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El mayor plan de ajuste de la democracia
Columna
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A bordo del 'Titanic'

Fernando Vallespín

Dice la leyenda que la orquesta del malhadado Titanic seguía tocando mientras el barco se iba yendo a pique en las frías aguas del Atlántico norte. No pude menos que pensar en esta imagen mientras asistía, entre avergonzado y perplejo, a la bronca que montó el PP en el Senado el pasado martes. En una situación de emergencia económica nacional como la que estamos pasando, la bancada de la oposición se permitió el lujo de representar su rechazo al Gobierno recurriendo a una grotesca escenificación de su ansia por hacerse con el timón de un barco que supuestamente va a la deriva. Si esta expresión de hooliganismo político no es de recibo incluso cuando las cosas van bien, bajo las circunstancias actuales se presenta como una auténtica irresponsabilidad.

No hay discrepancias, hay auténtica animadversión, franco resentimiento entre unos y otros
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Un par de días antes se habían hecho públicas las directrices del FMI dirigidas a facilitar la salida de la crisis española, y eran bien conocidas las crecientes dificultades que encontraba nuestro Tesoro para colocar un nuevo paquete de bonos del Estado. Estos datos, que recibieron una acogida inmediata en los medios internacionales, fueron recibidos aquí a beneficio de inventario. El grueso de la oposición seguía a lo suyo. ¡Leña al mono mientras siga Zapatero! Aunque quien realmente lo sufra no sea el presidente del Gobierno sino todos nosotros. Antes de la votación en el pleno del Congreso de los Diputados sobre la validación del decreto ley, la inmensa mayoría de los grupos políticos ya se habían pronunciado en contra de dicha validación, que el Gobierno logró por un solo voto de ventaja.

La política, en suma, responsable de enderezar el rumbo de la economía, nos mostraba así su rostro más partidista y menos preocupado por sintonizar con los intereses generales. Lo que parecía predominar, por el contrario, era el ventajismo sectario, las estrategias políticas expresivas de posiciones disidentes que trataban de salvaguardar la "honra" de unos u otros grupos políticos.

Es posible que todos ellos quisieran ver aprobadas las impopulares medidas del Gobierno; pero, eso sí, sin su voto, sin mojarse, sin que su "dignidad" se viera mermada en lo más mínimo. Todos saben que no hay apenas alternativas a lo decidido por el Gobierno, que el buque si no, encalla. Tampoco ignoran que un apoyo puntual a estas u otras medidas no les impide un ejercicio constructivo de la crítica, muchas veces certera y necesaria.

Apoyar ahora no significa no poder disentir después, ni que lo hecho hasta ahora por el Gobierno no sea merecedor de crítica. Lo importante es que rememos todos juntos en la misma dirección hasta sacar al barco de los acantilados. Luego ya veremos hacia dónde habrá que dirigirlo. Y ahí sí será necesario que cada cual aporte una visión diferencial y compitamos por emprender el mejor rumbo.

Es obvio que no hay un conjunto de directrices claramente tipificadas respecto a cómo ha de comportarse la clase política bajo condiciones de excepcionalidad económica. El sentido común y los precedentes habidos en otros países sí nos muestran, sin embargo, que a mayor consenso político mayor eficacia también en la búsqueda de soluciones. Por muy mal que vaya la economía, un mensaje de unidad y resolución de todas las fuerzas políticas y sociales es el primer paso para restañar la confianza de los agentes económicos nacionales e internacionales, ese intangible sin el cual no hay solución a la vista.

La señal que hasta ahora ha emitido la oposición va en la línea contraria. El "quítate tú para que me ponga yo" parece que predomina sobre la más sensata actitud de que todos nos arremanguemos para empezar a achicar el agua.

El prestigio-país se construye antes que nada a partir de qué tan engrasados estén los mecanismos de la gobernabilidad. Lo sabemos de sobra porque el nuestro lo alcanzamos gracias a desarrollar un sistema democrático que, con sus defectos, supo estar a la altura de las circunstancias. Poco a poco, sin embargo, hemos ido dilapidando el capital cooperativo con el que partimos de la Transición hasta hacer de la disensión sistemática y contumaz una de las señas de identidad más conspicuas de nuestro sistema político. Bajo las condiciones actuales, este rasgo de nuestra vida política se ha convertido en una verdadera rémora. No hay discrepancias entre las partes, hay auténtica animadversión e incluso franco resentimiento entre unos y otros.

Es de desear, por parafrasear a Borges, que ya que no nos une el amor, que al menos nos una el espanto.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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