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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sociedades: los agujeros del gruyère

Mientras trabajadores y consumidores ven aumentada su presión fiscal, las empresas la ven disminuir

Xavier Vidal-Folch
Una persona rellena formularios de la Agencia Tributaria.
Una persona rellena formularios de la Agencia Tributaria. Carlos Rosillo

El objetivo de recaudar más por el Impuesto de Sociedades (IS) concita argumentos de cajón. De entrada, la cantidad que rastrilla sigue siendo la cenicienta de la tripleta de los grandes impuestos, IS, IRPF (Renta) e IVA (Valor Añadido). Sean cuales sean los términos de comparación que se utilicen.

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Por tamaño relativo, lo era ya en 2007, justo antes de la crisis, el año tope de recaudación. Entonces, Sociedades aportó 44.823 millones de euros, cerca del IVA (55.851 millones) y más de la mitad del IRPF (72.614 millones). Ahora esa relación ha empeorado, y supone en torno a un tercio de los otros dos grandes impuestos. En efecto, en 2017 contribuyó al erario con 23.143 millones, frente a los 67.797 millones del IVA y los 77.038 del IRPF.

Hay una comparación más sangrante. De los tres, es el único que tras cuatro años de recuperación y un decenio de iniciada la Gran Recesión, sigue cosechando menos que en el año previo a esta, 2007: 23.143 millones en 2017, algo más de la mitad de los 44.823 millones de entonces. Mientras que el IRPF ha ascendido de 72.614 millones a 77.038. Y el IVA, de 55.851 millones a 67.797.

En resumen telegráfico (y a brocha muy gorda) mientras trabajadores y consumidores ven aumentada su presión fiscal, las empresas la ven disminuir.

La patronal suele quejarse de este ejercicio. Alega que la recaudación de 2007 fue extraordinaria. Tiene razón en esto. Pero olvida que no fue un año aislado. Sus 44.823 millones cosechados por IVA siguieron a una línea ascendente de 26.020 millones (2004), 32.495 millones (2005) y 37.208 millones (2006). Superando siempre a 2017.

Los resultados empresariales se han recuperado vivazmente desde la caída iniciada en 2008. Aunque aun no han alcanzado los de 2007. Para muestra, el botón de las empresas cotizadas (EL PAIS 13/5/2018): 47.417 millones frente a 55.923 millones, en 2007, tras el desplome a 12.558 millones en 2012. En todo caso esa recuperación es muy superior al encefalograma plano del IS en igual periodo.

En parecida línea, en valores relativos sobre el PIB, hace tiempo que la Autoridad Fiscal Independiente (Airef) denunció el declive de la aportación porcentual de la recaudación de Sociedades al PIB: del 4,1% del PIB en 2007 al 1,5% en 2011.

La ministra de Hacienda anunció hace una semana su intención de fijar un tipo mínimo del 15% para ese impuesto. Pretendía hacerlo impidiendo la aplicación de deducciones a las empresas que tributen por debajo de ese porcentaje, pues en la gran empresa el tipo medio es del 12% (del 7,8% en los grupos empresariales consolidados).

Ahora está explorando el encaje jurídico del plan. Pero tiene sentido el objetivo de aumentar esa recaudación. La CEOE reaccionó recordando que esos porcentajes son sobre resultados contables; y que el tipo efectivo sobre base imponible es mucho más alto, del 19,8% en los grupos empresariales.

Es un argumento débil, pues al cabo el tipo efectivo sobre la base imponible es la proporción entre lo que una empresa paga y la base que ha declarado, algo lábil. Mientras que el tipo sobre resultado contable se refiere a lo que paga al fisco en proporción a lo que efectivamente ha ganado.

Una ristra de distorsiones afectan a este impuesto, las bonificaciones y exenciones que lo configuran como un conjunto repleto de agujeros al estilo del queso gruyère: en realidad, del emmental.

Capítulo principal son los créditos fiscales adquiridos para compensar en años futuros las pérdidas de ejercicios anteriores: 98.963 millones en las 35 empresas del Ibex. Seguro que es de lo más razonable. Pero es una ventaja sin parangón para las rentas del trabajo, ni los consumidores, ni la mayoría de las pymes. Y además de esa asimetría, figuran otros muchos descuentos que solo derivan de la mayor capacidad negociadora de sus beneficiarios.

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