Geopolítica: en todas partes y a todas horas
Los frentes abiertos en la escena mundial son múltiples y, por lo general, interconectados entre sí
En los últimos tres años —a raíz de la covid y la guerra de Ucrania—, la atención en torno a la evolución de acontecimientos en la escena geopolítica global se ha disparado. La geopolítica ha vuelto a irrumpir con fuerza en nuestras vidas. Y, salvo sorpresa, para quedarse.
Hay tres conceptos entrelazados: geopolítica, geoestrategia y geoeconomía. La geopolítica es la raíz y hace referencia a la influencia de factores geográficos en la política, relaciones internacionales y dinámicas de poder entre naciones. La geoestrategia estudia e implementa la planificación estratégica en factores geográficos para alcanzar objetivos geopolíticos y de seguridad. Y la geoeconomía estudia la interacción entre política económica, geopolítica e influencias geográficas inherentes a las dinámicas económicas globales.
Gracias a la geopolítica podemos identificar y comprender las grandes tendencias y los potenciales cambios a ellas asociados, que definirán el futuro económico, político y social global. Un análisis del entorno global ha de comprender los canales de transmisión de la geo a las variables económicas y financieras, estimar su potencial impacto y formular posibles respuestas.
El consenso apunta a que nos encontramos ante un cambio de orden global económico y geopolítico. Echamos la vista atrás para comprender el porqué de dicha afirmación. Tras la Segunda Guerra Mundial, y liderado por EE UU, el capitalismo democrático fue la piedra angular del orden mundial, apoyado en un conjunto de instituciones internacionales —Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y GATT, semilla de la actual Organización Mundial del Comercio (OMC)—, garantes del buen funcionamiento del sistema monetario, financiero y de relaciones internacionales, bajo el paraguas de los Acuerdos de Bretton Woods. La OTAN se crea como complemento militar y respuesta aliada para la Guerra Fría con la URSS, cuyo desmoronamiento permitió extender el sistema occidental a escala casi planetaria.
Tras tres décadas de reconstrucción de Europa y Japón, a finales de los setenta se impone la globalización orientada al mercado. Clave en el proceso globalizador fueron los impulsos reformistas-liberalizadores en Reino Unido (Margaret Thatcher), EE UU (Ronald Reagan) y China (Deng Xiaoping). China accede a la OMC en 2001; la Unión Europea se amplía hacia el este en 2004. El orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial alcanza su máximo esplendor.
El cuestionamiento del modelo, a partir de 2008, resulta de la combinación (mirando con el retrovisor) de dos grandes “errores” por parte de Occidente y de los efectos colaterales de la globalización y la emergencia de China como alternativa autocrática al liderazgo global de EE UU. El primer error, bélico, es el pobre balance de las campañas militares de EE UU en Irak y Afganistán y el progresivo abandono del rol de “policía global”. La respuesta a la crisis financiera global y la crisis de deuda en la eurozona, basada en la austeridad y el recurso a la masiva expansión monetaria, genera devastadores efectos sociales y económicos que agravan la desigualdad en renta y riqueza.
El mix de bajo crecimiento posterior a la crisis y efectos colaterales negativos de la globalización —desindustrialización con fuerte impacto negativo en los trabajadores menos cualificados y amenazados por los avances tecnológicos y los fenómenos migratorios— completan el cóctel de descontento y progresiva pérdida de la confianza en el sistema y liderazgo moral de Occidente.
Estamos hoy en la confluencia del final de un periodo económico de globalización liderada por Occidente y de un periodo geopolítico de orden global unipolar dirigido por EE UU. El cambio climático se conforma como disrupción de impacto transversal en todas las dimensiones del entorno geopolítico. No estando claro hacia qué lugar transitará el mundo, el abanico de opciones se mueve entre un extremo negativo marcado por el conflicto, la descoordinación y una rápida fragmentación económica, y otro más benigno, de cooperación a nivel multipolar.
Los cambios de orden global se han sucedido en la historia. Por lo general, han venido acompañados de crisis económicas y financieras, sociales, conflictos bélicos o combinaciones de estos. El vértigo es lógico, pero hay razones para el optimismo racional: superadas las transiciones, el progreso y la mejora de condiciones socioeconómicas han sido continuos en la historia. El progreso se ha abierto siempre paso.
Los frentes abiertos en la escena geopolítica actual son múltiples y, por lo general, interconectados entre sí. Conviene priorizar aquellos más relevantes, que en mi opinión, seguro que sesgada por mi condición de economista financiero, son:
-Conflictos bélicos como manifestación violenta de la materialización de un problema de naturaleza geopolítica. La guerra en Ucrania, la perenne inestabilidad en Oriente Próximo y, sobre todo, la posibilidad de choque entre EE UU y China por Taiwán son los focos principales.
-Cambios en la estructura de alianzas y esferas de influencia en torno a los líderes globales, como reflejo del alineamiento internacional ante la creciente polarización de preferencias de modelo económico, valores fundamentales, sistema político…
-Creciente fragmentación económica y financiera global, concepto en el que caben múltiples acepciones (desglobalización, reglobalización, de-risking o reducción de riesgos), potencial disruptor del comercio internacional, las cadenas de valor global, los flujos de inversión y la difusión del conocimiento. Todos factores clave para el crecimiento económico y la capacidad de adaptación de la oferta global.
-Batalla por la supremacía tecnológica entre EE UU y China, con la competencia en el desarrollo militar y la inteligencia artificial (IA) en el trasfondo, y con la industria de semiconductores en el epicentro. En un mundo en cambio tecnológico acelerado (IA generativa, computación cuántica), las implicaciones potenciales de este conflicto son amplísimas.
-Uso de las materias primas como arma económica y/o fuente y origen de conflictos, algo que hemos tenido ocasión de comprobar con el gas y el petróleo rusos desde mediados de 2021, y que se está extendiendo a multitud de minerales críticos para la transición energética y el desarrollo tecnológico. La dispar distribución de reservas, capacidad de procesamiento y demanda final genera asimetrías y dependencia estratégica.
-Posibilidad de movimientos disruptivos internos en países clave, que hagan aún más difícil la necesaria cooperación intrabloques o eleven la tensión entre bloques. Las elecciones presidenciales de 2024 en EE UU y el auge de opciones antieuropeístas en la UE son focos de clara preocupación.
En definitiva, el análisis y la reflexión ordenada sobre la geopolítica son hoy más relevantes que nunca. Debemos ilustrar y enriquecer el debate y la identificación de consecuencias y posibles acciones mitigantes para mejorar la toma de decisiones de hogares, empresas, gobiernos, bancos centrales y organismos e instituciones internacionales.
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