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Crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La covid-19 favorece un nuevo contrato social

La política de austeridad posterior a la crisis de 2008 acentuó los peores rasgos del capitalismo

Antón Costas
ilustracion negocios
MARAVILLAS DELGADO

Sería bonito creer que la doble crisis humanitaria y económica provocada por la covid-19 puede hacernos mejores personas y traer una sociedad más justa. Pero no necesariamente ha de ser así. Puede ocurrir que actuemos de acuerdo con la teoría de los “sesgos de confirmación”, según la cual, más que hacernos cambiar, estos eventos pueden confirmarnos en nuestros sesgos previos, acentuando así los peores rasgos de la vieja sociedad. Conviene saber de qué depende que sea de una u otra forma.

Las grandes crisis económicas pueden actuar como bisagras de una puerta que nos permite pasar de una etapa a otra de la historia de nuestras sociedades. Pero no deberíamos pensar que estos cambios traen mecánicamente progreso social y político. Puede ocurrir que la nueva fase sea peor que la anterior. Tenemos ejemplos de ambos casos.

La Gran Depresión de los treinta, junto con la Segunda Guerra Mundial, actuaron como bisagras de la historia. Fueron sucesos traumáticos que crearon una experiencia colectiva de vulnerabilidad como seres humanos y de fragilidad del orden económico, social y político. Ese doble sentimiento favoreció la aparición de un nuevo contrato social progresista dentro de los Estados nación. Por un lado, los progresistas aceptaron que el capitalismo competitivo de matriz keynesiana podía ser un buen sistema económico para crear riqueza; por su parte, los conservadores apoyaron la creación de un nuevo Estado Social. Todo funcionó bien durante los “Treinta gloriosos” años siguientes: la economía creció, la productividad mejoró, la prosperidad fue compartida, aparecieron las clases medias y la democracia se fortaleció y expandió.

La gran crisis energética y económica de los setenta, con su inesperada mezcla de estancamiento económico y elevada inflación, también actuó como una bisagra. Pero, en este caso, el contrato social neoliberal, con su ingenua creencia en los efectos benéficos automáticos de los mercados desregulados, no trajo prosperidad para todos. Al contrario, provocó el retroceso de la desigualdad a los niveles previos a la Primera Guerra Mundial. La política de austeridad que siguió a la crisis financiera y la Gran Recesión de 2008 acentuó los peores rasgos del capitalismo desregulado de esta fase de la historia.

¿Cómo explicar los efectos asimétricos de esas grandes crisis económicas? Como teorizó el filósofo liberal Johan Rawls, el fundamento del contrato social es el principio de reciprocidad. La experiencia colectiva de vulnerabilidad favorece la aparición de un “velo de ignorancia” (incertidumbre radical ante el futuro) que hace que todos actuemos de forma racional y estemos dispuestos a apoyar un compromiso de reciprocidad de derechos y deberes. Rawls señaló que, cuando los Gobiernos no se comprometen con ese principio, lo que viene a continuación es la quiebra de las democracias. El triunfo de Donald Trump no es sino el cumplimiento de la predicción de Rawls.

¿Traerá la covid-19 un nuevo contrato social progresista o acentuará los peores rasgos del contrato neoliberal? El sentimiento colectivo de vulnerabilidad favorece un nuevo contrato social progresista. Cuando escribo esto, el Congreso acaba de aprobar el Ingreso Mínimo Vital (IMV). Hoy somos un país más decente.

Derecho al trabajo

El siguiente paso debe ser hacer efectivo el derecho al trabajo: a toda persona que quiera trabajar se le debe ofrecer un empleo. El compromiso público con el empleo existente que han significado los ERTE debe extenderse a todas las personas que lo han perdido o que, como muchos jóvenes, no han podido aún encontrar ninguno. La creación de un fondo estatal para el empleo podría ser el instrumento para garantizar ese derecho. El green new deal europeo y el programa de recuperación facilitan tanto su financiación como el fomento del empleo en los territorios.

El IMV y el fondo estatal para el empleo, junto con un nuevo contrato social de la empresa que deje de ver a los empleados como “recursos” humanos para contemplarlos como otro tipo de “accionistas”, son los tres pilares básicos de un nuevo contrato social progresista.

El fortalecimiento del contrato social nacional no es incompatible ni con la UE ni con la globalización. Al contrario, cuanto más abierta sea la economía de un país, más intenso y amplio tiene que ser su contrato social nacional. El caso de los países nórdicos es paradigmático.

En determinados momentos de su historia, las sociedades acostumbran a pararse a reconsiderar el pasado y pensar el futuro. Esos momentos coinciden con las grandes crisis económicas. La crisis de la covid-19 crea uno de esos momentos de cambio. Deberíamos saber aprovecharlo para construir un nuevo contrato social progresista.

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