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Sudán lanza un SOS: 25 millones de personas están al borde de la hambruna

La guerra, que dura ya 15 meses, y el escaso interés de la comunidad internacional, empujan al país africano a una situación desesperada. La escasez de las cosechas agrava la crisis

Kadugli, Estado de Kordofán del Sur (Sudán)
Una mujer cocina hojas recolectadas de árboles cercanos en un campamento de desplazados en Kadugli, Estado de Kordofán del Sur (Sudán), en junio.GUY PETERSON (AFP / Getty Images)
José Naranjo

La guerra que vive Sudán desde hace 15 meses y las enormes dificultades para la financiación y distribución de ayuda humanitaria han conducido a más de la mitad de la población, unos 25,6 millones de personas, a sufrir la peor crisis de hambre jamás registrada en este país, según la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF), el sistema internacional que mide el hambre en el mundo. Entre ellas, unos 755.000 sudaneses se enfrentan ya a la fase de catástrofe, con carencia extrema de alimentos, mientras que otros 8,5 millones se encuentran en la llamada situación de emergencia, con tasas muy elevadas de desnutrición aguda y mortalidad.

“Estamos profundamente consternados por la gravísima situación que afecta a millones de sudaneses”, aseguró Samy Guessabi, director de Acción contra el Hambre (ACH) en Sudán. “Esta situación es especialmente crítica para las poblaciones atrapadas en zonas de conflicto y sin acceso a protección”. Pero no es solo “la peor crisis de hambre en el mundo”, como ha asegurado la directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, Cindy McCain, sino que ha provocado también el mayor éxodo mundial, con 12,3 millones de personas desplazadas de sus hogares, de las que dos millones han buscado refugio en los países fronterizos. Muchas de ellos proceden de Darfur, donde las organizaciones internacionales alertan de matanzas de carácter étnico.

El reciente informe de la CIF pone cifras al brutal crecimiento del hambre en Sudán en el último año debido a la guerra: unos 25,6 millones de sudaneses se enfrentan a la inseguridad alimentaria aguda desde el pasado mes de junio y hasta septiembre, lo que además coincide con el periodo anual de escasez por el ciclo de las cosechas. El anterior informe, datado en diciembre, identificaba a 17,7 millones de personas en esta situación. La CIF señala también 14 áreas con riesgo de hambruna, de las que cinco son ciudades y nueve, campos de desplazados localizados en las regiones de Darfur, Kordofan, Al Jazirah y algunos puntos de Jartum, la capital.

La posibilidad de una declaración de hambruna está cada vez más cerca, tal y como ha ocurrido en dos ocasiones en este siglo. En 2011, la Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) declaró esta situación en partes del sur de Somalia y en varios asentamientos de desplazados internos en Afgoye y Mogadiscio. En total, 490.000 personas se vieron afectadas por la carencia extrema de alimentos debido a la guerra. En 2017 ocurrió en Sudán del Sur, donde tres años de conflicto civil habían arruinado los escasos medios de vida de la población: 80.000 personas sufrieron niveles extremadamente altos de desnutrición aguda. Paradójicamente, este país acoge hoy a cientos de miles de refugiados de su vecino del norte.

Pero la crisis sudanesa podría ser mucho peor. La actividad productiva está devastada. El conflicto ha provocado la destrucción generalizada o el abandono de campos de cultivo, la interrupción de las cadenas de suministro y mercados, la desaparición de un día para otro de todo el sector informal del que dependían millones de sudaneses y el práctico colapso del sistema educativo y sanitario en la mayor parte del país. Ello ha generado una inflación galopante, con incrementos de precios de hasta el 300% en algunos productos básicos, y una fuerte dependencia de la ayuda humanitaria para la mitad de la población. Sin embargo, ni siquiera esta llega con fluidez debido a la volatilidad de los frentes bélicos y las constantes trabas al movimiento de convoyes por ambos beligerantes.

Ayuda humanitaria

“¿Reaccionará el mundo antes de que sea demasiado tarde?”, se preguntaba el pasado mes de abril el entonces secretario general para asuntos humanitarios de Naciones Unidas, el diplomático británico Martin Griffiths. Si el conflicto no se detiene, y no parece que vaya a ocurrir al menos a corto plazo, la hambruna que acecha a Sudán será parecida a la sufrida por Etiopía hace 40 años. “Necesitamos que el mundo despierte ante la catástrofe que está sucediendo ante nuestros propios ojos”, dijo a los periodistas Linda Thomas-Greenfield, embajadora de Estados Unidos ante la ONU. De los 2.700 millones de dólares necesarios para atender a la población este año tan solo se han recibido 473 millones, es decir, un 18%, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (OCHA).

“Es una guerra terrible”, resume Guessabi, “muchos piensan que se trata solo de dos bandos en conflicto pero es mucho más. Hay grupos armados, etnias diferentes. Sudán es un país muy complejo”. Para el responsable de ACH, la atención mundial hacia otras crisis, como las de Ucrania y Gaza, y la parálisis derivada de procesos electorales decisivos en el Norte, como los recientes de Gran Bretaña y Francia o los de Estados Unidos, tienen un impacto muy negativo sobre Sudán. “Es verdad que en abril solo contábamos con el 4% del dinero necesario y ahora estamos en el 18%, pero es insuficiente. La capacidad de respuesta de los actores humanitarios está muy mermada por un problema de financiación”, remacha.

El conflicto estalló en abril de 2023 entre el Ejército sudanés comandado por el general Abdelfatah Al Burhan y las Fuerzas de Apoyo Rápido lideradas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti. Ambos habían sido estrechos colaboradores del dictador Al Bashir, derrocado por un levantamiento popular seguido de un golpe de Estado en 2019. Todos los intentos por sentar a ambos a una mesa de diálogo han sido en balde hasta ahora y la propia evolución del conflicto, con recientes avances de las RSF, hace temer lo peor. “No negociaremos con un enemigo que nos ataca y ocupa nuestras tierras”, dijo Al Burhan.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).
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