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OPINIÓN
Columna
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Para gastar más, hay que ingresar más

El éxito de las medidas sociales aprobadas por el Gobierno depende de que se compensen con una mayor recaudación

Xavier Vidal-Folch
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante la rueda de prensa trasla subida del salario mínimo interprofesional.
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, durante la rueda de prensa trasla subida del salario mínimo interprofesional.Mariscal (EFE)

Una traducción sencilla de la “regla de gasto” presupuestaria es que si se quiere gastar más, hay que ingresar algo más que más. Es lógico que en su estreno un Gobierno reparta alegría. Políticamente, se debe a sus votantes. Y económicamente, el mayor gasto, ergo mayor consumo, ergo mayor demanda agregada, sostiene la coyuntura.

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Este Gobierno sigue la pauta. Ya ha subido las pensiones (un 0,9%); ha incrementado, más moderadamente (5,5%) que la última vez (22%) y ahora de forma pactada, el salario mínimo, hasta 950 euros (también para contratados del sector público); y ha subido los sueldos de los funcionarios, un 2%: asimismo, de rebote, los autonómicos. Por eso, para acallar resquemores de los barones, anunció el mismo día los anticipos.

Pero su éxito —y de todo el país—depende de que ese festival social se compense con ingresos aún mayores. Que exigirán que algunos/bastantes se rasquen el bolsillo para que muchos/la mayoría queden rescatados de la cuneta y/o vivan mejor .

Si no, iremos mal. Ya perdimos presupuestariamente 2019: hubo más gasto, por ejemplo en pensiones. Pero como no se aprobó presupuesto no se pudo aumentar los tipos de los grandes impuestos (IRPF, IVA, Sociedades) en la ley presupuestaria.

Y como no había mayoría estable, no se pudo crear ningún impuesto —eso requiere ley específica— de nueva generación como la tasa Google, la tasa Tobin o la tasa verde: se evaporaron 5.000 millones teóricos. A cambio, la prórroga presupuestaria, más exigente si se quiere gastar más, cercenó inversiones (4.000 millones en ADIF): tristeza económica, alivio financiero.

En resumen, habrá sido casi un milagro que 2019, contra lo que sostienen los catastrofistas, desborde poco el objetivo de déficit (un 2%) hasta el 2,5%, como prevén Bruselas y el Banco de España; o al 2,2%, según la Autoridad Fiscal independiente (AIReF). Pero corremos el riesgo, casi la certeza, de perder —en igual sentido— al menos la mitad de 2020. Técnica y procesalmente es menos que probable aprobar un presupuesto mucho antes del verano, como ya ha advertido el presidente del Gobierno.

Gastamos ya más. Pero ni las subidas de impuestos pueden decidirse hasta entonces ni tampoco servirán para recaudar más en 2020 (IRPF o Sociedades), salvo si se toca el IVA. Ni las nuevas tasas —transacciones financieras (Tobin), Google, verde— se pueden implantar sin ley ad hoc.

Queda un recurso para anticipar ingresos y hacer pedagogía del binomio gasto/ingreso: aplicar rápido la reducción de parte de los beneficios fiscales de 60.000 millones (exenciones y deducciones, el queso emmental). Lo postula la AIReF —Dios la conserve en su seriedad técnica y solvente— en sus exámenes de gasto o spending review, tan alabados oficialmente. Y que en un mes perfeccionará su evaluación. Pero esto conllevará pocas alegrías. Al revés, algunos llantos y broncas.

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