por la mañana y al otro veas la lección desde tu casa por la noche”. Los alumnos de ingeniería de automóviles, por ejemplo, “siguen las clases online y van a los laboratorios para usar el túnel de viento”. Pero esa opción solo está en manos de la minoría que reside en su campus o cerca, claro.
“Para los estudiantes online, tenemos un sistema híbrido. Por ejemplo, hay un programa de salud mental, en el que sigues el curso a distancia, aunque dos veces al año pasas tiempo en una residencia haciendo prácticas clínicas, porque necesitas ver a pacientes”, prosigue Leblanc. En España, donde no se conciben títulos sanitarios en remoto, cada vez se ofertan más MBA online que concentran a sus estudiantes de medio mundo dos o tres veces en un punto del globo para vivir experiencias en grupo.
Leblanc, doctor en Retórica, composición y tecnología por la Universidad de Massachusetts, lamenta las cortapisas burocráticas para transformar la enseñanza: “La tecnología cambia cada día, la música, el periodismo o el comercio, pero no la sanidad o la educación porque son dos industrias reguladas con gran financiación pública”.
El anterior college que dirigió, Malboro (Vermont), que rehusó enseñar a distancia, ha cerrado. “El modelo universitario es otro”, se apena. Leblanc, que se pagó la carrera trabajando en la construcción durante los veranos, recuerda que “la deuda por estudios de los titulados universitarios es de 1,6 billones de dólares [1,38 billones de euros]”, tanto como la deuda pública española. Según una extendida estimación hecha en 2017 por Clayton Christensen, profesor de Harvard Business School, la mitad de los 3.900 colleges y universidades de Estados Unidos [en España hay 90 universidades] van a desaparecer por bancarrota en una década. En 2018, la agencia Moody calculó que al menos el 25% de los centros privados estaban en números rojos. Aunque el rector de la SNHU no quiere generalizar: “Hay grandes universidades que son más ricas que nunca. Harvard dispone de 54.000 millones de dólares [46.000 millones de euros]. Es, tras el Vaticano, la segunda organización no lucrativa más rica del mundo”.
Aunque la SNHU estima que llegará a los 300.000 alumnos en 2024 ―algunos son españoles becados como deportistas en el campus residencial―, Leblanc asegura que le da igual: “Lo importante es que hay una gran necesidad de formarse, aunque no cambies de trabajo”. Opina que reciclarse es la única manera de no caer en el desencanto y la pobreza. “La gente cree que la sociedad y la economía no funcionan ya para ellos, por eso hay un auge de los nacionalismos y los populismos”.
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