La novela y sus símbolos, según García de la Concha
El presidente de la RAE analiza cinco obras contemporáneas
El presidente de la Real Academia Española también llora. Mientras leía Sefarad, la novela de Antonio Muñoz Molina, se hartó de hacerlo. Víctor García de la Concha (Villaviciosa, 1934) se sorprendería más tarde al saber que fue uno de tantos. "Descubrí que había casi una cofradía de los que lloraban por Sefarad", confesó ayer en el Círculo de Bellas Artes, durante la presentación de su libro, Cinco novelas en clave simbólica (Alfaguara), en el que desmenuza cinco obras contemporáneas: La casa verde (Mario Vargas Llosa, 1965), Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, 1967), Volverás a Región (Juan Benet,1967), Madera de boj (Camilo José Cela,1989) y Sefarad (Antonio Muñoz Molina, 2001). "A pesar de las diferencias entre ellas, tienen un denominador común: las cinco son historias intrincadas, selváticas y que desafían al lector", observó Mario Vargas Llosa, uno de los autores que apadrinó la presentación del ensayo, al que asistió Ignacio Polanco, presidente del Grupo PRISA, al que pertenece EL PAÍS.
Muñoz Molina: "El encuentro entre el cuento y el relato es el simbólico"
García de la Concha: "Había toda una cofradía que lloraba con 'Sefarad"
Vargas Llosa: "Las cinco historias elegidas desafían al lector"
Las cinco coinciden también en la creación de una geografía imaginaria, construida a partir de la realidad. Cela alquiló varios veranos un chalé en una de las bravas playas de la Costa da Morte para empaparse de las leyendas, mitologías, costumbres y personajes que luego retrató en Madera de boj. García de la Concha asistió en primera línea a los coletazos finales del proceso creador de la obra del Nobel. "Me quedé pasmado de que un hombre de su edad tuviera aquella riqueza léxica. Bajo la máscara de hombre duro, es una gran confesión de amor a la Costa da Morte", aseguró.
Benet aprovechó sus dos años de experiencia como ingeniero mientras construía una presa en León para urdir Volverás a Región, una novela de digestión difícil incluso para un lector "perseverante" como Vargas Llosa. "Las frases me seducían pero me era casi imposible mantener la atención en aquella prosa laberíntica", confesó. Así que el autor de La fiesta del chivo agradeció el efecto tentador que le causó el ensayo de García de la Concha: "Me gusta mucho la crítica que incita a leer los libros que critica. Este libro tiene este mérito".
Antonio Muñoz Molina, que se definió como un lector de "ochomiles" -que también admitió sus dificultades para escalar la obra de Benet-, desveló su deuda de gratitud con La casa verde, una de las novelas que le cambió la manera de ver el mundo y la literatura. Porque a ambas cosas aspiran los autores. "A contar la realidad del mundo y una construcción que está por encima del mundo", dijo el autor de Plenilunio. "El punto de encuentro entre el cuento y el relato del mundo es el simbólico", agregó.
Esos nexos son los que disecciona García de la Concha. Con gran fortuna, a juicio de los dos novelistas que le acompañaron. "Joyce decía que el novelista aspira al lector ideal aquejado del insomnio ideal. De repente encuentras ese lector que te devuelve tu libro porque lo ha leído nota por nota", elogió Muñoz Molina.
Cien años de soledad no cabe en cien años. Su lectura, sin embargo, no chirría por ello: el tiempo literario no es rehén del reloj. "El tiempo novelesco es algo que se alarga, se demora, se inmoviliza o echa a correr de manera vertiginosa. La historia se mueve en el tiempo de la ficción (...) con una libertad que nos está vedada a los seres de carne y hueso en la vida real", ha escrito Vargas Llosa en otra ocasión. Ayer reiteró esta idea: "El tiempo es una invención, igual que se inventa el narrador".
Mario Vargas Llosa escribió La casa verde removiendo los recuerdos de "una choza prostibularia, pintada de verde, que coloreaba el arenal de Piura el año 1946". "El espacio", explicó ayer, "no nace accidentalmente sino del recuerdo de experiencias vividas". Igual que Cien años de soledad, que arranca de un viaje de García Márquez con su madre a Aracataca para vender la casa donde nació. Allí, al ver el abrazo entre su madre y la boticaria que lloran durante media hora, le surgió la idea de contar "todo el pasado de aquel episodio".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.