El instituto con el 95% de alumnado inmigrante que desarma prejuicios: “Esto es un oasis”
El centro público Miquel Tarradell, situado en el corazón del barrio del Raval, en Barcelona, y catalogado como de máxima complejidad socieconómica, tiene un ambiente escolar envidiable y un creciente número de estudiantes que llega a la educación superior
Harnoor habla de forma extremadamente suave, con un acento difícil de identificar, en un catalán muy fluido y un léxico que uno no espera en una adolescente de 16 años. Quiere estudiar Medicina y lo ve “muy complicado”. “Siempre he sido una estudiante a la que le ha resultado fácil sacar buenas notas. Pero el cambio al bachillerato se nota mucho. Hay mucha competencia para entrar en la carrera, y es muy difícil acceder”, dice en una sala del instituto público al que asiste, el Miquel Tarradell, situado en el barrio del Raval, en Barcelona. Harnoor nació en la India, y vino a vivir al barrio con ocho años. Su padre, empleado en una tienda de souvenirs, y su madre, ama de casa, llevaban tiempo residiendo aquí. La niña pasaba con ellos los veranos y el resto del año vivía con sus tíos en Punjab, en el oeste de la India. Harnoor habla perfectamente catalán, castellano, punyabí, hindi e inglés, y ahora está aprendiendo francés. Y sea o no Medicina, todo indica que será la primera de su familia en ir a la universidad.
Su caso muestra que las estadísticas, como la del rendimiento académico del alumnado inmigrante en España incluido en último informe PISA, publicado a principios de este mes, ocultan muchos matices. Y su instituto prueba que tener un 95% de alumnado de origen inmigrante ―categoría en la que PISA engloba tanto a los estudiantes extranjeros como a aquellos cuyos dos progenitores lo son― y estar catalogado como centro de máxima complejidad socieconómica no es incompatible con alcanzar un alto grado de éxito educativo. El Miquel Tarradell, situado en el corazón del barrio más densamente poblado y el único de renta baja del distrito de Ciutat Vella de Barcelona, presenta tasas de graduación similares a un instituto medio (el promedio en Cataluña es del 85%), asegura su directora, Verónica Santos, tiene un ambiente escolar envidiable para casi cualquier centro educativo, y, con ayuda de entidades sociales y culturales del propio Raval, está avanzando en uno de los graves retos de la enseñanza española, que es conseguir que los chavales extranjeros sigan estudiando después de terminar el instituto, ya que su tasa de abandono escolar temprano alcanza el 30% y triplica la de los autóctonos.
El informe PISA, una gran evaluación organizada por la OCDE, indica que, en promedio, los alumnos de 15 años de origen inmigrante que viven en España obtienen 33 puntos menos en matemáticas, 32 menos en lectura y 36 menos en ciencias que los nativos. Una distancia en conocimientos que equivale, aproximadamente, a un curso académico (la brecha, en el conjunto de la UE es sensiblemente mayor). Y presenta grandes diferencias territoriales internas: en matemáticas en Euskadi alcanza 70 puntos y en Andalucía, 4. También el peso del alumnado inmigrante es muy dispar en España: en el conjunto del país representa el 15%, pero en Cataluña alcanza el 24% y en Extremadura solo representa el 4%.
El elemento nacional tapa, sin embargo, otro asunto más crucial, que es el nivel socieconómico y cultural de sus familias, que se traduce en cuestiones tan evidentes como ser capaz de ayudar a los hijos a estudiar, directamente o pagando extraescolares. Si se descuenta ese factor ―como PISA, con su gran muestra de 690.000 estudiantes examinados en 81 países, 30.800 de ellos en España, permite hacer―, las diferencias se reducen drásticamente. Incluso en el examen de comprensión lectora, señala Miquel Àngel Alegre, sociólogo y responsable de proyectos de la Fundació Bofill: la distancia en lectura entre un alumno nativo y otro inmigrante del mismo nivel socioeconómico y cultural cae a 7 puntos. PISA permite, además, dar un paso más y neutralizar también en la comparación la influencia en los resultados individuales de lo que se llama índice socieconómico y cultural del centro educativo al que asisten los chavales. Si se suma este segundo filtro al anterior, la diferencia entre el nativo y el inmigrante se reduce a 5 puntos en España y a 2,1 en Cataluña, distancias que en ambos casos PISA considera estadísticamente no significativas.
Alegre explica que la influencia del índice socioeconómico y cultural de los centros educativos en el desempeño individual de los alumnos que recoge PISA se suele atribuir al entorno de compañeros que tiene el estudiante, y al hecho de que la composición social del centro afecta al trabajo de los profesores, en el sentido de tener que dedicar más o menos tiempo a cuestiones no educativas.
“Aquí es imposible que vuele una silla por la ventana”
El edificio que aloja el Miquel Tarradell, inaugurado a principios de los años 30, fue diseñado para ser un centro educativo. Casi todos los espacios disponen de luz natural y el inmueble está lleno de pequeños detalles modernistas. El alumnado es sobre todo de origen paquistaní, indio, bangladesí y filipino. Y en menor medida, latinoamericano y marroquí, además de español, entre otras nacionalidades. El clima escolar del centro, según aseguran todos los entrevistados para este reportaje y da la impresión recorriéndolo un martes por la mañana de finales de diciembre, es muy tranquilo.
El profesor de Lengua Yves Gerbeau (que se llama así por un abuelo francés), afirma: “La diferencia con otros sitios donde he estado es que aquí no hay alumnos conductuales. Hay adolescentes. Y los adolescentes son como son, y puede que a uno un día se le crucen los cables. Cuando les conté a algunos compañeros de mi anterior instituto que venía aquí, porque me gustaba el contexto en el que está el centro, me dijeron: pero ¿dónde vas? Y ahora les digo: ‘Allí volaban sillas por la ventana. Aquí es imposible que vuele una silla por la ventana. El alumnado es muy respetuoso. Y en términos generales tienes el apoyo de las familias. En otros centros igual les dices: ‘tu hijo le ha tirado un borrador a una profesora de matemáticas’, y contestan: ‘bueno, a mí me es igual’. Aquí, en cambio, vienen, y delante de ti le dicen lo que haga falta. Hay una respuesta muy grande”. También ayuda, sigue Gerbeau, el hecho de que el centro sea pequeño: tiene 300 chavales entre ESO y Bachillerato. “En un instituto de 1.000 alumnos es imposible conocerlos a todos. Pero aquí es así. No es que sean nuestros hijos, pero se les hace un acompañamiento. Y si uno se quiere desmadrar, enseguida tiene a los profesores encima. Al llegar me dijeron que esto era un oasis, y es verdad”, añade.
Una de las dificultades de un centro con tanto alumnado de origen inmigrante es que ello implica con frecuencia tener en clase alumnos con niveles muy dispares, dice la directora del Tarradell, Verónica Santos. Se trata de una reflexión que, en general, sirve para cualquier aula con estudiantes muy diversos por el factor que sea, como el nivel sociocultural o la discapacidad. Y de un factor que, de forma agregada, explica parte de las diferencias territoriales que PISA encuentra en España: las comunidades con mejor puntuación, Castilla y León, Asturias y Cantabria, tienen un alumnado mucho más homogéneo que, por ejemplo, Cataluña, que está entre las últimas. “Cuando te prepararas una clase no puedes hacer como antiguamente y decir simplemente: hoy explicaremos los acentos. Porque tendrás un niño en el aula que lo habrá hecho 300 veces y otro que prácticamente no te va a entender porque acaba de llegar. Una diferencia así requiere bajar la ratio, con codocencia o desdobles”, dice Gerbeau.
Recursos desmantelados
El Tarradell ha optado, en general, por la codocencia ―dos profesores juntos en el aula―, que aplican en todas las clases que pueden gracias a que, por estar catalogados como centro de máxima complejidad cuentan con un poco más plantilla de lo habitual (son, en total, 30 docentes). Si pudiera elegir un tipo de refuerzo estable, la directora elegiría tener codocencia, al menos, en todas las clases de lengua. Y también ve necesario reforzar las aulas de acogida, en las que aterrizan, en caso de que haya plazas, los chavales recién llegados. Sin esa base lingüística, sobre todo si han llegado a España con edad de estar en los últimos años de la ESO, “tienen muy difícil” graduar, lamenta. El sistema educativo desarrolló a principios de este siglo, con la primera gran incorporación de estudiantes foráneos, una amplia red de aulas para esta primera acogida. Pero tras la crisis económica de 2008 y el descenso en el ritmo de llegadas de alumnado extranjero, la mayor parte se desmanteló, y aunque ahora empiezan a reimplantarse siguen siendo insuficientes, advierte el sociólogo Miquel Àngel Alegre.
¿Por qué hay tan pocos alumnos autóctonos en el instituto? La directora apunta al “miedo y el desconocimiento; lo que transmiten todo el tiempo los medios de comunicación es que el nivel baja por los inmigrantes”. Gabi Poblet, 47 años, madre de dos alumnos del Miquel Tarradell da y no da, al mismo tiempo, el perfil de familia del centro. Como argentina que llegó a Barcelona con 25 años, y cabeza de familia monoparental con una larga lista de empleos inestables a su espalda, lo da. Como antropóloga con un alto nivel cultural, no tanto. Poblet (que debe su apellido a un abuelo catalán) afirma que llevó a sus hijos al centro porque se lo recomendaron “por bueno”. Y que el prejuicio de que el centro será conflictivo por el origen de su alumnado no puede ser más equivocado. “Es un instituto tranquilo y bien gestionado. Y van los hijos de familias que se esfuerzan un montón. Que a lo mejor tienen un restaurante y trabajan una barbaridad, o que realizan actividades superprecarias, pero que lo dan todo para que la educación haga de ascensor social de sus hijos”, dice.
Recibir ayuda y devolvérsela al barrio
El instituto tiene en marcha varias estrategias para que los chavales sigan estudiando después de acabar el instituto, y, según sus docentes, han empezado a dar frutos. Una consiste en impartir dos materias de bachillerato ―dos asignaturas que en el currículo catalán establece que debe definir cada centro― en colaboración y físicamente dentro del Centre de Cultura Contemporànea de Barcelona, el CCCB, que está a 270 metros del Tarradell. Otra, llamada Prometeus, nació del activo tejido asociativo del barrio. “Veíamos que casi ningún alumno llegaba a la universidad. O no se presentaban a la selectividad, o suspendían, o si alguno lograba entrar no solía pasar del primer o el segundo trimestre”, explica Javier Alegría, de la Asociación Educativa Integral del Raval. “Les ayudamos con los trámites para solicitar la plaza y la beca a la que, por renta, casi siempre tienen derecho. Y durante la carrera les hacemos un seguimiento y les ayudamos en lo que necesiten”. Desde que se puso en marcha hace seis años, un centenar de alumnos del Tarradell y otros dos centros del barrio han llegado a la universidad de la mano del proyecto ―al que se han sumado la administración local y autonómica y las universidades―. Los participantes por su parte, se comprometen a devolver lo recibido, por ejemplo ayudando a otros estudiantes prometeus, o yendo a hablar a los institutos para motivar a los chavales a que sigan estudiando, afirma Alegría. Y antes de despedirse, añade: “Hay un momento en que a las personas de origen inmigrante no se les debe llamar de origen inmigrante. Porque han nacido aquí o no se sienten de otro sitio. Muchas veces comentan: ‘¿Hasta cuándo voy a ser de origen inmigrante?”
Swarup Bhowmik, exalumno del Miquel Tarradell, que tiene 23 años y llegó a Barcelona desde Bangladesh cuando tenía dos, hijo de un cocinero y un ama de casa, fue uno de los primeros estudiantes del proyecto Prometeus, y dice que fue importante para él. “Durante la ESO todo es sencillo. Solo tienes que preocuparte por estudiar, pasar de curso e intentar sacar buenas notas. Y en Bachillerato igual. El problema llega cuando te planteas qué hacer después. A mí nadie me había explicado que había becas. Nadie en mi círculo más cercano lo sabía. Yo ya me estaba planteando trabajar para estudiar una carrera cuando vinieron al centro a hablar del Prometeu y nos dijeron que no nos preocupáramos por el dinero, porque tendríamos beca, sino solo por estudiar mucho para poder entrar en la carrera que quisiéramos”. Bhowmik hizo Biología Ambiental. Y ahora trabaja en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales, un consorcio integrado por las universidades catalanas y la Generalitat, analizando el estado de los parques de Barcelona a través de las poblaciones de mariposas.
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