La gran cosecha dulce de las pampas
El 99% de las exportaciones de miel argentina se hace a granel y sin valor añadido
Aunque no muchos argentinos lo saben, la tierra del dulce de leche podría considerarse también la de la miel. Las más de 81.000 toneladas que exportó el país sudamericano en 2016 lo ubican, en las estadísticas más recientes de la ONU, como el segundo proveedor mundial por detrás de China. Es una cosecha más que se industrializa fuera del país. El consumo nacional es apenas el 5% de la producción y la gran mayoría de los apicultores —de forma independiente o a través de cooperativas— vende la miel a un puñado de exportadores que la comercializa, sobre todo, en Estados Unidos, Alemania y Japón.
En el sector se lamentan de que muchas de las empresas que fraccionan y envasan la miel en los países importadores mezclen el producto puro con otros "llamativamente" más económicos. Se trata de una estrategia para bajar costes que, hace unos 10 años, afirman los exportadores, cambió las perspectivas del negocio.
"La miel argentina siempre ha sido considerada en el mundo como de excelente calidad", asegura Julio Fontán, dueño de Cipsa, la segunda firma que más exporta en el país, con un 15% de las ventas a granel. "El clima y las praderas asociadas a la ganadería dan una miel clara que se valora mucho. Y el productor local es muy profesional porque heredó el oficio de los inmigrantes españoles e italianos, que junto con los franceses, en Europa son los mejores apicultores", afirma. De acuerdo con los registros oficiales, en Argentina hay unos 20.000 productores dispersos en casi todo el territorio, pero con una mayor presencia en las provincias centrales de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba.
Argentina no escapó en las últimas décadas a una tendencia común a la apicultura de casi todo el mundo: la caída de los volúmenes de producción como consecuencia del avance de la agricultura sobre la ganadería. Las abejas disminuyen su productividad, o incluso mueren, cuando los monocultivos resistentes y los plaguicidas reemplazan a la alfalfa, el trébol y el cardo, la típica flora que aporta el néctar en las praderas ganaderas. Pero al principio, la menor producción era compensada por los altos precios. "Hubo momentos en que la miel argentina alcanzó los 4.600 dólares por tonelada. No había oferta y los envasadores se volvían locos. Pero ahora no importa la cosecha de miel para determinar el precio, porque se regula con un jarabe chino, y el valor no pasa de los 2.400 dólares", afirma el dueño de Cipsa.
Norberto García, presidente de la Organización Mundial de Exportadores de Miel, prefiere no señalar a un país en particular como responsable del "fraude", pero coincide en que se ha incrementado artificialmente la oferta. "La miel adulterada es tan vieja como la apicultura, pero en los últimos años, con el uso de jarabes de arroz de origen asiático, la magnitud de la adulteración ha sido muy grande y los métodos de control no la detectan como a otros productos baratos a base de azúcar de caña o de maíz", afirma García.
Pero el problema no afecta a todos los países por igual. Los precios asiáticos no son una gran preocupación para los que han logrado diferenciar su producto y vender con mayor valor agregado. En Argentina lo saben y el ejemplo al que todos recurren es Nueva Zelanda: su industria comprobó científicamente las propiedades curativas de la miel de manuka (Leptospermum scoparium), una variedad autóctona, y la convirtió en el producto más codiciado del mercado. Con un 12% del volumen que exporta Argentina, sus ventas superan en valor a las del país sudamericano. En 2016 exportó a un precio promedio de 21.400 dólares la tonelada, más de 10 veces el promedio argentino. Incluso el vecino Brasil, con 24.200 toneladas exportadas en 2016, ha logrado posicionarse como un productor de miel orgánica y ese año obtuvo en promedio 3.800 dólares por tonelada.
Además del tipo de mil flores de las praderas, Argentina tiene la miel de flor de azahar de limón en Tucumán, la de abrepuño (Centaurea solstitialis) en la Patagonia, la de los Esteros del Iberá en la provincia de Corrientes y una larga lista. Pero todas acaban mezcladas en los tambores, que se exportan sin distinción de origen geográfico o botánico.
Para cambiar esa dinámica se han dado algunos pasos. "El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria está desarrollando una guía de caracterización de mieles a partir de un análisis del polen, sensorial y físico-químico que es el puntapié inicial para diferenciar los productos en el mercado internacional", afirma Flavia Vázquez, coordinadora de Apicultura en el Ministerio de Agroindustria. Por el momento, los únicos que están cerca de obtener un sello que distinga su producción mono-floral son los apicultores tucumanos, que esperan que su miel de azahar de limón pueda venderse el año que viene con una Identificación Geográfica, un registro similar a la Denominación de Origen, pero con menos requisitos.
En 2017, las exportaciones argentinas de miel fraccionada apenas superaron las 90 toneladas y representaron ventas por 368.000 dólares. En Alimentos Naturales, la empresa líder en el mercado interno, con más del 45% de las ventas, explican que llegar con marca propia a las góndolas del mundo no es una tarea fácil. En su planta de Tandil (Buenos Aires), envasan con la marca Aleluya el 100% de las mil toneladas anuales de miel que compran a los apicultores. "Hasta 2007 exportábamos el 70% de la producción pero en los años siguientes, con la inflación y los problemas de competitividad del país la cifra cayó hasta el 30% actual", cuenta el gerente general, Adrián Molina.
En julio, Aleluya se convirtió en la primera marca de miel argentina en llegar a los supermercados de Brasil en más de una década. "El mercado se había cerrado por cuestiones paraarancelarias. Necesitamos recuperar la fuerza del Mercosur y que logre acuerdos con otros bloques como la Unión Europea. Pero también nos debemos una estrategia de largo plazo para agregar valor que sea el camino de toda la industria de la miel", afirma el gerente general de la empresa. Mientras tanto, sus dos contenedores con envases de 250, 470 y 500 gramos recién llegados a São Paulo seguirán siendo una excepción a la regla.
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