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Los niños que leen en casa con sus padres llevan medio curso de ventaja respecto a los que no lo hacen

La diferente comprensión lectora forjada en el entorno familiar sobre los ocho o nueve años va abriendo una brecha que estalla en secundaria, advierten los expertos

Dos niñas de nueve y 11 años leen un libro con su madre en su casa.
Dos niñas de nueve y 11 años leen un libro con su madre en su casa.Jaime Villanueva
Ignacio Zafra

Los niños de cuarto de primaria, de ocho y nueve años, cuyos padres leen con ellos en casa llevan medio curso de ventaja en comprensión lectora respecto a los que no lo hacen. El acompañamiento familiar abre una brecha entre el alumnado en materia de comprensión lectora similar (de hecho, un poco superior) al que generan las diferencias en el nivel socioeconómico de los progenitores, aunque ambos factores están frecuentemente relacionados. De las intervenciones que pueden realizarse en el hogar, la implicación de los padres en la lectura es una de las que tiene efectos más positivos. Se sitúa por detrás, en eficacia, de otra más sutil, las expectativas académicas que los progenitores tienen en sus hijos. Pero muy por delante, por ejemplo, de la supervisión de los deberes de los hijos, una actuación que parece dar pocos frutos, y que no hay que confundir con otra, que según las evidencias disponibles sí es más útil, que consiste en “establecer reglas y rutinas sobre dónde, cuándo y cómo han de realizar los deberes”, todo ello según la recopilación de datos, procedentes entre otras fuentes de las evaluaciones internacionales de Pisa y Pirls, realizada recientemente por la Fundación Bofill.

La entidad, con sede en Barcelona y dedicada al estudio de las políticas educativas desde la perspectiva de la equidad, acaba de lanzar un programa para incrementar el acompañamiento lector en casa, con la advertencia de que se trata de un problema grave. Entre el 20% y el 23,2% de los alumnos españoles tienen bajos niveles de comprensión lectora en cuarto de primaria y cuarto de secundaria respectivamente, lo cual suele ser un predictor de fracaso escolar. Las investigaciones apuntan a que los niños de entornos desfavorecidos que consiguen un alto rendimiento escolar son buenos lectores, con competencias lectoras por encima de la media, lo que según la fundación indica que estas pueden “resultar cruciales para superar el riesgo de exclusión social y generar un alumnado resiliente”. Su campaña Las familias, aliadas de la lectura se dirige a ofrecer a centros educativos, bibliotecas y entidades sociales metodología y recursos prácticos para que puedan llevar a cabo sus propias “acciones de capacitación” de las familias en acompañamiento lector.

Juan Mata, pedagogo y profesor durante 40 años de la Universidad de Granada, ha estudiado a fondo el fenómeno: “A veces parece que la lectura corresponda solo a un ámbito especial, la escuela, pero no es así. La escuela tiene un papel importante, pero el ámbito primario es la familia. El niño o la niña se van impregnando a medida que crecen de lo que encuentran a su alrededor. Y gran parte de lo que la familia ya tiene adquirido, sea en la lectura, en relaciones sociales, en hacer deporte o en bailar, condiciona lo que serán sus gustos y sus inclinaciones”.

Ese proceso, en el caso de la lectura, empieza antes de que el niño ponga un pie en la escuela, y continúa después, señala Mata. Está hecho de lecturas en voz alta antes de irse a dormir, de conversaciones familiares en torno a libros, de visitas con sus padres a las librerías, de la presencia de libros, periódicos o revistas en su casa, de regalos que consisten en cuentos, cómics o novelas. “Ese ecosistema del libro es decisivo, y lamentablemente, lo digo con dolor, con ello empieza una curva que va separando a los niños que entran con naturalidad en el mundo de la lectura y los que no”. La comprensión lectora tiene repercusiones en casi todas las asignaturas, indica Mata, de la Fundación Bofill: “Si no somos capaces de entender el enunciado de un problema matemático, difícilmente lo podremos resolver”.

Se produce, además, una paradoja sobre la que advierte Juan Mata. Y es que la escuela, la mejor arma de la que disponen los alumnos de hogares desfavorecidos para compensar su desventaja inicial, tiende a agrandar, “sin darse cuenta”, esa desigualdad de origen. “Los libros de texto están pensados para niños que sepan leer con fluidez. Los conceptos están pensados para niños con un vocabulario determinado, en cuya formación influye mucho su ámbito familiar o social, determinado. Y así, lentamente, casi desde el principio, empieza una separación entre los niños que comienza con el diferente dominio de la lectura y estalla años después en secundaria”.

Quim, leyendo con su padre, Luis Rivera, en su casa de Valencia.
Quim, leyendo con su padre, Luis Rivera, en su casa de Valencia.

Quim está a punto de cumplir seis años y todas las noches antes de dormirse, su padre, Luis Rivera, lee con él en su casa de Valencia. Cuando era un bebé, Luis y su pareja, Helga, le leían páginas de sus propios libros en voz alta mientras él se iba quedando dormido en la cama entre los dos. Después le leyeron cuentos clásicos, como Hansel y Gretel. Y ahora suelen ir a la biblioteca a elegirlos juntos, y la lectura en voz alta ha empezado a ser compartida. “Es un momento de mucha complicidad. A veces estamos partiéndonos de risa un rato, porque algunos libros tienen puntos de humor tanto para niños como para adultos”, comenta Luis. Quim dice que le gusta mucho leer con su padre, y sus cuentos favoritos son últimamente “La colla dels 11, Perro apestoso y [Así es] mi corazón”.

Carmen Cañabate, maestra durante décadas en colegios públicos de Almería, buena parte de su carrera en centros de alta complejidad, ha observado las desigualdades que afrontan unos y otros niños en el terreno de la comprensión lectora. “Los niños que crecen en familias que tienen un ambiente cultural rico, que no suele limitarse a los libros, tienen unas experiencias que se notan muchísimo”. Cañabate reivindica el papel de los centros educativos, las bibliotecas escolares y las municipales como elementos que pueden ayudar a paliar dichas diferencias.

La ausencia de acompañamiento lector familiar suele tener una raíz social. Hay progenitores, señala Juan Mata, que no pueden hacerlo, por ejemplo, porque sus jornadas laborales no se lo permiten. Otras, afirma Silvia Blanch, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, “tienen una autoestima baja en cuanto a su capacidad lectora, y no se ven capaz de acompañarlos, y otras piensan que no es asunto suyo, sino de la escuela”. Blanch es coautora de la guía del programa Las familias, aliadas de la lectura de la Fundació Bofill. Aunque las indicaciones que contienen resultan útiles en general, la también investigadora explica que han sido diseñadas pensado especialmente en aquellas familias que habitualmente no leen con los niños. Blanch tuvo la experiencia, con un programa anterior, de otro efecto paradójico: “Cuando en el aula había diversidad de familias a nivel sociocultural y económico, las que se enganchaban eran muchas veces las que ya acompañaban a sus hijos. De modo que el punto de partida de estos niños ya era más elevado, y como además hacían el programa, al final había todavía más distancia entre ellos y los que no lo hacían”. Además de proponer títulos para leer conjuntamente y técnicas para potenciar la comprensión de lo leído, la iniciativa de la Fundació Bofill propone a los progenitores estrategias sencillas, que según Blanch también sirven para impulsar sus competencias, como hacer juegos de palabras mientras se va por la calle o en el metro.

Juan Mata cree que el problema de la comprensión lectora y de la desigualdad entre las posibilidades de los niños de recibir el acompañamiento es tan importante, que debería convertirse en una prioridad que trascendiera a la escuela e implicara al conjunto de la sociedad. Y el nuevo programa de la Fundació Bofill va en paralelo a otro, que lleva una década en marcha, en la que son voluntarios (hasta 1.800) que hacen acompañamiento lector, en catalán y en castellano, a niños que no lo reciben en sus casas, en las bibliotecas públicas y en los centros educativos. Uno de estos voluntarios es Mario Armengou, de 76 años, que empezó a participar en el proyecto hace una década, después de jubilarse tras 40 años trabajando en climatización industrial. “Yo no tengo nietos, y hago por estos niños lo que haría si los tuviera, ayudarlos. Da mucha alegría ver cómo se les abren los ojos conforme mejoran”. Alejandra, que es de origen chileno y vive en Barcelona, apuntó a su hija al programa porque no podía ayudarla a leer en catalán y en realidad tampoco en castellano por la atención que requiere su otro hijo, que tiene un trastorno del espectro autista. La niña, que estudia primaria, empezó el curso pasado con el programa, que le ha servido, cuenta, para sentirse más segura en clase: “Me ha ayudado para escribir y también para leer. Antes de apuntarme me costaba mucho leer, y ahora leo más fluidamente, de verdad”, explica la niña.

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Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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