‘Efecto Drácula’ transatlántico
El secretismo en la negociación comercial entre EE UU y la UE genera todo tipo de sospechas
El sector financiero ha quedado hasta ahora fuera de las negociaciones que desde hace más de un año mantienen EE UU y la Unión Europea (UE) para firmar un Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP en sus siglas inglesas). Lo dicen los documentos que han aparecido en la red filtrala.org (herramienta de filtración ciudadana que hace posible que se conozcan documentos secretos oficiales) y que han sido reproducidos por eldiario.es y, posteriormente, por el Financial Times.
¿Es posible que en una negociación en la que entra casi todo se aísle a la banca y a la industria financiera, que permanece con su statu quo? Nadie lo puede confirmar ni desmentir, más allá de los documentos citados, dada la enorme opacidad de unas conversaciones de las que ni siquiera se conoce su mandato negociador. Este secretismo es tan agresivo para unos ciudadanos que no saben cómo les van a afectar los contenidos del TTIP, que le podría ocurrir lo que al fallecido Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) en 1998. El AMI era un tratado comercial que pretendía dotar a las empresas de más derechos y menos deberes cuando invirtiesen en el extranjero. Su absoluta falta de transparencia lo desintegró antes de nacer, ante las protestas por todo el mundo.
Sorprende que en la campaña al Parlamento Europeo apenas se haya discutido de este acuerdo
Si el TTIP avanza, habrá de ser aprobado por el Parlamento Europeo. Por ello es sorprendente que, con algunas excepciones, haya ocupado un papel tan secundario en la campaña electoral al Europarlamento. Esta hubiera sido la ocasión para alumbrar aquello de lo que hablan los funcionarios de la Comisión Europea y sus homólogos del Tesoro americano, comprobar qué reparto de intereses se negocian, y si es cierto lo que declaró Obama: se trata de un acuerdo que “podría aumentar nuestras exportaciones en decenas de miles de millones de dólares, inducir a la creación de cientos de miles de puestos de trabajo suplementarios en EE UU y en la UE, y estimular el crecimiento en ambas orillas del Atlántico”. Sin embargo, el TTIP soporta la analogía de lo que alguien ha denominado el efecto Drácula, siguiendo la versión cinematográfica (Coppola) de la novela de Bram Stoker, según la cual Drácula es un vampiro que no soporta ver la luz del sol.
El TTIP debe estar concluido el año que viene y crear la zona de libre comercio más importante del mundo. Entre los dos bloques absorben casi la mitad del PIB global y sus relaciones comerciales suponen un tercio de las transacciones mundiales. Asimilaría a unos 800 millones de consumidores y trataría de eliminar las últimas barreras arancelarias (en general, ya muy bajas) pero también de reducir las no arancelarias, las barreras normativas, regulatorias (derechos laborales, medioambientales, de seguridad, etc.).
El sector financiero ha quedado fuera de las negociaciones iniciadas hace casi un año
Habrá que suspender el juicio definitivo sobre las bondades del TTIP hasta que se conozca la letra pequeña del mismo. La experiencia de otras negociaciones (por ejemplo, la del acuerdo entre EE UU, Canadá y México, de 1994) indica que los consensos se logran en el mínimo común denominador de los asuntos, por lo que se firman a la baja. En general, los aspectos regulatorios europeos suelen ser superiores a los americanos excepto, precisamente, en el sector financiero. A raíz de la crisis financiera de 2008, EE UU adoptó una norma (la ley Dodd-Frank) más exigente —sobre todo cuando acabe de aplicarse— que la legislación europea: refuerzo de la protección de los inversores; fuerte supervisión de las firmas bancarias; supervisión de los activos susceptibles de convertirse en productos tóxicos, tales como las titulizaciones y los derivados; vigilancia de las agencias de calificación de riesgos; no más bancos demasiado grandes para caer, con su cierre y liquidación ordenada en caso de problemas, sin que se haya de acudir al dinero de los contribuyentes,…
El TTIP también tiene su aspecto geopolítico: una alianza euroamericana compensaría la extraordinaria pujanza asiática, que en pocos años tendrá más PIB, más gasto militar, más inversión en tecnología y, por supuesto, más población. Y una rémora que ha enquistado por algún tiempo las negociaciones: los papeles hechos públicos por Edward Snowden que demostraban el espionaje de la Agencia de Seguridad Americana a decenas de millones de ciudadanos, entre ellos los líderes políticos europeos aliados de Washington.
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